La vida, el precio que pagó Juan por la verdad

viernes, 8 de febrero de 2019
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Fue tanto el compromiso, que Juan Bautista tuvo con su misión de ser quien preparaba los corazones, que dió su vida por esta misión.

Seguir a Jesús implica estar dispuesto a dar la vida. A lo mejor que sin duda en este tiempo o en el lugar donde estamos, no es la vida más la sangre la que tenemos que dar, sino soportar que nos carguen, que nos persigan, que nos digan muchas veces que somos retrógrados, quedados en el tiempo, que no nos adaptamos al mundo de hoy, porque muchas veces dependemos de los valores de Jesús y del Reino que muchas veces son contraculturales, es decir, van en contra que la cultura nos propone. Sin duda que si nos tomamos en serio ser cristianos, nos van a perseguir, nos van a dejar de lado, nos van a hacer callar, nos van a decir que nuestra palabra no tiene ningún valor. Tenemos que estar dispuestos a eso y descubrir que allí está nuestra alegría. Es porque Jesús prometió persecuciones pero por sobre todo prometió la vida eterna.

Jesús dice: “El que persevera tendrá la felicidad y la vida eterna”. Que el testimonio de Juan nos aliente a dar nuestro testimonio aunque muchas veces sea difícil y el costo sea ser perseguidos, seamos jóvenes valientes que sigan a Jesús!

El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: “Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos:
Otros afirmaban: “Es Elías”. Y otros: “Es un profeta como los antiguos”.
Pero Herodes, al oír todo esto, decía: “Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado”.
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado.
Porque Juan decía a Herodes: “No te es lícito tener a la mujer de tu hermano”.
Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía,
porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea.
La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: “Pídeme lo que quieras y te lo daré”.
Y le aseguró bajo juramento: “Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”.
Ella fue a preguntar a su madre: “¿Qué debo pedirle?”. “La cabeza de Juan el Bautista”, respondió esta.
La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: “Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista”.
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla.
En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan.
El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Mc 6,14-29