La multiplicación de los panes

viernes, 11 de abril de 2008
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Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud al ver los signos que hacía curando a los enfermos.

Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.

Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”. Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.

Felipe le respondió: “Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan”.

Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: ”Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?”.

Jesús le respondió: “Háganlos sentar”.

Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres.

Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.

Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: “Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada”.

Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.

Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: “Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo”.

Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.

Juan 6, 1 – 15

Es una maravilla este relato. Es lindo poder encontrar un espacio en esta jornada, y en un silencio prolongado detenernos en el tiempo para dejar que esta contemplación nos invada y se nos vaya metiendo en nuestro interior. Que vaya dándonos el sentido que Jesús quiere dar a nuestra vida. Que vaya despertando aquellas cosas que son necesarias que resuciten y despierten dentro de cada uno de nosotros.

Jesús pasó a la orilla del lago de Tiberíades. Jesús hizo muchos signos siempre cerca del agua, alrededor de los lagos.

Cuando se encontró con Pedro, se subió a su barca y anunció. Le dijo que tenía que tirar las redes a la derecha, ya que Pedro no había pescado nada en toda la noche. Allí se hizo la pesca abundante de la nada, de golpe en el lugar donde no dio la pesca de Pedro.

Todo un símbolo. Pedro en el lago encontrándose de esta manera con Jesús. Tirado a los pies de Jesús en su barca, le dice: “apártate de mí porque soy un pescador”, lo que provoca el encuentro con el Señor. Que maravilloso y profundo fue el encuentro. No sólo fue un signo. Pedro vio el signo, y eso, es algo maravilloso. Pedro toma el signo para dilatar su corazón, para experimentar hondamente su estrechez, su pequeñez.

Cuando Moisés caminaba por aquel campo se encuentra con la zarza ardiente y la voz que le dice: ”quítate las sandalias porque el terreno que estás pisando es tierra sagrada. Moisés se descalza y está desnudo delante de Dios. Como Adán con libertad que tenía ante del pecado. Así Moisés, desnudo y despojado delante de Dios. Jesús, también en la cruz, está despojado, desposeído, quitado de sus afectos, de los consuelos de la gracia, del amor del Padre, de la sensibilidad y la prueba profunda de la fe. Jesús se estremece y se despoja ante el acontecimiento del cumplimiento de la realización de las promesas.

Pedro a los pies del Señor no se queda con el signo. Cuando el señor estuvo en la cruz clavado, algunos pasaron y le dijeron: “si te bajas de la cruz creeremos en ti”.

¿Se acuerdan? Cómo nos gustan los signos y las cosas en que la fe se muestra exitosa, como algo poderoso y mágico ¡Qué tentación tan grande hay detrás de esto! ¡Que pena produce en aquellos que conocen a Jesús! Que dolor ver tantas almas que corren detrás de los consuelos de Dios, y no buscan a aquel Dios que da también, la cruz y, no sólo el consuelo. Dios para serle fiel al que da los consuelos, también nos da la gracia para que carguemos la cruz.

Muchas veces nuestra vida de fe y de muchos hermanos radica en esta experiencia. Vivimos de los signos.

En este tiempo de la carencia de lo sobrenatural, de una experiencia compartida de fe, de una conciencia formada en el evangelio, en un tiempo en que a veces no está Jesús fuerte en los corazones; son los signos los que subyugan la atención. A veces creyendo que son siempre en nombre de Dios, los buscamos porque nos hemos acostumbrados a esa sensibilidad exasperada, exacerbada. Nos gusta el mundo de la sanación, el mundo impactante de los signos y de los milagros.

Tiene más valor eso; que aquella presencia silenciosa, auténtica y real de Jesús en la eucaristía en la celebración del misterio eucarístico cada día.

No es que una cosa vaya contra la otra. Pero ¿Por qué nos detenemos en los signos? Es como aquella persona que en vez de felicitar al autor de la obra del cuadro, se queda absorto en el cuadro. Pudiendo llegar al autor, se queda en aquello que es una pálida aunque bellísima expresión de la profundidad del corazón de aquel autor del cuadro.

La gente se acerca al mar de Tiberíades donde va Jesús. Allí, Jesús, va a hacer su signo, va a conquistar el corazón, va a volver a presentarse, va a ir dando manifestaciones de su presencia mesiánica.

El Señor va a estar curando a los enfermos, recuperando la dignidad de las personas. Siempre el Señor dando la vida, dando sentido a la vida. Siempre el Señor sanando, llamándonos a algo más en la vida.

¡Que lindo es ver al Señor rodeado de personas! Él ve la necesidad de la gente. Jesús siempre percibe la necesidad y le va dando.

No le gusta que busquemos la vida para quedarnos con ella sino para entregarnos a ella. Eso es parece fantástico. Que nobleza la del Señor respetando el verdadero sentido de la vida. El Señor nos invita a entregarnos a la vida. No, a apoderarnos de ella. El que guarda su vida, la perderá; pero el que es capaz de perderla, la ganará. El Señor nos llama a entregarnos a la vida.

Jesús provoca a Felipe para decirle: “Mira Felipe, vamos a darle de comer a esta gente porque no tienen a donde ir”. Y estaba él. Pedir ayuda. Jesús le pide ayuda a sus discípulos. La gente no tenía a donde ir, están lejos del poblado. Estaban en la orilla del lago de Tiberíades, ya era cercana la fiesta de la pascua y el Señor hace esta observación. Lo pone en compromiso a Felipe. El Señor dice a Felipe: “¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos estos?”. Dijo esto para ver su reacción.

Juan sabía bien lo que iba a hacer el Señor, quería ver la reacción. Necesita que yo reaccione. Es importante esto. A veces no nos damos cuenta pero por ahí pensamos que la fe es como algo mágico, que Dios es Todopoderoso y que con un toque de varita mágica, hago un pedido y Dios tiene que obrar. No es así, en realidad.

Dios es siempre todopoderoso y es tan todopoderoso que nunca es tan grande ni todopoderoso en su manifestación como cuando perdona y reconcilia. Pero esa situación es de a dos. Son para una alianza. Y una alianza se hace entre dos. No se puede dialogar con quien no quiere dialogar.

Dios dialoga con el hombre. La vida espiritual es un diálogo. El encuentro con Dios y con la realidad para vivir la fe es un diálogo. Es un encuentro en el que siempre estaremos superados y en el que siempre vamos a necesitar de la propuesta que Dios nos haga.

Es Dios el que nos hace ver la necesidad. Es Jesús el que viene a mi encuentro y me dice lo que tengo que hacer. Todo es gracia. Es Dios el que va suscitando el bien. El que nos va dando la gracia de comprender y de mirar.

Te invito a dar gracias por esa mirada de la fe, por tener sus ojos. Él los pone y lo suscita. Es él que me muestra que es lo necesario. Yo tengo que vivir en las manos de Dios. Es él quien va a ir indicando la necesidad. Es él quien va a ir motivando como Dios nos motiva.

Cuantas necesidades hay alrededor de ti en estos momentos. Fíjate, tal vez estés mirando las tuyas ¿No hay otros que tienen necesidades?

Jesús te estará involucrando en un compromiso concreto de servicio, de dedicación de tiempo, de escucha, de esfuerzo, de acercamiento, de disponibilidad.

A veces nos hacemos los locos como los perros cuando voltean las ollas y miran para otro lado. Dios me está mostrando la realidad pero yo no lo quiero ver ¿Por qué no la quiero ver? Por que es demasiado para mí. No, yo no soy capaz para esto.

Quizá soy llamado por el Señor. Soy provocado para una misión particular y yo me estoy resistiendo porque lo que Dios me muestra no lo quiero ver. Porque es demasiado o no soy digno o capaz, no tengo condiciones. Yo estoy viejo y no tengo fuerzas. ¿No será que Dios está hablando?

Viendo como reacciona Felipe, que se siente convocado y enseguida se interesa y muestra su impotencia, en vez yo de reconocer mi impotencia ante la propuesta que me hace el Señor frente al mundo donde vivo. Por confiar sólo en mis fuerzas y no esperar de él. Quizá es como, no escucho la realidad y de esta manera no escucho a Dios.

Me maravillo viéndolo a Felipe interesándose, inquietándose, surge en él una necesidad de dar una respuesta y se ve pobre, se ve limitado. Y Felipe dice: “Bueno, pero con doscientos denarios podríamos darle un pedazo de pan a cada uno de ellos. Esto es una locura ¿Cuánta gente hay acá? Cinco mil personas. Felipe se muestra pobre. El Señor va despertando el interés para que lo dejemos obrar a él.

Es lindo ver esta parte del evangelio. Es un acontecimiento que algunas veces tiene estos momentos en los que el Señor nos va mostrando desafíos en la vida. No se puede vivir aislado sin entregar ese talento tan grande que tiene esa persona y sobre todo si entiendo un llamado del Señor. El Señor no pide que hagamos todo lo nuestro, que hagamos todo como si dependiera todo de nosotros.      El Señor nos pide disponibilidad para la tarea. El desafío que Dios muestra es grande. Si yo entro al mundo de la fe y soy llamado a algo grande y superador de lo humano yo me asusto. Es la primera reacción que yo tengo.

O soy indiferente, lo cual habla mal de nosotros porque ahí quiere decir que está muerto mi corazón, no hay una búsqueda. Él que vive para sí, no puede escuchar a Dios.

Evidentemente no puede percibir esa presencia y esa palabra, es un llamado a la transformación de tantas personas. Si yo vivo para mí, no pero si me entrego y si estoy atento, si soy discípulo, si escucho, entonces, el Señor va a hablarme. Difícil escuchar a Dios si estoy encerrado en mi mismo.

Cuando es difícil el diálogo entre dos personas en la cual uno sólo piensa en sí mismo, no existe comunión, no se puede compartir un proyecto de vida en común.

Cuando hay una búsqueda, estamos hablando de las personas que tienen ganas de vivir, de las personas que escuchan, que son sensibles a la realidad. Quizá estemos hablando de nosotros.

No que somos perfectos y no tenemos muchas condiciones. No tiene que ver con el poder y el cargo. No hace nada de eso. Si Dios llama, da la gracia. Dios llama para dar la gracia.

Quizá Dios llama para que yo haga tal cosa. Sí, puede ser que tenga que hacer tal cosa, poner tal empeño pero la finalidad profunda es que Dios quiere dar la gracia. Dios quiere que Jesús sea todo en todos. Que todos seamos en él. El camino de la santidad.

Ser en Jesús, es también esta apertura, este estar para Dios y para los demás. Como lo estuvo él. Que interesante que sólo el que se entrega mucho a los demás es como que también adquiere una mayor percepción de las necesidades de los otros. Cuanto mayor es nuestra entrega, tanto mayor es nuestra sensibilidad. Ser sensible a lo que Dios nos pida, es ser sensible a la necesidad del hermano.

Nosotros podemos ser sensibles a las limitaciones y necesidad del mundo que nos rodea. Siempre vamos a experimentar algo que nos supera. La Palabra nos muestra como hay que escuchar y percibir a Dios que nos indica el camino.

Jesús me indica el camino, me dice que y por donde, me provoca y me deja inquieto. La experiencia de Dios es siempre superadora de lo humano y conduce a lo concreto de la confianza.

Nada de lo que me suceda, que Dios me permita, que aquello que me llame por más grande y superador que sea, nada de eso es posible si no es porque Dios da la gracia. Por eso, el Señor nunca nos pide todo, en el sentido que nunca nos pide que hagamos todo. Si no que pongamos toda nuestra disponibilidad y hagamos lo nuestro en la medida de nuestras fuerzas pero que confiemos en él.

Como dice aquella expresión: “Que hagamos todo como si dependiera totalmente de nosotros pero sabiendo que todo es gracia, que todo depende de Dios”.

Felipe se inquieta. Cuando hay inquietudes aparecen respuestas. Cuando hay inquietudes desde y en la fe, cuando yo tengo necesidades verdaderas, cuando el Señor me muestra caminos me pone personas. Felipe se siente impotente, quiere resolver y aparece otro concreto, aparece Andrés, el hermano de Pedro.

El Señor sabe lo que hace falta. Toda historia, solución y camino a la gracia necesita la cruz. Dios le dice a Pablo: “te basta mi gracia”. Esta contemplación me pone ahora a mí como protagonista.