Día 9: Las dos banderas

lunes, 2 de marzo de 2015
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San Ignacio en este momento de los ejercicios, después de contemplar la vida oculta, nos invita a hacer una meditación a la que llama “Dos banderas”. ¿Por qué pone esta meditación en este momento? se pregunta la Hna Marta Irigoy. “Porque nosotros vamos descubriendo qué es lo que el Señor nos está pidiendo en concreto. Estamos vislumbrando la voluntad de Dios para nuestra vida y entramos en lucha”

San Ignacio es consciente que la vida espiritual es lucha, y el campo de batalla es el corazón, no es un territorio exterior sino el corazón del hombre, el mío y el de mis hermanos. Por lo tanto percibimos que lo que se pone en juego es si mi corazón queda bajo la bandera de Jesús o bajo la bandera del enemigo.

Lo que se pone en juego es si en mi corazón se instaura el reino de los cielos con su ley de amor y con el estilo de la vida del Señor (pobreza, humildad, servicio) o se instala el reino de este mundo con sus leyes y su estilo de vida (riqueza, vanidad, soberbia).

Esta lucha que se da en el corazón hay que saber discernirla, saber si lo que estoy sintiendo es de Dios o es del enemigo. La regla de San Ignacio sobre la consolación dice “Es propio del buen Espíritu dar ánimo y fuerza, consolaciones, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos los impedimentos para que se pueda obrar el bien; y en contraste, el mal espíritu nos trae tristeza, nos pone impedimentos, nos inquieta con falsas razones para impedir que vayamos adelante.

Este proceso que vamos haciendo de descubrir cuáles son las cosas que no nos ayudan a ser más fieles al Señor, está lucha que se va librando en nuestro corazón nos va ayudando a ser más libres, más hijos de Dios y a descubrir cómo el Señor nos cuida y nos sostiene. No es sólo para nosotros sino que es para que ayudemos a otros a liberarse, a crecer en amistad con el Señor.

Es interesante este mandato misionero, ya que es escuchar al Señor que nos dice, ayuden a todos los hombres sin excepción a liberarse de las riquezas que preocupan, a liberarse del deseo de agradar y de la fama que es fluctuante, a liberarse de la soberbia que mata el amor. El Señor que es amigo del hombre nos envía a liberar a los demás, a todos aquellos que están atados y nos manda a ayudar a todos a vivir la libertad de los hijos de Dios.

San Ignacio nos da algunas ayudas con las reglas de discernimiento y algunos consejos que nos ayudan para luchar frente a la tentación, en esta lucha que se da en el corazón de cada uno.

Lo primero que dice es la paciencia: a través de distintas imágenes va diciendo que hay que ser paciente, que es una de las armas más importantes que tenemos.

Otra es no cambiar los compromisos asumidos: muchas veces cuando uno hace buenos propósitos, cuando uno está consolado, se siente contento haciendo las cosas del Señor, en cambio cuando estamos tentados, desolados, sentimos otras voces que nos van envolviendo y nos sacan del lugar donde el Señor nos ha enviado. Por lo tanto no cambiar los compromisos, no cambiar los caminos por donde el Señor me está haciendo andar. Por lo tanto es una invitación a permanecer firme y constante pero con paciencia, porque pronto seremos consolados. El Señor quiere ayudarnos a cuidar los compromisos asumidos, él es fiel y nos invita también a ser fieles, en la familia, en el trabajo, en la pastoral.

Un ejemplo práctico en la vida pastoral: aquellas veces en que vamos a llevarle la comunión a una abuelita que está en cama, y un día sentimos que no tenemos ganas de ir y resolvemos ir mañana, y la abuelita se queda esperando. ¿Qué hay que hacer? la contra, dice San Ignacio. Hay que resistir, hacer lo contrario a lo que yo siento. Entonces qué voy a hacer, a modo de ejemplo, voy a ir con más ganas a visitar a la abuelita, le voy a llevar unos jazmines, voy a ir con una sonrisa aunque sienta que no tengo ganas, voy a poner lo mejor de mí en esta visita y llevar a Jesús que quiere ir a alimentar al enfermo. Me voy a dar cuenta que al cambio de actitud interior voy a recibir paz y alegría de saber que estoy haciendo lo que el Señor quiere para mí.

San Ignacio, en estos casos, nos invita a permanecer, a resistir y hacer lo contrario de lo que sentimos. ¿Me siento tentada de no hacer la oración? la hago con mayor esmero, la hago mejor, voy a prender una velita, voy a preparar mi corazón con mayor deseo de encontrarme con el Señor. La humildad es otra de las armas que tenemos para luchar. La humildad es la mejor arma que tenemos, humildad confiada en que pronto el Señor nos va a consolar.

Quisiera terminar con un cuento que nos puede iluminar en este discernimiento, en esta lucha que se presenta en el corazón.

Dice el cuento: Un viejo cacique de una tribu estaba teniendo una charla con sus nietos acerca de la vida. Él les dijo: “¡Una gran pelea está ocurriendo dentro de mí!… ¡es entre dos lobos! Uno de los lobos es maldad, temor, ira, envidia, avaricia, arrogancia, resentimiento, egolatría, competencia, superioridad. El otro es bondad, alegría, paz, amor, esperanza, verdad, humildad, dulzura, generosidad, amistad, compasión y fe. Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes y dentro de todos los seres de la tierra.” Lo pensaron por un minuto y uno de los niños le preguntó a su abuelo: “¿Y cuál de los lobos crees que ganará?” El viejo cacique respondió, simplemente… “El que tú alimentes.”

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Reflexión Padre Ángel Rossi

Hasta ayer, hemos rezado en torno al principio y fundamento, hemos revisado el cariño del Señor que por ese mismo cariño nos hace disponibles para hacer su voluntad, después hemos transitado por el camino de la purificación del corazón contemplado su misericordia. Pedimos que fuera una experiencia no sólo de la cabeza sino del corazón y a la vez también la purificación que significa ponerle nombre a nuestro propio pecado para poder pedir perdón al Señor. Todo esto en función de lo que es la finalidad de los ejercicios que es “buscar y hallar la voluntad de Dios para poder seguirla”. Entonces después de este caminito de la meditación, Ignacio nos hizo pasar por la meditación del reino, donde pedíamos la gracia de no ser sordo a su llamamiento, y presto y diligente estar disponible para seguir su voluntad en la meditación del reino. Después Ignacio con mucha sabiduría y bajo esta gracia que pedimos, buscar la voluntad de Dios que está muy unida a esta gracia del interno conocimiento de nuestro Señor, nos llevó a la vida de Cristo que comienza por la encarnación y el nacimiento.

Después de este paso por el silencio del pesebre y el nacimiento de Cristo, Ignacio nos propone una meditación. Nos presenta primero un escenario de las “Dos Banderas”, la bandera de Cristo y la bandera del mal espíritu, es esta lucha la que está en nuestro propio corazón.

Santa Teresa decía, “a veces siento que soy dos” como si adentro hubiera una Teresa buena y una Teresa mala. San Agustín habla de las dos ciudades, Ignacio de las dos banderas, dos capitanes, los dos caminos, las dos estrategias… diríamos dos formas de vivir. En nuestro corazón conviven estas dos banderas e Ignacio lo teatraliza; ambos luchan para ponernos bajo su bandera: Dios que quiere que sigamos su camino y el demonio que intenta llevarnos por otro camino.

 

Las dos banderas

Comenzando por la composición de lugar, Ignacio dice: será como “ver un gran campo de toda aquella región de Jerusalén, adonde el sumo capitán general de los buenos es Cristo nuestro Señor; otro campo en la región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer”.

Por lo tanto nos presenta dos lugares simbólicos. Uno es la ciudad santa, que Ignacio lo presenta como un lugar humilde, hermoso y gracioso… un lugar donde uno está a gusto. La contraposición es Babilonia, ciudad símbolo del pecado, del poder, de la riqueza, de la apariencia. Además aparecen dos protagonistas que también están en contradicción: el sumo capitán que es Cristo, y Lucifer a quien Ignacio le llama “el mal caudillo”.. Ambos están luchando dentro de nuestro propio corazón.

Ambos caudillos quieren llevarnos bajo su bandera y entonces Ignacio nos hace pedir: “conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para guardarme de ellos” y por otro lado “conocimiento de la vida verdadera que nos muestra el sumo y verdadero capitán que es Cristo y gracia para seguirlo”

La petición es pedir la gracia del discernimiento, poder darme cuenta no sólo de los pecados sino poder ver de qué manera uno es tentado, de qué manera yo soy engañado normalmente, y al mismo tiempo, conocimiento de cómo el Señor a mí me va mostrando el verdadero camino. Al pedir el discernimiento, Ignacio está preparando el corazón para poder elegir bien, éste es el sentido de la meditación.

Completando esta imagen de Babilonia donde dice que allí estaba presente el demonio, Ignacio muestra una figura horrible y espantosa, una figura que despierta temor y angustia. Ignacio está tratando de mover el corazón y dice “en cátedra de fuego y humo”. Cátedra, alude a que ahí está quien “lo sabe todo”, es como enseñar con autosuficiencia con dogmatismo… y agrega que esta cátedra es “de fuego y humo” porque ambos elementos aumentan la confusión. El fuego y el humo agudizan y crean una agitación neurótica del caudillo. Ignacio nos presenta esta figura maléfica del mal espíritu que intenta confundirnos y la contraposición de la ciudad de Jerusalén, una imagen linda de Jesús.

A la vez cada uno de ellos tiene una propuesta:

El mal caudillo manda a los demonios y los desparrama por todo el mundo para molestarnos e invadirnos con la codicia de riquezas, con el vano honor del mundo y con la soberbia, y desde ahí todos los vicios. San Ignacio también dice que es propio del mal espíritu, morder, entristecer, poner impedimentos agitando con falsas razones para que no avancemos, llenar de culpas los corazones de los hijos de Dios, trabar los caminos, crear desconfianza respecto al Señor. Ésta es la escena, pero hay que traerla a nuestra propia experiencia, y pensar, de qué manera normalmente me acosa a mí el mal espíritu.

En contraposición aparece la imagen del mensaje del verdadero capitán, Cristo, que su invitación es a través de los discípulos, a través nuestro, somos enviados a la pobreza, oprobios y menosprecios y a la humildad. Se enfrentan codicia de riquezas, Jesús nos propone la pobreza; vano honor del mundo, Jesús nos propone oprobios y menosprecios; la soberbia propone el mal caudillo, y Jesús nos propone la humildad. El caudillo dice “de aquí a todos los vicios”, Jesús dice “de aquí a todas las virtudes”. El mensaje es totalmente contrapuesto.

Es evidente que nadie elige la bandera del mal espíritu. Pero ¿qué pedimos con este ejercicio? no pedimos poder elegir una u otra, sino la gracia de estar atentos, porque fácilmente podemos ser engañados, a veces sutilmente y a veces descaradamente, y marchamos hacia la bandera del mal espíritu.

Hay que pedir la gracia de la sabiduría para estar atentos. Así como el mal espíritu muerde, entristece, inquieta, pone falsas razones para que no pasemos adelante, es propio de Jesús dar ánimo, dar fuerza, consolar, facilitar y evitar impedimentos. Dios siempre nos da fuerza, nos da el “empujoncito” que necesitamos, nos hace valorarnos a nosotros mismos, nos anima a dar ese pasito que quizá estamos necesitando dar, es totalmente contrapuesto a la acción del mal.

Por lo tanto el ejercicio de hoy es una contemplación y a la vez es meditación, nos presenta las dos banderas: por un lado lo que San Pablo llama el mundo, y por otro el afecto de Cristo. Por un lado vivir entregado al yo, entorno a uno mismo y por otro lado vivir en torno al tú, por un lado el egoísmo y por otro la bandera del amor. Uno es la preocupación obsesiva por el tener y lo que Jesús propone es la gracia de desprenderse, de despojarse. El mal espíritu nos lleva al honor del mundo, a vivir de la apariencia, Jesús nos propone la capacidad de abajarnos. La preocupación obsesiva por el poder el mal espíritu, e Ignacio en cambio, nos presenta la humildad como la gracia de anonadarse.

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Textos para la oración

El Evangelio está lleno de contraposiciones, por ejemplo:

– El joven rico (Mt 19, 21-26): aquel que se va entristecido porque tenía demasiadas riquezas y estaba apegado. Queriendo estar bajo la bandera de Cristo termina alejándose, al menos en ese momento del evangelio, quizá después volvió. Es la imagen de alguien que tiene la voluntad sin embargo es engañado porque no se anima a soltar las posesiones para seguirlo al Señor.

– “Entren por la puerta estrecha” (Mt 7,13-14) mientras el mundo busca los primeros puestos.

– Peleas por los puestos (Mt 23, 1-7) “Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el de ustedes que quiera ser grande, que se haga el servidor de ustedes”. En la pedagogía evangélica los primeros puestos son para los servidores.

– Las obras de la carne y del Espíriu ( Gálatas 5, 22 en adelante). Pablo nos presenta en un solo texto y nos contrapone la bandera del mal espíritu y la de Cristo, y a la vez, la doble propuesta. “Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia.”

Es una meditación no referida a los pecados sino que es pedir la gracia e ir tanteando para ver de qué manera siento que Dios me lleva en el corazón, cómo el Señor me invita a ponerme a mí bajo su bandera, cuáles son los signos que a mí me ayudan a darme cuenta por dónde Dios me va llevando, y a la vez ir ganando en sabiduría, en conocimiento de sí mismo. Por otro lado pedir la gracia de ver cómo normalmente soy tentado, de qué manera soy engañado, que táctica usa el diablo conmigo para alejarme del Señor, para ensimismarme, para que no rece, para que no haga caridad, para que me enemiste con los míos. Pedimos esta gracia de poder conocerme, con la gracia del Señor.

Ignacio termina esta meditación con el triple coloquio: pedir la gracia primero a la Virgen, después a Jesús, y después al Padre no sólo para que me dé discernimiento sino además pedir que Jesús me quiera elegir y recibir debajo de su bandera. No solo yo lo elijo sino que le pido que Él me ponga bajo su bandera, que me ponga en pobreza, oprobios, menosprecio y humildad para mas imitarlo y seguirlo. Elijo este camino, no sólo porque me hace bien, sino porque fue el camino que Jesús siguió para salvarme. La espiritualidad ignaciana es ser compañero de Jesús, voy con Él, quiero correr su misma suerte -lo mismo que veíamos en la meditación del reino – pido la gracia para que me quiera elegir debajo de su bandera del modo como Él me buscó, me redimió, me salvó.

Ésta es la meditación pero les propongo que la hagan con sencillez, la simplifiquen, vayan a los textos evangélicos, siempre con mucha sencillez en lo hondo del corazón.

Dice por allí Balduino Cantorbery: “Hay caminos que parecen derechos pero van a parar a la muerte.” Para evitar este peligro – nos advierte San Juan- “examinen si los espíritus vienen de Dios. Pero ¿quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios si Dios no le da el Espíritu con el que pueda examinar, con agudeza y rectitud, sus pensamientos, sus afectos, sus intenciones?”

La hermana Marta lo explicaba también en el cuento de los dos lobos en el que simplemente vencerá aquel que nosotros alimentemos. Un sinónimo de eso son estas dos banderas que están allí en nuestro corazón: una es la de Cristo – y Cristo nos quiere empecinadamente bajo su bandera, nos ha puesto bajo su bandera en la cruz-, y el mal espíritu que quiere que vayamos de contramano de esa bandera. Por eso pedimos la gracia de no ser engañados y la gracia de poder ver por dónde Dios nos va llevando para poder elegir bien que en definitiva es lo que Ignacio busca en los Ejercicios.