“¿Qué buscan? Vengan y vean”

lunes, 4 de enero de 2016

04/01/2015 – Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.

El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué quieren?”. Ellos le respondieron: “Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?”. “Vengan y lo verán”, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.  Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.

Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”, que traducido significa Cristo.  Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas”, que traducido significa Pedro.

Jn 1, 35-42

 

 

¡Bienvenidos a la Catequesis! Junto al P. Daniel Cavallo reflexionamos en el encuentro de los discípulos de Juan con Jesús. ¿Qué buscás? ¿Estás dispuesto a saber quién es Jesús y a entrar en su vida?

Posted by Radio María Argentina on lunes, 4 de enero de 2016

 

El que busca encuentra

Estés de vacaciones o no, al comenzar el nuevo año, intentamos armar escenarios nuevos para recrearnos y descansar, o al menos, cambiar la rutina. ¿Qué buscás? ¿Qué buscamos? es el gran interrogante del hombre y de la humanidad. Éstos discípulos enviados por Juan estaban buscando al Mesías y el mismo Jesús suscita esta pregunta en ellos.

La búsqueda es parte de nuestra vida humana. La mayor parte de nuestras vidas la pasamos buscando respuestas a nuestros interrogantes. Quizás también en algún momento de la vida por algún sacudón, sea por dolor o por cambios, empiezan a aparecer con más fuerza “¿Qué es lo que busca mi vida?”

Muchos definen a las personas como esencialmente seres en continua búsqueda. De allí que la pregunta de Jesús sea tan importante. De una u otra manera, ésta es la pregunta de quiénes acudían a Jesús. Como al ciego ¿qué quieres que haga por tí? “Que vea” contestó el ciego. Con la recuperación de la vista no terminó su búsqueda, pero iba por buen camino porque podía ver al Maestro.

Un día Jesús dirá “el que busca encuentra”. Es una promesa rotunda y sin límites. Somos nosotros quienes ponemos límites a nuestras búsquedas. Encontramos algunos aspectos de la vida cristiana y nos quedamos como instalados y dejamos de buscar. Creemos que ahí está el todo, y nos vamos instalando, construyendo nuestros castillos que a veces son de arena. Es como cuando uno encuentra un momento de bienestar en la vida y creemos que es el paraíso, y buscamos hacer “las 3 carpas”. Dios es infinitamente más grande que lo que hemos encontrado. La manera de seguir buscando y encontrando es quedarnos con Jesús como aquellos discípulos. Es escucharlo y aprender. Esa será su metodología como Maestro para con cada uno de nosotros. Implica una continua búsqueda y encuentro.

Las búsquedas en sus distintos aspectos: en el ámbito de la fe, búsquedas humanas o las que fueran. Al comenzar un nuevo año aparece el desafío “¿Qué será de mi vida este año?” o nosotros creyentes “¿Qué quiere Dios para mí en este año?”.

El encuentro verdadero lleva consigo un diálogo y una revelación. Dos discípulos de Juan admirados le preguntan “Dónde vives?” “Vengan y vean”. Es una invitación hermosa porque la experiencia compartida es el mejor testimonio. El compartar, experimentar la vida de Cristo es la mejor experiencia que uno puede desear.

Recuerdo aquel hermoso documento de la Iglesia en América de San Juan Pablo II que hablaba de la necesidad de los cristianos de tener una experiencia de Cristo vivo. Muchas veces nuestra fe pasa más por ideas y conocimientos intelectuales. Aquel documento decía “Hoy el cristiano necesita un experiencia de Cristo vivo”. Es lo que el evangelio de hoy nos transmite: “Vengan y vean”. Nadie les va a vender nada, ustedes mismos lo vivirán. San Juan que es tan exhaustivo en contar la experiencia pone la hora y el momento. Pasaron con Él todo el día. Descubrieron su vida y sus costumbres. Jesús no tiene cosas para ocultar, su casa es el hogar que lo recibe “el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. A partir de ahora la tarea del Cristiano será este proceso: encontrarnos con Jesús, vivir con Él, rastrear sus huellas y seguirlo. Si no tenemos experiencia de Cristo vivo a nuestra mesa le faltará una pata.

En el documento de Aparecida, se van mencionando una serie de lugares donde encontrarlo: en la palabra, en la eucaristía, en la comunidad, en el día domingo, en el pueblo, en los humildes, en el pueblo, en los enfermos, también en los pecadores, nosotros mismos. El Mesías a multiplicado sus rostros y su presencia.

Que lindo que en estos primeros días del año, mientras vivimos el tiempo de la Navidad, Dios se pone a nuestro alcance para que nuestra búsqueda no sea sin rumbo ni alocada sino que sepamos para dónde. Esa búsqueda de aquello que tiene que llenar nuestra vida va a toparse con éstas experiencias que el Señor eligió como modo para llegar a nuestro corazón.

También podemos encontrar al Señor en lo profundo de nuestro corazón, también en nuestra pequeñez, en nuestros dolores y sufrimientos, en aquellos que forman parte de nuestra vida. Allí está el rostro concreto de Dios que te dice “vení y mirá”.

En Cristo tendremos siempre motivo de búsqueda, no se acaba nunca y siempre es más. Hasta que un día en Dios seamos todo, dice el apóstol San Juan.

“Él es el Cordero de Dios” le dice Juan el Bautista a sus discípulos. “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” les dirá y ahí el desaparece. Cuando Juan ya cumplió su misión desaparece, y de hecho es asesinado. A veces nuestra vida también tiene que tomar esa forma: padres, padrinos, docentes, cuando se consiguió el fin del instrumento es necesario que desaparezcamos. Si queremos seguir brillando estaremos desubicados.

Quienes somos instumentos tenemos que tomar conciencia que es necesario que resplandezca Cristo y no nosotros.

Juan indicaba el camino, y Jesús apareció ofreciendo su intimidad. Seguramente el autor del evangelio era uno de esos dos discípulos porque sabe muchos detalles: recuerda que eran las 4 de la tarede, como algo que quedaría guardado para siempre en su corazón.

Uno de ellos, Ándrés, encontró a su hermano y lo condujo a Jesús. “Hemos encontrado al Mesías”, ese esperado desde hacía tiempo. El prometido, el que traería la verdadera luz, el que podría cumplir las esperanzas más profundas.

“Lo hemos encontrado”. Todo el que busca encuentra. También nosotros lo hemos encontrado. Es simple y sincero, no complicado. Somos nosotros quienes complican las cosas de la fe. Es fuerte, es fiel, es verás, no nos esconde nada. Es bueno estar con Jesús. Vale la pena dejarse encontrar por Él.

Hay un hermoso texto que dice “qué bueno es estar con Vos Jesús”. En esa simpleza, en esa experiencia de lo concreto en nuestras vidas, encontrarnos con Jesús nos trae el camino a la plenitud dando razón a nuestra existencia.

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Detener la búsqueda, hacerse indiferentes

Existe un peligro del cual tenemos que estar prevenidos en ésta búsqueda: la indiferencia. Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz 2015 con el lema “Vence la indiferencia y conquista la paz”:

Es cierto que la actitud del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia. Pero en nuestros días, esta tipología ha superado decididamente el ámbito individual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la «globalización de la indiferencia».

La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos[4]. Contra esta autocomprensión errónea de la persona, Benedicto XVI recordaba que ni el hombre ni su desarrollo son capaces de darse su significado último por sí mismo[5]; y, precedentemente, Pablo VI había afirmado que «no hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana»[6].

La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo. Desgraciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, propias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sentido solidario[7]. Más aún, esto puede comportar una cierta saturación que anestesia y, en cierta medida, relativiza la gravedad de los problemas. «Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una “educación” que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes»[8].

La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete[9]. «Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien»[10].

Al vivir en una casa común, no podemos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud, como he intentado hacer en la Laudato si’. (…)

En estos y en otros casos, la indiferencia provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación.

La indiferencia nos encierra en nuestro propio bienestar y nos aísla de los dolores y alegrías de nuestros hermanos.

(…) En el plano individual y comunitario, la indiferencia ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asume el aspecto de inercia y despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad.

El evangelio de hoy nos invita a ser hombres y mujeres de búsqueda. Sólo con esa búsqueda viene ese posterior encuentro y experiencia con Él.

Padre Daniel Cavallo