Convertir el corazón al Señor

lunes, 25 de enero de 2016

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25/01/2016 –  Entonces les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación.”El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán”.

San Marcos 16,15-18

Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre
hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros,
porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las
sombras, y Tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa
la desesperanza, y Tú los haces arder con la certeza de la
Pascua. Estamos cansados del camino, pero Tú nos confortas
en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos
que en verdad Tú has resucitado y que nos has dado la misión
de ser testigos de tu resurrección.
Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe
católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la
dificultad: Tú, que eres la Verdad misma como revelador del
Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a
sentir la belleza de creer en Ti.
Quédate en nuestras familias, ilumínalas en sus dudas,
sostenlas en sus dificultades, consuélalas en sus sufrimientos
y en la fatiga de cada día, cuando en torno a ellas se acumulan
sombras que amenazan su unidad y su naturaleza. Tú
que eres la Vida, quédate en nuestros hogares, para que sigan
siendo nidos donde nazca la vida humana abundante y
generosamente, donde se acoja, se ame, se respete la vida
desde su concepción hasta su término natural.
Quédate, Señor, con aquellos que en nuestras sociedades son
más vulnerables; quédate con los pobres y humildes, con los
indígenas y afroamericanos, que no siempre han encontrado
espacios y apoyo para expresar la riqueza de su cultura y la
sabiduría de su identidad. Quédate, Señor, con nuestros ni-
ños y con nuestros jóvenes, que son la esperanza y la riqueza
de nuestro continente, protégelos de tantas insidias que atentan
contra su inocencia y contra sus legítimas esperanzas.
¡Oh buen Pastor, quédate con nuestros ancianos y con nuestros
enfermos! ¡Fortalece a todos en su fe para que sean tus
discípulos y misioneros!

Benedicto XVI

La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y recordar a los fieles que en virtud d el bautismo todos estamos llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto implica estar con él, imitarlo. “Vayan por todo el muindo, proclamen la Buena Nueva a toda la creación” ésta es la misión que les deja a los discipulos antes de la asunción y esá destinado a todos los bautizados.
La Iglesia nos recuerda en cada bautismo, en cada uno nace un misionero.
Ésta fiesta, la conversión de San Pablo actualiza esta llamada  a la misión. Saulo era un judío que pertenecía  los saduceos, celoso de la ley. Hasta que Jesús mismo se le cruza en el camino y San Pablo pondrá al servicio de la fe cristiana todo el conocimiento de la ley. Será quien impulse para que el Evangelio llegue más allá de las fronteras de Israel. Es ésta experiencia de conversión.
El texto bíblico que relata la conversión de San Pablo nos pone en sintonía con nuestra propia conversión y hacer contacto con la pregunta “¿Qué debo hacer para convertirme?”.

La primera lectura Hechos de los Apóstoles 22,3-16

“Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como ustedes estan ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrare, para que los castigaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Yo pregunté: “¿Quién eres, Señor?” Me respondió: “Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues.” Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz. Yo pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?” El Señor me respondió: “Levántate, sigue hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer.” Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco. Un cierto Ananías, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: “Saulo, hermano, recobra la vista.” Inmediatamente recobré la vista y lo vi. Él me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados.” 

Una buena pregunta para iniciar un camino de conversión. Sabiendo que cada día hay un motivo y una forma para seguir viviendo este proceso de conversión. Nos animemos a preguntarle al Señor “Qué querés que haga?”. Queremos ser sus apóstoles, queremos hacer Tu voluntad.

¡Bendecido comienzo de semana! En la catequesis de hoy, a la luz de la conversión de #SanPablo queremos que nos compartas:Para tu conversión ¿Qué debés hacer?

Posted by Radio María Argentina on lunes, 25 de enero de 2016

¿Por qué celebramos la conversión de San Pablo? Porque la tradición nos destaca como alguien en la historia nació a la vida de la fe. No como estamos acostumbrados a las historias de los “llamados” de Jesús a seguirlo, o la vida de los santos.

La conversión de San Pablo no está lejana a nuestra realidad. La pregunta de Saulo “¿Qué debo hacer?” es la prueba clara de que la gracia está operando en el corazón de Pablo. Su vida entera dio un giro total. A tal punto que llega a escribir que para él ya no vivía el mismo sino que era Cristo quien vivía en él. Dedicó su vida entera a Jesús. El texto del libro de los Hechos de los Apóstoles relata que Jesús lo manda  a Damasco para que se presente a la comunidad.

Precisamente le primer el paso en el camino es unirse a la comunidad, no seguir solo, no cortarse. Su conversión es el mejor ejemplo para nuestras vidas y para nuestras comunidades de como debemos vivir el llamado a ser apóstoles.

Él no niega lo que era su vida y su hacer antes de conocer a Jesús. Se transforma de un perseguidor de cristianos a un anunciador fervoroso del Evangelio.

Cuantas frases del apóstol San Pablo manifiestas este estilo nuevo de vida desde y en Jesús, en donde se ve su vida entregada completamente a Jesús. Cuando dice que la gracia de Cristo triunfa en su debilidad porque el poder de Dios está en su debilidad. Son expresiones de un hombre convertido.

No hay un destino fatal para quienes destruyen y persiguen, en Jesús hay un nuevo camino para todos.

Hoy acaba la semana de oración por la unidad de los cristianos. Es el Concilio Vaticano II que nos presenta estos caminos ecuménicos para poder llegar  a ser realidad las palabras “un solo rebaño, un solo Señor”. Descubrir que es más lo que nos une que lo que nos separa.

Pablo VI llamó a María “Madre de la unidad”, unidad que tenemos que, todos los cristianos, tenemos que procurar.

Tras la resurrección del Señor, él mismo dice a los discípulos “Vayan por todo el mundo, anunciando la Buena Noticia”. No somos anunciadores de calamidades. Anunciamos la Buena Noticia que Cristo nos ha traído, proclamamos las grandezas del Señor.

Si nosotros confiamos Dios nos dará los recursos para la misión. Es siempre preguntarnos qué debemos hacer para convertir nuestra vida.

Cristo, mi única ganancia

Muchas veces cuando nos desanimamos porque nos sentimos no dignos o miserables tenemos la oportunidad de ponernos de pie, de recuperar la fortaleza al leer las palabras de San Pablo.

La unica cosa que San Pablo temía era ofender a Dios, lo demás lo tenía sin cuidado, por esto mismo lo único que buscaba era agradar a Dios. Y lo mejor de todo, gozaba del amor de Cristo. Prefería ser, con este amor, el último de todo, incluso de los condenados. Para él el único sufrimiento intolerable era no tener este amor del Señor. Las realidades presentes las despreciaba como hierba podrida. Consideraba como un juego de niños la muerte. ¿Cómo pudo hacerlo? Porque convirtió su vida a Cristo, algo a lo que nosotros también estamos llamados.

¿Tanto puede una conversión? Sin duda que sí, cuando nos convertimos de verdad todo cambia, todo recupera sentido. Todo se hace soportable.

Hoy aquí, ahora podemos  convertirnos de tal manera que nuestra vida se transforme totalmente. Hace falta un solo paso, decidirnos.

Compartimos del documento de Aparecida:

LA MISIÓN DE LA IGLESIA ES EVANGELIZAR
30. La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras.

31. La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (Cf. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (Cf. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (Cf. 2 Co 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (Cf. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (Cf. Lc 10, 4 ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio.

32. En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso21, podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo tiempo, su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios.

Una síntesis de lo que el Apóstol San Pablo hizo en y con su vida luego de preguntarle al Señor “¿Qué debo hacer?”