El mérito y la Santidad Cristiana

martes, 14 de agosto de 2012
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Buen día a todos los que se suman a esta hora del Despertar con María, hace dieciséis años que compartimos el espacio de nuestra catequesis para sintonizar el corazón en presencia del Señor, intentamos ponerle un sentido distinto para recorrer las 24 horas del día que iniciamos, hoy el camino de Santidad al que Dios nos llama.

 

Ayer hablamos sobre el camino de la gracia con que Dios nos invita a ser nuevos, antes de ayer hablábamos de la nueva ley que Dios viene a instalar como camino que nos conduce a la plenitud a la que Dios nos llama, plenitud que es la santidad.

La posibilidad de recorrer ese camino de nueva ley para llegar a la plenitud es obra de la gracia,

La pregunta es ¿qué mérito hay de parte de nosotros? El mérito y la santidad es el tema de nuestra catequesis de hoy.

 

Lo primero que hay que hacer es que significa el término mérito.

El término “mérito” designa en general la retribución debida por parte de una comunidad o una sociedad a la acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige.

Según el catecismo, frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por parte del hombre. Entre Él y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de Él, nuestro Creador.

El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que Él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo, en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente.

Podríamos decir que hay un mérito en segundo lugar, ayer decíamos que la respuesta a la gracia de Dios en nosotros también es gracia, no quiere decir esto que no haya un ejercicio de la libertad que esté condicionado, pero sí necesitamos de la gracia de Dios para elevar nuestra naturaleza a la altura de lo que Dios nos propone y nos pide para el camino.

La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos, según la justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho del amor, que nos hace “coherederos” de Cristo y dignos de obtener la herencia prometida de la vida eterna (cf Concilio de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras buenas obras son dones de la bondad divina. “La gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido […] Los méritos son dones de Dios” (San Agustín, Sermo298, 4-5).

Este camino de ir hacia donde Dios nos llama no lo logramos subiéndonos a una escalera que peldaño tras peldaño con nuestro esfuerzo nos conduce hasta donde Dios nos espera, es más bien como constataba en su propia existencia Teresita de Jesús, que ante la conciencia de su fragilidad, lejos de poder ella dar un paso para superar el primer peldaño de la escalera donde Dios la llamaba, necesitaba que la suban en ascensor.

Esto es como ir en avión o ir n helicóptero, porque para andar en avión uno tiene que carretear mucho y ver si después con lo favorable del tiempo despega, en cambio el helicóptero sin carretear tanto uno despega hacia arriba rápidamente.

Eso sería el cómo y de qué manera nosotros podemos llegar a Dios, no hace falta tanto recorrido para alcanzarlo, sino que Dios nos ponga en el lugar donde él mismo nos llama para hacer lo que estamos llamados a hacer.

En este sentido la gracia es antes, durante y después de nuestro obrar también nos acompaña.

La misericordia divina es lo que rodea al conjunto de nuestro ser, el don de la misericordia divina es lo que nos rescata del drama de nuestra propia libertad herida por el pecado y con dificultades para hacer lo que estamos llamados a ser. Tenemos un determinado camino a recorrer, las posibilidades de alcanzarlo no está tanto en nuestro esfuerzo sino en que Dios obre lo que tiene que hacer en nuestra vida. El amor de Dios es el que nos pone en sintonía para llegar a ser lo que estamos llamados a ser.

De ahí que lo primero que tenemos que hacer al comenzar nuestra jornada es ponernos en presencia de Dios.

El que se pone en la presencia de Dios sabe que el primer movimiento en la vida depende de Dios y nosotros debemos secundar la obra misma que Dios ha iniciado con la gracia misma de Dios. Esto nos conduce a un camino de santidad. 

¿Qué es la Santidad? La santidad es la configuración de nuestra persona a la persona de Dios, es la imitación de nuestro ser personal en Cristo, pero no como quien hace el esfuerzo para parecerse sino como quien es injertado en el misterio de Dios para recibir la savia de vida que brota del misterio de Cristo Jesús y su Pascua.

La santidad cristiana

Si el camino que nos conduce a la santidad es obra primera de Dios que mueve el corazón a dar respuesta a aquel lugar donde Dios mismo nos llama y nos conduce, según tu manera de entender, qué rasgos en tu vida hoy están necesitando esa gracia contundente.

Hay aspectos de nuestra vida donde Dios quiere ayudarnos a crecer. Entonces podemos entender que,

… el camino de la santidad hoy pasa por dejarme llevar por Dios en el ámbito de la familia, en el dialogo.

… para mí hoy el camino de la santidad viene configurado bajo el rostro de la confianza, hay determinadas circunstancias en que me doy cuenta que por mas esfuerzo que yo haga para intentar resolver las dificultades que aparecen en el camino es con confianza en el tiempo que Dios tiene para ir obrando.

… a mí particularmente en este tiempo me importa trabajar en la gracia de Dios, la paciencia, porque las circunstancias que se presentan difíciles de superar me implican un esfuerzo al cual no estoy acostumbrado, y ameritan ser serenas y pacientes.

Hay momentos en que la vida está siendo reclamada por Dios para que desde ese lugar recorramos el camino de la santidad.

… yo me doy cuenta que es en una escucha más atenta al obrar de Dios dentro mío, donde tengo que prestar atención para dejarme conducir por la palabra hasta donde Dios me quiera llevar, reconociendo que allí está la fuerza transformante de mi vida, en la palabra de Dios.

Lo que estamos intentando compartir en esta mañana es, en qué lugar percibís que Dios está tomando iniciativa para llevarte por un lugar donde te llama a la santidad, porque el que es tres veces santo es el que nos hace santos.

“Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman […] a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm 8, 28-30).

Esto quiere decir que Dios obra en nosotros con profundidad, por eso la hora de recorrer el camino de la santidad siguiéndolo al Señor, nosotros debemos pensar más que en qué tenemos que hacer, en qué quiere hacer Dios en mi vida, y ver cómo dispongo mi corazón para que la obra de Dios sea la que él desde siempre pensó. Dejar que Dios obre en nosotros.

En el documento del Concilio Vaticano II referido a la eclesialidad en el número 40, dice “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad”. Todos son llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48):

«Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo […] para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos».

El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama “mística”, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos —“los santos misterios”— y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos.

Esto supone abandonar nuestra propia manera de entender y dejarnos llevar por el camino por donde Dios nos quiera conducir, y aquí es donde se produce la Pascua más profunda, entender que Dios tiene caminos distintos a los que nosotros proyectamos de la manera mejor intencionada nuestro propio camino.

El progreso en el seguimiento de Jesús supone básicamente esta ascesis personal, esta mortificación, este morir a nuestro modo para vivir en el modo de Dios. Esto es sobrenaturalizar nuestra existencia dejando que sea Dios el que guía, el que conduce, el que lleva adelante la obra.

Dice San Gregorio de Nisa, «El que asciende no termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido» ( In Canticumhomilia 8).

La aspiración más profunda del corazón humano no es vivir según lo que aquí y ahora encontró como término del camino sino ir por lo que más Dios quiera llevarnos en configurarnos con él.

Desde allí se entiende el mas tras más de San Ignacio, tras mas las gracias que Dios quiera regalarnos, para eso le pedimos a Dios espíritu de docilidad, de conformidad según su voluntad, espíritu de aceptación del camino como está planteado, espíritu de confianza de entender que en ese camino sencillo, sinuoso, con piedras, Dios nos lleva a hacernos profundamente uno con Él.

Configurar la vida en Cristo Jesús es vivir la Pascua de Cristo, es hacerse uno con el misterio pascual de Cristo Jesús, por eso el cristiano encuentra el alimento para poder caminar en santidad es en la Eucaristía. Allí el misterio pascual se renueva para nosotros y somos invitados a entrar en comunión profunda con él haciéndonos uno con Cristo Jesús. Al decir Amén en el momento de comulgar somos asumidos en el misterio de la Pascua de Cristo para vivir conforme a la Pascua Cristo, aprendiendo a morir y a resucitar con él,

Es en este lugar de transformación en Cristo donde nosotros podemos ser transformados por Cristo. La Pascua es el lugar donde el cristiano configura su vida en Cristo Jesús y ese lugar se renueva todos los días para nosotros en el misterio eucarístico. De allí que es una gracia poder todos los días acercarnos a la Eucaristía y allí el Señor nos da todas las gracias para poder vivir configurados en su persona, hechos a su medida. De la Eucaristía brotan todas las gracias que las personas necesitamos para vivir según el plan y el proyecto de Dios.

 Nos vamos despidiendo de esta semana, nos encontramos el lunes para nuestro despertar con María, un abrazo grande para todos.