12/02/2016 – Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?”. Jesús les respondió: “¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Mt 9, 14-15
¡Bienvenidos a la Catequesis! ¿De qué actitud fea y negativa Dios te invita a ayunar hoy? Posted by Radio María Argentina on viernes, 12 de febrero de 2016
¡Bienvenidos a la Catequesis! ¿De qué actitud fea y negativa Dios te invita a ayunar hoy?
Posted by Radio María Argentina on viernes, 12 de febrero de 2016
El miércoles de ceniza hemos comenzado el tiempo cuaresmal, un camino de renovación que terminará en el nuevo nacimiento en la Pascua. A mí me gusta el miércoles de ceniza, bendecir las cenizas junto a la pila bautismal, donde nacerán tantos cristianos. La cuaresma tiene que ir de la mano a la Pascua y por ende al bautismo.
Es un camino para dejar lo viejo, de ahí el símbolo de las cenizas, para que el corazón que no puede hacer presente el evangelio pueda ser transformado por el Señor. Es un tiempo de gracia donde Dios nos sale al encuentro para construir un mundo nuevo. Queremos liberarnos de la muerte, ser instrumentos de una vida nueva, para renovados, contagiar a otros. Es un decidir avanzar decididamente cuesta arriba, caminando a Jerusalén para dar la vida.
El ayuno nos invita a despojarnos de tantas cosas inútiles y artificiales que nos pesan y que hacen que prevalezca el tener por sobre el ser. El ayuno es una invitación a despojarnos de lo innecesario. El ayuno que Dios quiere es que nos preparemos para encontrarnos con Él, y también con los hermanos para poder compartir. Cuando ayunamos comienza a haber sabor a fiesta, la que viene de adentro, entonces empieza a haber más equilibrio dentro nuestro, calmamos las pasiones, aparece la serenidad, mejoramos la mirada, y hasta somos capaces de abrazar a quienes nunca hubiéramos podido perdonar.
El ayuno es un elemento importante, no sólo el material. Implica recuperar el centro, liberarme de lo que me fue ocupando el corazón, para dejando lugar, experimentar la presencia del Señor, de su Espíritu y de sus frutos.
Dice el evangelio de hoy, que los fariseos preguntaban a Jesús por qué sus discípulos no ayunaban. Jesús habla de los amigos y el Esposo. No podemos separar el ayuno del esposo, de Jesús. Nos vaciamos para llenarnos de algo más valioso.
Jesús trae una novedad y sus discípulos lo empiezan a descubrir. Desde Jesús, ser discípulos no es cumplir normas, sino seguirlo a Él. Por eso San Pablo será tan claro, la ley no es mala pero nosotros creemos en Jesús. El pueblo tenía la ley de Moisés y muchas normas y costumbres incorporadas. Jesús dirá que “no vengo a abolir la ley sino a llevarla a su cumplimiento”, a su máximo esplendor que es el amor.
Jesús hablando de sí mismo, habla del Esposo. Hay una presencia nueva, la muerte ha sido vencida, y con ella hemos sido ungidos por la vida nueva del Resucitado. El ayuno es necesario para reordenarnos, para no dejar que las sombras de la muerte nos avancen. Necesitamos hacer fiesta con el Señor Resucitado, hacer fiesta porque la muerte ha sido vencida. Por eso podemos hacer fiesta aún en medio de las dificultades. Cuanto más gris esté el panorama implica que necesitamos más de la presencia del sol, Cristo Resucitado. La Cuaresma nos ayuda a preparar la fiesta. Nuestra previa a la Pascua es la Cuaresma, y no la hacemos en una esquina tomando alcohol, sino que nos reunimos para sacar lo que hemos puesto de más en el corazón. Nuestro ayuno es festivo, nos vamos agrupando para preparar la fiesta.
¡Que importante que haya fiesta en la vida cotidiana, que haya alegría! ¿Qué me pide de ayuno el Señor hoy? Que ayune de las cosas amargas, que me saque del corazón esa tentación de ver siempre el vaso medio vacío. No hay nada peor ni más peligroso que con la cuaresma se nos empiece a colar ese mecanismo hipócrita: de golpe empezar a ponernos en la vieja sintonía, cuando sin querer tenemos ese apego a la ley vacía. El fantasma de la hipocresía está dando vuelta como un león rugiente que quiere robarnos el evangelio. Entonces nos olvidamos de cómo acariciar a un niño o a un enfermo, y nos aparece el espíritu murmurador.
Cuidado con ponernos como en sintonía con lo formal, y entonces hoy no comemos carne pero le sacamos el cuero a todo el mundo, o de golpe, porque hice un poquito de ayuno creo que ya estoy en sintonía con el Señor pero mi corazón no es capaz de amar a nadie, o hago el Vía crucis piadosamente pero mi corazón no se acerca al via crucis existencial de nadie.
La alegría cristiana nos permite sintonizar porque no tiene como razón de ser lo externo, sino mi relación con el Esposo, la comunión con el Señor. La cuaresma es tiempo de discipulado, de ponerme a ver cómo sigo al Señor, y entonces darme cuenta que no lo puedo seguir con una camioneta llena de cosas, sino caminando, entonces la necesidad de desapegarme.
El Señor nos invita a ayunar pero hacerlo en el espíritu del Esposo, viviendo el cristianismo siguiendo a Jesús y no en el cumplimiento de normas externas. El Señor hace nuevas todas las cosas en lo cotidiano de cada día, con el regalo de estar con el Esposo, Jesús.
El Papa Francisco en la Exhortación apostólica de la Alegría del Evangelio dice que:
El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.
El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.
Quizás sea necesario preguntarnos cómo me he dejado engañar por el mal perdiendo la alegría. Que el “tiempo pasado fue lo mejor” es una mentira. Lo mejor siempre está por venir porque Dios está llegando. Podemos vivir un cristianismo alegre, donde Jesús está presente, en donde también hay lugar para el ayuno. Jesús me va a inspirar sobre qué ayunar, Él me va a ir mostrando qué cosas hay demás dentro mío y no el cumplimiento de normas. Puedo no comer carne pero alimentar mi corazón de envidia, de esa obsesión por el tener, de esa bronca que me quedó ante tal situación de injusticia, y eso me está haciendo mal.
El camino penitencial no es ver qué es lo que más me cuesta, sino también ir por donde ando bien para potenciarlo: si soy alegre, ver a quién transmitir alegría; si soy generoso ver a quién puedo ayudar mejor.
El ayuno al que el Señor nos invita toca nuestra vida concreta y cotidiana. El evangelio se hace carne en lo cotidiano. Si la Palabra de Dios no te ilumina el día y sólo queda en tu cabeza como una enseñanza, quiere decir que Jesús no está vivo en tu corazón. Cuando nos encontramos con el Señor, nos hace nuevo y diferente cada día.
Padre Alejandro Puiggari
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