Texto 1:
El amor nunca es el mismo. No permanece uniforme, ni estático. Su naturaleza es diversa. Cambia de colores, estaciones, edades, formas y figuras, anhelos, alcances y pretensiones. Se adapta, se amolda a todo y a todos. Es dúctil y versátil. Es maleable y tiene plasticidad. Es una fuerza escondida en todo. Está oculta a nuestros ojos aunque, en verdad, sostiene el universo con su soplo. Su vigor nace de su flexibilidad.
Mientras uno no está tocado por el amor, los ojos del alma parecieran cegados. No lo descubrimos. Cuando su rayo bendito llega y nos roza, nos ilumina y con su relámpago nos ciega, comenzamos a ver todo de otra manera. Lo encontramos donde antes, para nosotros, no estaba. La mirada del amor nos hace descubrir todos sus escondites. Cuado uno ama, encuentra el amor en todos lados. Por todo se siente impulsado y motivado.
No se puede estar “enamorado del amor”. Eso parece una quimera, un fantasma, una utopía. Incluso una evasión, ya que algunos pretenden amar el amor para no amar a nadie en particular. Hasta el amor universal tiene nombres singulares. El amor no es una quijotesca abstracción. No son molinos de viento cuyo aire nadie puede atrapar. El amor es siempre real y concreto, particular y singular. Incluso hasta el amor de Dios es a “Alguien”, un “Alguien” con mayúscula.
Como es concreto, el amor tampoco no recita en una declamación sino que es una obra, una acción. No se ama con palabras. El lenguaje sirve para expresar y comunicar el amor pero se diferencia de él. El amor es un hecho, un gesto. Es irrepetible. Cada vez que se da, se comunica y se expresa de una determinada manera que luego no se vuelve a reiterar. Nunca se replica. Cada vez es la primera vez. Cada vez es único. Cada amor genera algo original e irrepetible. Nunca se puede comparar a otro. Cada amor nace y muere consigo. No se iguala, no se equipara, no se asemeja a otro. El amor no admite comparaciones. Cada amor tiene que descubrirse y valorarse. Cuando no está en nuestra vida, lo extrañamos y hacemos todo por encontrarlo y volverlo a ver.
Texto 2:
Hay amores superficiales y profundos; silenciosos y bulliciosos. Amores para la ternura y para la pasión; para la juventud y para la vejez; para pronunciar y para callar. Amores que nos ponen en guerra y amores que nos regalan paz.
El amor presenta continuas paradojas, aparentes contradicciones que nos despistan y confunden. Creemos que sabemos casi todo del amor y sus artilugios y -sin embargo- siempre nos desconcierta, nos sorprende y apabulla. Cuando supuestamente hemos aprendido la lección ya nos está impartiendo otra. No hay descanso en su escuela. Siempre estamos aprendiendo. El que no quiere aprender no puede estar dispuesto a amar. El amor es el verdadero maestro espiritual. Nosotros somos sus inexpertos y torpes aprendices.
¿Te acordás la rudeza y simplismo que tenían los apóstoles frente a las enseñanzas de Jesús?; ¿Cómo preguntaban una y otra vez sin entender nada? Así estamos nosotros frente al amor: Siervos inútiles, aprendiz de aprendices. Si uno no está dispuesto a ser humilde, nunca podrá aprender. La humildad es el mejor camino para la sabiduría.
Sólo el amor alimenta de sabiduría. Sus lecciones a veces son ásperas y costosas, dolorosas y exigentes. El amor tiene distintas formas de cruces. Cada amor tiene la suya. Una única cruz que adopta diversas formas a lo largo del tiempo y del camino. Se reinventa, adquiere una nueva presentación y reaparece. De vez en cuando, nos da