17/02/2016 – Hoy iniciamos el camino de los Ejercicios Ignacianos que se extenderá durante la cuaresma. El Padre Ángel Rossi, sacerdote jesuita, junto al Padre Javier Soteras, quien dará los ejercicios este año, en un diálogo nos introducen con algunos puntos a tener en cuenta.
Primero sería bueno ver qué fueron para San Ignacio los Ejercicios. Para él fue una experiencia personal, no planeada como nosotros hoy en día los recibimos, sino que, después de su conversión, a partir de su experiencia, él se va caminando desde el País Vasco hasta Cataluña, vela sus armas (él no era militar pero era hombre de armas, como lo eran todos aquellos feudales) en el Monasterio de los Benedictinos de Monserrat, deja allí su espada como signo de dejar toda su vida pasada, y hace allí su confesión general (con un benedictino, y duró tres días…!). y después se va cerca, a Manresa. Allí comienza viviendo en el Convento de los Dominicos, pero durante el día se escapaba a una cueva, donde pasaba casi todo el día y ahí tenía sus experiencias de oración, que fueron durante un tiempo largo. Y a esta oración personal después él la va sistematizando. Algunos dicen que allí fueron sus Ejercicios. Otros dicen que quizás ahí rezó, pero les dio forma durante el tiempo en que estudiaba en París…
Ahí es la experiencia de él de oración y posiblemente la intuición de que esto tenía que hacerlo instrumento para los demás, esta gracia linda de los Ejercicios Ignacianos. Esto es lo que históricamente pasó. Hoy tenemos el librito de los Ejercicios, que es finalmente lo que Ignacio nos dejó de aquellas primeras experiencias.
Ignacio, una vez convertido, no se le cruza por la cabeza ni siquiera ser sacerdote; para él la figura de Francisco fue un poco motivadora, entonces su primer conversión es muy franciscana. Ignacio lo único que quiere y se le pone en la cabeza es ir a Tierra Santa, recorrer los caminos donde vivió Jesús (por eso en los Ejercicios, Ignacio usa mucho la “composición de lugar”, nos hace imaginar los sitios aunque no hayamos estado, incluso a veces describe él los lugares para que uno imagine el sitio y “se meta adentro”). Ignacio, en su primera conversión, todavía muy elemental, muy loca, muy enamorada, quería irse a Tierra Santa, recorrer los caminos por donde anduvo Jesús, y hablar de Él, contarle a la gente quien es Jesús. Es un poco la experiencia propia de la consolación: cuando uno está bien, está consolado, uno tiende a contar las cosas, busca otro a quien comunicarle lo que a mí me está dando alegría.
Una vez que va a Tierra Santa, empieza un proceso. Se va dando cuenta de que Dios le va pidiendo otra cosa. Por lo pronto, en Tierra Santa no puede quedarse porque están los turcos, está invadida y lo echan. Entonces empieza a discernir y a darse cuenta que Dios le anda pidiendo otra cosa. Él lo que quería era hacer el mayor bien a la gente; se da cuenta que un mayor bien sería, quizás, si él fuere sacerdote. Entonces da un paso más, va a estudiar a París. Es interesante ver toda una peregrinación interior, va caminando, no es que tuvo uno idea primera y allá fue; no, va caminando y va descubriendo (y eso es lo lindo) por dónde Dios lo va llevando, a través de lo que Dios le hace sentir y a través de las circunstancias de la vida.
Lo mismo que nos pasa a nosotros, por eso los Ejercicios son totalmente actuales, porque es un caminito interior, espiritual, no desencarnado, sino que rezo con mi vida. Y allí está la doble finalidad que Ignacio pone, para qué son los Ejercicios: dice que son un modo (no el único, no necesariamente el mejor) de buscar y hallar la voluntad de Dios, para seguirla.
Los Ejercicios para Ignacio siempre son de elección. No para ver un temita. La finalidad de los Ejercicios está dirigida a la elección, que puede ser elección de vida o, en el estado de vida que uno ya tiene, ver la elección de las cosas por donde Dios me va llevando.
Los Ejercicios son cristocéntricos, si bien Ignacio muchos veces nos hace rezar al Padre, al Espíritu Santo, nos pone de frente a la corte celestial, a todos los santos y a laVirgen, se vale de todo la “barra celestial”… El gran protagonista de los Ejercicios es Cristo. Ignacio, por ejemplo, en la primera semana donde uno intenta la purificación del corazón, nos hace poner frente a Cristo, y Cristo en cruz, y allí preguntarme qué he hecho por Cristo en mi vida, qué hago por Cristo y qué haré por Cristo. Esto, “por Cristo, por Cristo”, en San Ignacio es muy fuerte.
Luego, adentrándonos en los Ejercicios, una gracia, leit motiv, que San Ignacio ya no la suelta más, es “el interno conocimiento de Cristo Nuestro Señor”. En cada semana hay gracias particulares, pero desde la segunda hay esta gracia: “el interno conocimiento de Cristo Nuestro Señor”, para que conociéndolo, lo ame y, amándolo, lo siga o lo sirva. Ignacio usa indistintamente el “seguir” y el “servir”.
Recapitulando, entonces, en la historia de los Ejercicios Ignacianos, estamos evidentemente en presencia de una gracia, que en principio, uno puede intuir, leyendo la historia de San Ignacio, que la recibe en Manresa; que después en el camino, como cuando le hacen un regalo grande, uno va desarmando el paquete que Dios le puso en el corazón, y lo va ordenando también, en el peregrinar. Pero siempre ha habido como una intencionalidad de Jesús en su vida, que ha sido encontrarse con su Voluntad para hacerse un discípulo. Y, en este sentido, la centralidad de Jesús en el seguimiento del Señor, por un proceso interior. No es que cumpliendo el “método”, siguiendo las cosas que se me dicen, salgo como resultado un “ignaciano”. Sino que Ignacio nos mete en un camino de interioridad en el seguimiento de Jesús.
San Ignacio en los ejercicios da pautas, te ordena, te pone pautas para rezar, pero cada persona tiene su hora de oración y te lanza con total libertad. Libera para que uno, encontrándose con Jesús, se encuentre con uno mismo. En esto se diferencia el proceso de conocimiento personal de todos los otros procesos de autoconocimiento que por ahí hoy se ofrecen como “espirituales”.
Ignacio plantea todo para gloria de Dios, para mayor gloria Suya. La antropología Ignaciana lo pone a Jesús por encima de todo y, desde ese lugar, uno es más uno mismo. Continuamente los Ejercicios te van llevando a una interioridad, a un conocimiento de sí, que está centrado en la persona de Cristo, pero no es que evade el hacerse cargo de uno, o no entrar, o entrar sólo periféricamente… Dudo que haya una metodología que te lleve más adentro que los Ejercicios Espirituales.
Ignacio tenía una especie de sana obsesión por el más, que muchos lo han tildado de voluntarista, estoico, obsesivo, y en realidad no es así. Para Ignacio el más habla de radicalidad… pero no como esos papás que cuando el hijo se saca un 7, le dice, ¡eh, podés sacarte un 9!, y cuando llega al 9, ¡eh, podés sacarte un 10!, y después revienta el crío porque no le daba el cuero. No, para Ignacio el más es que uno sea fiel a lo que Dios a uno le pide. Que no siempre es más, a veces es menos.
Para Ignacio el más a veces es menos en el sentido de que él habla de mayor servicio, mayor humildad, mayor esconderse… Es un más que no es según el mundo (“vos estás para más…”), es un más de “contramano”, un más de ocultamiento, un más de servicio silencioso, tiene que ver con el deseo de Dios. Y a Ignacio se ve que esto lo tira para adelante. Él habla de mayor servicio, la mayor gloria de Dios (ad major dei gloriam). No sólo la gloria de Dios, sino la mayor gloria de Dios. No sólo servir, sino buscar el mayor servicio. No solo la humildad, sino lo que Ignacio va a llamar el tercer grado de humildad, es decir, la mayor de las humildades…
Es una radicalidad evangélica y a la vez una especie de optimismo; Ignacio no se queda sino que va para adelante, pero no hacia lo irrealizable, hacia una utopía imposible que después destruye o frustra… Su más es la sabiduría, la discreción de ver lo que a cada uno de nosotros Dios nos pide, o no nos pide a veces. La aceptación de que esto Dios no me lo pide, ni me da el cuero… Ignacio apunta mucho a lo que llama la discreción espiritual, es decir, encontrar el punto medio, que no es la mediocridad sino aquello que Dios quiere para mí. A veces está la tentación de creer que Dios me está pidiendo más, y la persona se pasa la vida culposamente, suponiendo que hace la mitad de lo que podría. Y al final ni goza ni hace lo que debería, porque al no saber bien qué tiene que hacer, deja de hacer lo que debería haberse ya dado cuenta…
El discernimiento es un instrumento de los Ejercicios, así como el ámbito propio de los Ejercicios es la oración. Esa oración se completa con lo que se llama el examen de la oración, es decir, no solo rezo, sino que además reviso lo que ha pasado por mi corazón, entonces ahí entra el instrumento del discernimiento, que es un modo de rezar.
San Juan de Ávila decía que el demonio le conoce la voz a Dios y también puede hablar simulando. U otras veces uno mismo quiere estar con Dios pero está distraído: las circunstancias, lo que me está angustiando, un pensamiento que me viene, una tristeza, el recuerdo de algún pecado, me aleja de Dios. Entonces el discernimiento es un instrumento sencillo, no es una cosa para grandes elevados; y además lo pedimos como gracia, está dentro de los carismas de los que habla Pablo.
El discernimiento no es para grandes elevados, sino algo sencillo, un regalo de Dios. Discernir significa distinguir, contemplar distinguiendo. Yo puedo darme cuenta de que alguna idea, alguna imagen, algo que recé me dio alegría, me hizo bien, me dio ganas de luchar, me dio la esperanza de mejorar si ando muy tirado, me llevó a desear perdonar a otros, o pedir el perdón. O sea, voy pescando lo que voy sintiendo en la oración. Porque a veces sentimos muchas cosas que, al no revisarlas, no las llevamos a la práctica, o no las agradecemos, o no las disfrutamos.
Y a veces hay pensamientos de tristeza, de desánimo, de bronca, de desvalorizarme, que aparecen en la oración. Y si yo no me animo a darme cuenta de que aquello no era de Dios, me lo trago incluso como si fuera de Dios, como si Dios me hubiera desvalorizado, entristecido, me hubiera quitado ánimo. Y Dios no se dedica a eso, sino justamente a lo contrario. Entonces, uno va distinguiendo lo que es de Dios, lo que siento que me da paz, alegría y, por lo tanto, es de Dios, lo sigo, dice Ignacio. Lo que siento que no me ayuda, me entristece, me desanima, me tira abajo lo que me he propuesto, sabiendo que aquello es bueno, eso no es de Dios, entonces lo pesco, dice Ignacio, y lo lanzo, lo tiro afuera, o hago lo contrario de lo que el mal espíritu me está sugiriendo, le doy la espalda. Hay distintas caminos, Santa Teresita tiene esa idea: “le doy la espalda y me voy”, lo dejo hablando solo al mal espíritu.
Ignacio sugería que todo el mundo hiciera Ejercicios, en la medida de que hubiera la suficiente capacidad espiritual. Ignacio les hacía hacer los Ejercicios a sus compañeros, primero para elección de vida y también les hacía hacer Ejercicios cuando tenían que tomar grandes decisiones. Los Ejercicios no son solo para los Jesuitas, no es uno práctica propias y exclusiva de la Orden, sino que Ignacio dice que es para todo hombre de buena voluntad que desee hacerlos.
San Alberto Hurtado, el jesuita chileno, daba ejercicios con mucho fuerza, a los jóvenes, a los grandes, y decía: la vida religiosa de los laicos se basa en la enseñanza de la Iglesia, se alimenta con los sacramentos, se renueva cada año en los Ejercicios y se muestra en obras de apostolado. Así, los Ejercicios nos llevan siempre a la acción. Dice San Ignacio que el amor se manifiesta más en obras que en palabras.
Y Hurtado vivió esto en su vida, porque su oración siempre estuvo dirigida a los gestos, que bajen del corazón a las manos. Decía: “estimen mucho y apliquen frecuentemente aquel instrumento preciosísimo de renovación personal y social que son los Ejercicios… Los Ejercicios son una excelente escuela de líderes donde se despierta la primera chispa del idealismo. Son el más poderoso estímulo para desprenderse de lo visible y adherirse con Espíritu de fe a las realidades invisibles. Son una escuela inmejorable de vida interior, una fragua que ha forjado a hombres conscientes, reflexivos y de carácter”.
También decía: “Haga cualquier sacrificio para asistir a Ejercicios, pues nada en el mundo puede haber más importante que el conocimiento de la voluntad de Dios acerca de nosotros mismos y acerca de todas nuestras actividades. Todo va ordenado en los Ejercicios a ordenar la vida, sin determinarse por afección alguna que desordenada sea”. Ordenarse para un estado de vida, o para ir eliminando aquellas cosas que me están desordenando el corazón.
San Ignacio dentro del texto de Ejercicios pone una nota de que quienes estén muy ocupados y no puedan dejar sus actividades para hacerlo de “modo cerrado”, puedan hacerlo de “modo abierto”. Esto hace que la oración después se corrobore con la vida y que lo que uno rezó se meta dentro de la propia vida. Y uno empieza a discernir no sólo la oración, sino las cosas de Dios en la vida. Así uno se da cuenta que en el día hubo cosas que fueron de Dios, cosas que no ayudaron, cosas que se pueden dejar.
Hay una gracia en los Ejercicios, que es buscar y hallar la voluntad de Dios y habiéndola encontrado, seguirlo a Jesús, traduciendo en la vida, en obras y en el apostolado diario de la familia, el trabajo, el sindicato, la fábrica, en la recreación, traducirlo en gestos, en actitudes, ser luz en el mundo. Esta sería la gracia hacia la que nos conduce el entrar en este método de trabajo interior, de seguimiento de Jesús en discernimiento. Pero también decimos que para alcanzar ese camino, Ignacio nos va llevando progresivamente en pedir algunas gracias durante los Ejercicios.
Teniendo en cuenta que el objetivo de los Ejercicios es buscar y hallar la voluntad de Dios, cada semana tiene un trabajo y una petición distinta, sobre lo que gira cada semana.
Lo primero es la perseverancia. Seguramente va a ser la piedra de toque, lo que más nos va a costar, porque cuesta seguirlo, porque en la vida a veces surgen imprevistos, o nos cansamos, o lo que sea… Pero si nos proponemos seguirlo como camino de oración en esta Cuaresma, que sea una decisión ya ahora: yo voy a hacer estos Ejercicios. Así como cuando uno los hace “cerrado”, para ir el viernes al Retiro, el jueves tiene que decir “me voy mañana de Ejercicios”, y tiene que explicárselo a su marido, a sus hijos, así también lo decido ahora. Acá… el hecho de que sean “abiertos” uno podría pensar “algunos días sí, otros días no”… No. Nadie me va a pedir cuenta de esto, pero si lo decido, dentro de lo que de mí dependa, me hago cargo y deseo hacerlos seriamente.
El segundo punto es el siguiente: a través de la Radio, de la web, recibirán la materia acerca de lo que deben rezar. Cada día vamos a recibir la meditación del día en la catequesis y después en la página van a estar publicados los puntos a trabajar sobre la meditación del día.
Una vez que ya se sabe con qué rezar, el ejercitante tiene que pensar en qué momento va a rezar con eso que ahora recibe. Yo les diría: generosidad, pero junto con realismo. Ni una hora entera, que quizás no te dé el cuero, o sí, depende de cada uno; pero ser realista al decidir cuánto y en qué momento uno va a rezar. Y que sea un tiempo fijo.
Después del momento de oración, siempre hay que dedicar cinco minutos a revisar cómo me ha ido en la oración. Ese es el ámbito del discernimiento: ver qué tengo que ver en la oración que acabo de hacer, qué es lo importante de pescar en ella.Por ejemplo, si dedico veinte minutos a la oración, después que termine esos veinte minutos, me tomo cinco minutos para ver cómo me ha ido en la oración. Incluso allí ayuda anotar alguna cosa: lo que voy sintiendo, los pensamientos… Entonces uno va ejercitándose en esto.
Y no desanimarse si al comienzo nos parece una cosa marciana. Uno se va dando cuenta que ni es tan difícil ni algo imposible de realizar.
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