Lo más importante no es:
que yo te busque, sino que Vos me buscas en todos los caminos (Gn. 3,9);
que yo te llame por tu nombre, sino que Vos tenes el mío tatuado en la palma de tus manos (Is.49,16);
que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que Vos gimes en mí con tu grito (Rom. 8,26);
que yo tenga proyectos para ti, sino que Vos me invitas a caminar contigo hacia el futuro (Mc. 1,17);
que yo te comprenda, sino que Vos me comprendes en mi último secreto (I Co. 13,12);
que yo hable de ti con sabiduría, sino que vivis en mí y te expresas a tu manera (2 Co. 4,10);
que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano (EE. 3,35);
que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas (Jn.13,1);
que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego arde dentro de mis huesos (Jr. 20,9);
Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte… si tú no me buscas, llamas y amas primero?
El silencio agradecido es mi última palabra y mi mejor manera de encontrarte.
Benjamín González Buelta, sj