Santa Teresa de Jesús: Un tiempo de estancamiento

lunes, 4 de julio de 2016
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04/07/2016 –  Teresa de Ávila, dentro de su camino de seguimiento de Jesús entra en un tiempo de estancamiento, en lo que luego  llemará como “una segunda conversión”.
“Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti.”

Juan 17, 1-11a

 

Luego ingresó Santa Teresa en un tiempo de estancamiento espiritual. “Estuve en este mar tempestuoso de verme perdida durante veinte años. Llevaba una vida mediocre, me caía y me levantaba. Sólo me preocupaba de no hacer faltas graves, le daba poca importancia a los pecados veniales. En realidad era una vida penosa pues no disfrutaba ni de los pasatiempos mundanos ni del trato con Dios. Aunque para ser sincera, en esos años hubo períodos – hasta un año entero- en que me daba más a la oración y cuidaba mucho de no ofender a Dios. Esto ocurría en especial cuando me sentía más enferma.

Gracias a que Dios me dio fuerzas, pese a todo lo que he dicho, y no volví a dejar la meditación. No voy a ser tan atrevida como para ponerme a hablar aquí sobre la oración. Ya muchos grandes santos han escrito sobre este tema. Para mí, oración es tratar de amigo a amigo con Dios, durante breves o largos ratos. Durante esos años el tema constante que trataba con Dios era acerca de lo mucho que lo ofendía y lo mucho que le debo, que hay gloria e infierno y los dolores que él soportó por mí.

Durante ese tiempo me resultaba, muchas veces, difícil la oración, deseaba que sonara el reloj para finalizar la hora de oración. Prefería hacer algo bueno o una dura penitencia antes que recogerme a hacer oración. Algunas veces me tenía que hacer una gran violencia para comenzar la oración por la tristeza que me daba. Pero precisamente, cuando me era más dificultoso el comienzo era cuando después me sentía con más paz y recibía mayores gracias. Sentía yo que no estaba bien lo que hacía y le suplicaba al Señor que me ayudase. Pero creo que faltaba lo más importante: poner toda la confianza en Él y ninguna en mí. Buscaba remedio, hacía muchas cosas, pero no entendía que todo aprovecha poco si no quitamos la confianza en nosotros mismos y la ponemos en Dios. Gracias a que perseveré en la oración se fueron remediando todos mis males y me fue dando Dios grandes regalos como luego diré”.

Así como lo hizo Santa Teresa de Jesús, tal vez te ayude poner por escrito o simplemente rememorar los momentos de oración en tu vida donde fueron las mayores gracias que de Dios recibiste, o también los momentos de mayor sequedad espiritual que hubo en tu vida y por qué suponés que ocurrió esto. Ponerlo por escrito puede ayudarte a ver claramente hacia dónde va el Señor en este trato de amistad que entabla con vos en el camino de la oración.

 

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Santa Teresa y su segunda conversión

Continuando con Santa Teresa de Ávila, ella tuvo una segunda conversión en su vida: “En una ocasión al ver una imagen de Cristo flagelado sentí una grandísima devoción y con lágrimas le pedí que me diera fuerza para no volver a ofenderlo. Le dije que no me levantaría de allí hasta que no hiciese lo que le pedía. Y me parece que desde ese momento comencé a mejorar. Cuando me costaba reflexionar prefería hacer oración representándome a Cristo en su pasión, sobre todo en los momentos que estuvo solo y afligido. En especial me lo representaba en el Huerto de los Olivos, deseaba limpiarle ese penoso sudor pero sin atreverme a hacerlo por mis pecados. Durante muchos años, antes de dormirme, pensaba un poco en esa oración del Huerto. En aquel tiempo me dieron las ´Confesiones` de San Agustín. Creo que el Señor así lo dispuso, pues yo nunca las había visto. Al leerlas me parecía verme a mí misma. Y cuando llegué al pasaje de su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el Huerto, me parece que el Señor me habló a mí. Permanecí largo rato llorando. ¡Cómo se sufre por estar esclavizado deseando llegar a la libertad, y qué de tormentos se padecen! Después de esto comencé a sentir más fuerza en mi alma y también mayores deseos de estar en oración”.

Dice Teresa que su estancamiento duró 20 años. Dicen San Juan de la Cruz que los males de amor se cura sólo con presencia y figura. Fue a partir de aquel momento de oración frente al Cristo llagado, cuando dice que no se iba a mover del lugar donde estaba hasta que el Señor le concediera lo que le estaba pidiendo, que era, ni más ni menos, cambiar de corazón y de forma vida. “Empezó a sobrevenir, por breves instantes, un profundo sentimiento de la presencia de Dios dentro de mí. Esto sucedía o estando en oración, leyendo o en cualquier otro momento. Pero antes que me ocurriera eso tuve un período en que me conmovía sobremanera considerando los dolores de Cristo y mis faltas. Puede ser que en parte sean nuestras las lágrimas que derramamos, en esos momentos pero en parte nos las da Dios pues a veces vienen sin que las podamos resistir. Parece que nos retribuye la atención que tuvimos en recordar la pasión, concediéndonos el consuelo de llorar por tan gran Señor. Es importante el darse cuenta que es Dios el que nos está dando algo regalado; no es algo que provenga de nuestro esfuerzos o merecimientos. De este modo brotará más amor y agradecimiento hacia Dios que tanto nos cuida y nos regala. Tenemos que tener una confianza en que si Dios nos comienza a regalar, Él también nos dará fuerzas para resistir las tentaciones que nos apartan de la humildad. Y así como recordamos todos los favores de la creación y la redención para agradecerlos a Dios, también es conveniente que traigamos a la memoria estos favores particulares -que nos hace a cada uno- para darle gracias y sentirnos más comprometidos a amarlo y a servirlo. Lo que voy a escribir, de ahora en adelante, no quiero que se sepa que es mío. Si a alguien se le muestra estos escritos que no se me nombre. Si algo bueno dijese es gracias al Señor, lo que diga mal, es mío. Todo lo escrito hasta aquí y lo que expondré solamente se hizo por cumplir una orden. Ruego que se me corrija y se quemen estos papeles si estoy equivocada”.

Esto es lo que relata Teresa de Jesús, cuando por obediencia va a escribir acerca de la oración, la trama de amor con la que Dios fue tejiendo su vida desde muy pequeña. “Cuando comencé a escribir estas cosas de oración, como me habían ordenado, me parecía imposible poder hacerlo, como el hablar griego, por lo dificultoso del tema. Pero un día, después de comulgar aclaró Dios mi entendimiento, ¡Oh virtud de la obediencia que todo lo puede! ¡Bendito sea el Señor que así favorece a los ignorantes! Por lo que vuelvo a repetir que lo bueno que se encuentre en lo que escribo viene de Dios y lo malo es mío. Gracias a la oración y a los dones que Dios nos hace en ella, sentimos su grandeza, ¡El alma se hace devota de la Reina del cielo para que ella te aplaque Señor! Se invoca a los Santos para que nos ayuden. Todo lo que usamos parece bueno -aunque sea lo peor- pues uno ve que ni merece la tierra que pisa. Se frecuentan los sacramentos y se da gracias a Dios por la fuerza medicinal que poseen, no solo calman nuestras enfermedades sino que del todo nos sanan. Creo que el Señor me dio tan grandes regalos porque vio mi debilidad, la prueba está en que conozco algunas almas mejores que yo que lo sirven sin tantos favores.

Cuando recuerdo el tiempo en que dejé de hacer oración engañada por las falsas razones de la humildad, ¡qué ceguedad la mía! ¿En dónde pensaba, Señor mío, encontrar remedio sino en ti? ¡Qué disparate huir de la luz para andar siempre tropezando! ¡Qué humildad tan absurda inventó en mí el demonio, apartarme de estar arrimada a la columna de apoyo para no caer! Ahora me santiguo al recordar el terrible peligro que pasé. El Tentador me había hecho pensar, ¿cómo siendo tan pecadora voy a hacer oración?, que me bastaba rezar como todas; si eso mismo no me hacía bien, ¿cómo quería hacer más?

Cuídense, por amor de Dios, todos los que hacen oración. Sepan que el tiempo que estuve sin ella, llevaba una vida peor. Me asombro y me espanto al recordarme eso. Esperaba estar limpia de pecados para hacer oración. ¡Qué mal encaminada andaba pues así hubiera seguido hasta el fin de mis días, cayendo de mal en peor! Esto no quiere decir que al tener oración se acaben las tentaciones. Aunque un alma sea muy favorecida por Dios en la oración, que no se confíe, pues puede caer. No deje de vigilar lo que sale de su corazón. Para esto y para todo hay gran necesidad de guía y trato con personas espirituales. Unas veces me atormentaba mucho –aún ahora también– el ver que personas importantes me tomaban en cuenta y hablaban muy bien de mí. Pues al mirar la vida de Cristo y de los Santos me parecía ir a contramano, ellos iban por camino de desprecios e injurias. Cuando se me sobrestima ni me atrevo a levantar la cabeza, y me siento mucho mejor cuando sufro persecuciones y contradicciones. Cuando pensaba que los dones extraordinarios que el Señor me daba, se iban a conocer en público, era tan excesivo el tormento que quedaba muy inquieta. Creo que hubiera preferido que me enterraran viva a tener que pasar por eso. Y cuando tuve un éxtasis a la vista de todos, quedé tan avergonzada que deseaba irme lejos donde nadie me viera más. Una vez que estaba muy apenada por estas cosas, me dijo el Señor: ´porqué temía, que en eso no podía sino haber dos cosas, o que murmurasen de mí o que lo alabaran a Él`, dando a entender que tanto dijeran una cosa como la otra, redundaría en mi provecho, que no me atemorizara. Esos temores me quitaban la paz y me di cuenta de que no nacían de verdadera humildad. Lo que la gente admiraba en mí, no era algo propio sino de Dios, no tenía por qué preocuparme. También caí en otro extremo, cada vez que alguien veía algún bien en mí, le suplicaba a Dios que también viera mis pecados. Y hasta yo misma por rodeos o como podía, le hacía entender mis pecados. Pues me parecía que engañaba a la gente. Ahora me doy cuenta de que todos esos temores no estaban bien, pues, si una persona está totalmente entregada a Dios no tiene que importarle que digan bien o mal de ella”.

Santa Teresa de Ávila