Una locura llamada Amor

viernes, 23 de mayo de 2008
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En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:  “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.  Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.  Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.  Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.  Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.  Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.  No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.  No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.  Lo que os mando es que os améis los unos a los otros”.

Juan 15; 9 – 17

Cuando buceamos en la Palabra de Dios el sentido, el significado, la esencia del amor nos quedan como dos preguntas dando vuelta. Por un lado ¿ es realmente posible amar a Dios aunque no se lo vea? Y por otra parte ¿se puede mandar el amor?. Somos invitados a amar a Dios por encima de todas las cosas, pero si no lo vemos ¿Cómo se puede hacer? Y al mismo tiempo somos movidos por la fuerza de la propuesta de Dios a amar como un mandato que el nos da.

Nadie ha visto a Dios jamás ¿ como podemos amarlo? Y además el amor no se puede mandar. Al fin de cuentas lo decimos y sino así lo sentimos que da vuelta el mundo como modo de respuesta si ese sentimiento no puede sostenerse bajo el signo del mandato porque está o no está.

No puede ser creado por la voluntad. Esto es lo que dice la cultura de hoy. La escritura parece respaldar la objeción que hacíamos dice Benedicto XVI cuando afirma si alguno dice amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso pues quien no ama a su hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve y aquello que también el Evangelio de San Mateo plantea claramente en el capítulo 25 todo lo que ustedes hicieron a uno de estos pequeños a mi me lo hicieron.

Si le dimos de beber un vaso de agua o si le vestimos, si le dimos un techo o si sencillamente lo visitamos en la cárcel. Es la bienaventuranza del amor la que da un sentido nuevo y la que marca el camino de la felicidad y ésta se vive en el vínculo concreto con las personas que Dios pone a nuestro lado para que le entreguemos lo mejor de nosotros mismos. Esto se fortalece, crece, cuando en la relación con los otros poner lo mejor de nosotros mismos supone una cierta violencia.

Aquella de la que Jesús habla cuando sostiene que amar a quien nos ama lo hace cualquiera. Ahora amar a quien nos odia eso es propio de los hijos de Dios porque Dios hace salir el sol para todos. No se anda fijando quien tiene cara linda y quien cara fea, sobre buenos y malos, sobre justos e injustos.

La posibilidad de crecer en el amor está exigida particularmente e invitada a crecer desde ese lugar donde al que tenemos que amar no nos resulta amable. Es el estilo y el modo de amor de Dios que al entregar a su propio hijo lo hizo por nosotros con la única razón del amor porque en realidad no es que haya un mérito de parte nuestra para recibir semejante regalo, semejante primicia y arrebato de entrega, de ofrenda que Dios hace cuando nos ofrece a Jesús como el camino a través del cual podemos acercarnos a El, el camino a través del cual nos capacitamos también para amar.

A éste Dios al que no vemos lo podemos palpar, lo podemos descubrir en el rostro del hermano. Escondido está Dios en la realidad humana a partir del mismo momento en el que Dios se hizo uno de nosotros y por esa comunión de vida que existe entre todos los que formamos parte del género humano y esa gracia de influencia que hay entre unos y otros pertenecientes al mismo género Dios ahora por su presencia bajo el género de lo humano ha venido a marcar a toda la naturaleza y al hombre como aquel corolario, aquella corona de todo lo creado, ha venido a marcar a toda la naturaleza y al hombre de todo lo creado ha venido a bañarlo todo de la presencia suya. Todo lo humano y todo lo creado. Lo humano y lo creado como síntesis.

Todo lo humano y todo lo creado. Lo humano y lo creado como síntesis ha quedado como tocado y afectado por la presencia y el amor de Dios que todo lo ha trasformado por ese estar suyo allí en lo humano nos invita a descubrir en el rostro y particularmente de los que son más frágiles su misterio.

¿Como se puede amar a Dios a quien no se ve amando al hermano a quien si se lo ve, se lo puede contemplar. Justamente nuestro vínculo de amor con Dios pasa por el amor fraterno. Por eso la indicación de Jesús hoy en el Evangelio ámense unos a otros como yo los he amado. Con ese estilo. Permanezcan unidos en el amor y ustedes van a dar mucho fruto.

Es más, lo que pidan al Padre en mi nombre El se los va a conceder. Muchas veces lo que pedimos porque lo necesitamos no lo recibimos porque éste mandato, ésta vivencia del amor, hasta que duela, como decía la Madre Teresa de Calcuta no está del todo instalado en nuestro corazón. Hoy puede ser uno de esos días donde la presencia gratuita del amor de Dios se instale de una manera nueva en nuestros corazones, nos lleva por el camino de la purificación y nos consolida en la presencia de Dios haciéndonos cada vez más parecidos a el. Dios es amor. Nos parecemos a Dios cuando amamos a su estilo.

Hay locuras que son de amor en realidad. Son las que nos hacen salir de nosotros mismos para encontrarnos con lo no tan querible, lo no tan fácil de aceptar que viene bajo un rostro, envuelto en un envase que no nos resulta agradable a la simple vista y que de piel nos genera rechazo. Para un cristiano decía Edith Stein no existen hombres extraños aunque a nosotros nos extrañe la expresión.

Nuestro prójimo es aquel a quien siempre tenemos delante en ese momento que tiene necesidad de nosotros más allá de si nos cae más o menos simpático, si es moralmente digno o no. Lo decía ésta gran monja carmelita judía convertida, asesinada por los nazis en un campo de concentración: para un cristiano no existen hombres extraños y de verdad que esto es una locura.

Una locura de amor que nos hace salir de nosotros mismos superando los límites que nos genera lo desconocido para entrar en el terreno de lo no sabido y desde ese lugar propio del amor empezar a familiarizarnos acortando las distancias con la posibilidad de hacer al otro cercano, de aproximarlo. El amor es el que projima, el que aproxima, el que acerca, el que nos hermana. Esto es un don, una Gracia. Es un misterio de amor y de Gracia que brota del corazón de Dios como de su fuente cuando con absoluta gratuidad nos entregó a su Hijo.

Lo más querido para desde ese lugar de ofrenda de amor nosotros en la Gracia misma que nos llega por ésta entrega del Padre, de su Hijo, podamos por la fuerza del amor y mucho más allá de lo que supone nuestra naturaleza como querible, amable. Saben los padres que han perdido hijos, lo que eso significa. Ahora entregar a un hijo es propio de una locura. Dios está como loco de amor en realidad.

Está con el deseo de mostrarnos cual es el verdadero sentido de la vida y por eso ha jugado hasta el extremo sabiendo que no se pierde nada cuando se lo entrega que por el contrario en la entrega en la ofrenda por amor todo lo que aparentemente se pierde se recupera y se multiplica. De ahí la lógica evangélica de la ofrenda y la entrega, de la no reserva sabiendo de quien lo hace en la conciencia de que Dios está con el en aquella entrega y aquella ofrenda recibe más de lo que entrega como ofrenda. El ciento por uno, dice Jesús en el Evangelio.

Es ésta dinámica de ofrenda y de entrega donde somos llamados a entrar en comunión y en semejanza con Aquel que se llama amor. El nombre de Dios es Amor y es el camino para poder dar respuesta a ésta iniciativa de amor increíble por parte de Dios a entregar su propio Hijo. Una locura realmente. Es ésta misma fuerza que nos llega desde ese lugar porque estamos incapacitados para amar a lo no querible.

Se necesita como un suplemento de ayuda para alcanzar esto y esto llega por Gracia de Dios. Es Gracia de Dios. La posibilidad de amar lo no querible, lo no amigable, lo distante, lo extraño, lo que nos resulta incomprensible ahí donde hemos sido dañados también por lo que reconocemos como acción enemiga a nuestro modo de vivir ahí solo se llega por un suplemento de amor que Dios regala en ésta lógica de gratuidad que nos hace ir hacia el otro superando lo que el otro tiene para ofrecernos como contra respuesta al amor entregado.

Justamente ésta es la gratuidad. El amor de gratuidad es un amor que no tiene del otro lado una expectativa de correspondencia a lo dado, a lo entregado. Dios no entrega porque sabe que del otro lado le van a entregar amor. Sin embargo sabe que sembrando amor se cosecha amor y que si no se apuesta por el amor difícilmente se pueda recibir amor.

Si bien es cierto que el amor de gratuidad es un amor de perfección que no espera respuesta de amor para poder iniciar la entrega también es verdad que cuando éste amor es grande saca amor donde no hay, lo extrae donde resulta increíble que pueda haber respuesta de amor. De ahí que la tarea de la evangelización deba concentrarse cada vez más en éste lugar motor de la vida cristiana donde está la síntesis en realidad. De donde se entiende la propuesta del Evangelio y desde donde toda la Sagrada Escritura y lo revelado puede ser leído a la luz de éste don de Dios amor.

Cuando van creciendo los niños en el ámbito de la familia y comparten su despertar a la conciencia, la vida con otros niños, mientras tienen un juguete entre las manos, en esa etapa de la afirmación del yo, les cuesta soltarlo y si alguien no le dice que lo comparta no se anima a dar el paso para liberarse de ese bastón de afirmación del yo que significa la posesión de un autito o de una muñeca.

Hay que decirle que lo comparta. Acaso no está mandado en el proceso de madurez de la persona cuando es niño para que comparta casi como una intuición del que el yo verdadero se sostiene solo con el encuentro con un tu igualmente verdadero, tan real como esa experiencia de sentirnos nosotros mismos.

En verdad nosotros somos más nosotros mismos cuando somos nosotros con otros porque el dato de la creación es que nuestro ADN original habla de venir de un lugar donde los que nos llamaron a la existencia por acto creador son varios: Padre, Hijo y Espíritu Santo y que en la orilla más honda de nuestro corazón, en el lugar más profundo de nuestro ser allí donde decimos se construye la identidad en nuestro ADN está como en una fuente brotando el dato que son varios y bajo el signo del amor los que nos dieron la Gracia de existir y por eso el hombre es más plenamente el mismo cuando descubre por mandato porqué sino no sale de si mismo que es con otros que tiene que establecer la posibilidad de llegar a ser.

Nosotros no vamos a llegar a ser la nación que estamos llamada a ser. Nación grande, fuerte, próspera, creciente, crisol de razas, abierto a todas las culturas capaz de exportar hacia distintas latitudes capacidad intelectual, científica, literaria espiritual. Como de hecho lo hemos podido hacer a lo largo de estos años.

No llegaremos a ser más solidamente esto como proyecto sino entendemos que bajo éste signo del salir de nosotros mismos y de encontrarnos en la comprensión con los otros deponiendo intereses donde creemos que podemos construir nuestra mayor fortaleza si no rompemos nuestros muros y no nos encontramos seremos muchas posibles naciones pero no una como estamos llamados a ser.

De ahí la insistencia de la Iglesia en estos tiempos de crear un ámbito para el diálogo, de crear un espacio para la conversación. No el intercambio de ideas brillantes sino el intercambio de vida sino el ser con otro bajo el signo de la caridad que nos hace ser más nosotros mismos aprendiendo a decir nosotros como lugar de profunda identidad en el misterio trinitario de donde venimos a ser con otros supone un salir de nosotros como el chiquito cuando está aprendiendo a ser, cuando va construyendo su identidad tiene que haber alguien al lado que le diga soltá el juguete y compartilo con tu amigo, aprendé a compartir tus cosas. Si no es así terminamos como envueltos en nuestra propia realidad yoyo.

Yo, dice el nene, yo y afirma su ser, afirma su identidad diciendo yo, pero porque todavía no terminó de descubrir que es más el en su proceso de identidad cuando juega con otro y el otro complementa fortalece su más honda razón de ser, su identidad. Queremos tener identidad y hemos recibido un discurso mentiroso al respecto de esto cuando se la construye bajo el signo de la individualidad y se la fortalece desde el mundo del marketing con la pertenencia a tal o cual grupo por un determinado tener. La verdadera identidad se construye desde otro lugar.

Se construye desde éste lugar de la convivencia, de la saludable convivencia y en éste sentido la familia tiene un valor clave a la hora de la formación de la personalidad. La persona es persona cuando aprende a ser ella con los que vive y desarrolla su proyecto de vida y esto ocurre particularmente en la familia y la comunidad. Ser con otros.

María en éste sentido nos ofrece un testimonio bello. Cuando en lo más hondo del misterio, cuando al poco tiempo de haber recibido el anuncio del Ángel nos muestra que solo se entiende ésta presencia del amor de Dios cuando se la comparte con otro y entonces sale rápido corriendo a la casa de su prima Isabel que necesita de su presencia de amor hecha servicio por tres meses hasta que de a luz a Juan el Bautista. María nos muestra como un ícono, como una pintura muy bien pintada por parte de Dios de cómo es la dinámica del ser, del ser auténticamente uno.

Uno es uno cuando es con otros. La sociedad de hoy no lo entiende a esto porque ha construido el ser personal bajo el signo de la individualidad donde uno es uno cuando uno es uno en si mismo y hace según lo que dicta el mundo del placer y del tener bajo el signo de la ambición o bajo el signo del consumo, del sexo desenfrenado, de la adicción a las sustancias que me hace sentir de tal o cual manera. Sigue siendo un vínculo de mi conmigo mismo y no de mi con otros donde soy yo mismo.

La caridad es la que ofrece ésta posibilidad, no es el dictamen del gusto, no es el dictamen del mandato del sentir el que nos permite ser. Es éste otro mandato del amor que viene más de adentro. Viene de la razón de ser, tiene que ver con nuestra identidad. Hace a nuestro ADN. Fuimos creados, llamados a la existencia por un Dios que es tres personas y que bajo el signo del amor conviven en y para darnos la vida. Solo cuando nosotros vamos por ese camino encontramos lo que estamos buscando.

Es realmente maravilloso que esto es así y es sumamente profético cuando se lo vive así. Este testimonio de vivencia del amor por una Gracia que Dios nos da para ir más allá de lo que nosotros vivimos por nuestra propia naturaleza es lo que el mundo está esperando como un gran anuncio por parte de los cristianos. Todo lo demás podría no estar. En realidad al final no va a estar dice San Pablo.

Si nosotros queremos anticipar el cielo a los hombres amemos sin mirar mucho. Sencillamente amemos. Al final solo va a quedar esto, dice el Apóstol, ni la misma fe va a permanecer porque ya estaremos contemplando el misterio cara a cara. Ni la esperanza porque ya no esperaremos más. Estaremos de cara al amor mismo. El amor si, y será novedad, permanente novedad porque el amor es siempre novedoso.

Tal vez sea que nosotros estamos buscando en la sociedad en la que vivimos bajo el signo de la inseguridad seguridades y vivimos en la fantasía de que la seguridad me la otorga el hecho de permanecer clausurado en mi mismo sin que me molesten demasiado y con lo que me gusta. ¿ cuanto tiempo te dura? Después que el propio gusto ha comenzado como a corroer las fuerzas del amor que lo incluye pero que lo supera. Empezamos a sentir el bostezo como la gran compañía nuestra de todos los días porque nos aburrimos entre las cosas que solo nos gustan.

La vida está hecha de hermosos desafíos y estos vividos desde el amor se transforman en una aventura. El amor puede más y por eso Jesús lo manda como un papá una mamá un hermano mayor le dicen al que está aprendiendo a vivir soltá tu juguete, compartilo con otro.