Padre Pío y su gran amor por el sacramento de la Reconciliación

miércoles, 23 de septiembre de 2015
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Padre-Pio

23/09/2015 – Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades. Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: “No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno. Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.  Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”.  Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.

Lc 9,1-6

Uno de los lugares en donde el proceso de liberación del mal ha sido posible ha sido en el confesionario del Padre Pío, dando todo el tiempo que los petinentes necesitaban.“En el confesionario pasaba largas horas, días enteros, de ´gran desolación espiritual`, que le surgía constatando la manera con la que ´los hombres corresponden mal a los favores del cielo`. Sostenía que: ´La divina piedad no los ablanda, los beneficios no los atraen, los castigos no los doman, la dulzura los vuelve insolentes, la austeridad los pervierte, la prosperidad los vuelve engreídos, las asperezas los desesperan y, ciegos, sordos, insensibles ante cada nueva y más dulce invitación y ante cada nuevo y más atroz reproche de la divina piedad, que podía liberarlos y convertirlos, no hacen otra cosa que confirmar su endurecimiento y hacer cada vez más densas sus tinieblas.” Esta describiendo el estado de ánimo en el que se encuentra el corazón humano cuando el pecado atrae el corazón.

“Pensar que tantas almas quieren rápidamente justificar el mal en detrimento del sumo bien me aflige, me tortura, me martiriza, me desgasta la mente y me destroza el corazón`” Y sin embargo, el Padre Pío amaba a los pobres pecadores como los había amado Jesús. Se inclinaba, se agachaba, se acercaba tanto al sufrimiento moral del “penitente” hasta el agotamiento, no sólo de sus fuerzas físicas, sino también en una especie de kenosis (abajamiento) dictaminada por el amor, y especialmente, por la imitación de Cristo, que “siendo rico se hizo pobre”, que tomó todo de la condición humana, menos el pecado. Aun como dice Pablo “Se hizo pecado por nosotros, abrazo sus consecuencias sufriendo en su carne las marcas del pecado” En la carne del padre Pío también.

El Padre Pío no solo confesaba a los pecadores, quedando en cierto modo fuera del dinamismo de la gracia, sino que se sentía dentro. Explicándolo con una metáfora, se transformaba en una especie de catalizador. Como es sabido, el catalizador es el elemento ante cuya presencia se produce una reacción”.

Las situaciones de realidad pecaminosa reaccionaban ante su presencia.

Sufrió persecución por parte de la iglesia, dedicó horas a la oración, del rosario en especial, creo grupos de oración. Asistió a personas más allá de donde estaba físicamente por le don de bilocación. Le pedimos la gracia de poder completar en nuestra propia carne a los sufrimientos que faltan de Cristo Jesús.

¡Buen día! Bienvenidos a la Catequesis. Hoy te invitamos a compartir: ¿Qué gracias recibiste en tu vida a través de la…

Posted by Radio María Argentina on Miércoles, 23 de septiembre de 2015

El sacramento de la reconciliación

La presencia del Padre Pío movía de tal manera los corazones que esto hacía que atrajera hacia él a muchos pecadores arrepentidos de diversas partes del mundo para confesarse y poder librarlos así de las ataduras del pecado. Su combate no era solo en el confesionario sino en la oración. Una de las características que identifica el sacramento de la Reconciliación en nuestro amigo es la cardiognosis, es decir, el conocimiento profundo del corazón humano que Dios le daba de las personas que se acercaban a confesarse con él. Tiene un conocimiento hondo de la realidad del corazón de aquellos que se acercaban a confesarse. De hecho, más de uno luego manifestaba que en el momento de acercarse a compartir con el Padre Pío el dolor de sus pecados, el sacerdote rápidamente captaba sobre qué pecado estaba girando la conversación y lo daba a conocer, poniendo a la persona en evidencia frente a sí misma, haciendo caer todo tipo de reacción negativa o de resistencia a la presencia de la gracia de Dios. El Padre Pío ha sido un Cristo viviente entre nosotros. Tal vez uno de los santos más grandes que ha dado la historia de la Iglesia. En un tiempo en donde la fuerza del mal ha actuado bajo tantos totalitarismos. El Padre Pío en su día nos invita a asociarnos a la Pascua de Jesús para ser nosotros también instrumentos de redención.

Esto hacía que, muchas veces, el Padre Pío actuara con muchísima severidad. Es característico en los relatos sobre su vida que se describa la rudeza con la que trataba a quién no estaba suficientemente preparado para recibir el sacramento de la Reconciliación. Él decía de sí mismo respecto de esto: “Para mí Dios está siempre fijo en mi mente y estampado en mi alma, en el corazón. Nunca lo pierdo de vista: admiro su belleza, sus sonrisas, sus turbaciones, su misericordia, su venganza o, mejor dicho, el rigor de su justicia. ¿Cómo es posible ver a Dios que se entristece con el mal y no entristecerse con él? ¿Ver que Dios está a punto de descargar su ira, y para pararlo no hay otro remedio que levantar una mano para detener su brazo, y la otra dirigirla instigando al hermano, por un doble motivo: que haga a un lado el mal y que se aparte de aquel lugar donde se encuentra, ya que la mano del juez está lista para descargarse sobre él? ¡Ay de mí! Cuántas veces por los hermanos, para no decir siempre, me toca decirle a Dios ‘juez’, junto con Moisés: ‘O perdonas a este pueblo o bórrame del libro de la vida’ (Epist. I, 1247). El Padre Pío intuía enseguida si el penitente era tal sustancialmente o en apariencias. Con impresionante capacidad de penetración, en la luz de Dios ‘leía el alma’.”

La misericordia con la que el Padre Pío nos hace entrar en contacto no es otra que la del Padre Bueno.

Ganarle al mal

A veces en el mismo escenario, el confersionario, se debatía una lucha contra las fuerzas del mal, el cual no quería dejar liberadas las almas que iban en busca del sacramento de la reconciliación. Gracias a un don especial del Padre Pío, el penitente se veía vencido y se quebrada en llanto. Ahí el Padre Pío lo abrazaba con misericordia.

Tenía el don de la profecía; Juan Pablo II dijo que Padre Pío le había anticipado, en su juventud, que sería el sucesor de Pedro.

Ya desde niño tenía encuentros con el Señor y la Virgen María. Pero también la fuerza del mal lo atacaba queriendo robarle la gracia con la que Dios lo bendecía.

Un padre tierno

El Padre Pío tenía una inmensa ternura, una gran dulzura. En su rostro se escondía, en su mirada la ternura, la dulzura de un padre que acaricia a sus hijos.

La dureza y rudeza con que el Padre Pío trataba a algunos despertaba los comentarios entre las personas, incluso sus hermanos sacerdotes. Alguno le preguntó por qué trataba a los penitentes de ese modo. El padre Pío explicó: “Quito lo viejo y pongo lo nuevo”. Luego agregó, a modo de refrán: “¡Mazazos y panecillos hacen bellos a los hijos!” El Padre Pío justificaba su celo pastoral en el sacramento de la Reconciliación en la ofrenda hecha por el Señor en la Cruz. “¡Si supieran cuánto cuesta un alma!“, dijo una vez a alguno de sus hijos espirituales. Luego agregó: “Las almas no son regaladas, se compran. Ustedes ignoran cuánto le costaron a Jesús. Bien, con la misma moneda es necesario pagarlas”.

Padre Javier Soteras