Esta es una de esas tantas locuras de amor que animan a los jóvenes seguir creyendo en la fidelidad de los vínculos, y sobre todo, a querer construir un proyecto de vida que los haga felices en compañía de la persona amada. ¿Los protagonistas de esta odisea? don Pablo Costamagna y doña Magdalena.
Tanto Pablo como Magdalena llevan con frescura varios años de vida, él nació en San Guillermo y ella en Felicia apenas cuatro años después. Ambos son descendiente de sangre italiana y sus familias han dedicado sus fuerzas a trabajar con esmero y nobleza las prósperas tierras del litoral argentino.
Lo que nunca se hubiesen imaginado es que en el pequeño pueblo de San Guillermo iban a encontrar el amor conyugal que los haga felices. ¿Cómo se conocieron? Pablo cuenta que en su juventud, mientras llevaba a la cremería de la zona los tachos que ordeñaba junto a sus padres y hermanos, una flecha de amor atravesó su corazón al ver el rostro angelical de Magdalena. Se conocieron como obra del destino, se enamoraron, y después de los muchos finos cortejos que él le dedicó a su novia para robarle fulgurantes sonrisas de amor, un día decidieron dar el paso definitivo.
El día tan ansiado no se hizo esperar, un 2 de Febrero de 1934 los novios contrajeron nupcias jurándose recíprocamente el “amor eterno” ante Dios. Fundieron eternamente sus almas prometiéndose fidelidad en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, para amarse y respetarse todos los días de sus vidas, dejando las puertas de su intimidad abiertas a la procreación a la espera del regalo de Dios.
Envejecer juntos
Al día de hoy, Pablo tiene 102 años y Magdalena 98, ambos llevan con alegría 80 largos años de casados. Se quieren con el mismo amor de aquellos tiempos de juventud y les encanta disfrutar de la adorable compañía de sus hijos, nietos y bisnietos, quienes les brindan todo su afecto y gratitud, ya que bien saben que en el otoño de la vida es cuando las muestras de cariño se hacen más entrañables.
Una historia que nos invita a reflexionar
Es verdad que no se cumplen 80 años de casados todos los días, sin embargo, hoy pareciese que existe en los jóvenes cierto miedo al compromiso, muchos piensan: ¡no podría vivir toda mi vida con una misma persona! ¡mi libertad es un bien muy preciado para ponerla en venta! No obstante, es sabido que las personas más felices son aquellas que se animan a entregarlo todo por amor. Corresponde recordar las palabras del antropólogo Ricardo Yepes Stork:
“Si la libertad de un hombre se mide por la calidad de sus vínculos, será más libre quien dispone de la manera más intensa, y esta no es otra que el compromiso que dispone del propio futuro. Quien no se concibe libre hasta el punto de poder comprometerse, quien no se siente tan dueño de si como para decidir darse porque se le da la gana, en el fondo no es del todo libre , está encadenado a lo pasajero, a lo trivial, al mero presente”. Lejos de oponerse, libertad y compromiso se potencian, la primera se realiza mediante el segundo.
Jóvenes, nunca olvidemos…
¡Estamos hechos para hacer cosas grandes! ¡Estamos hechos para amar toda la vida! El matrimonio no se reduce a “hoy estoy contigo y mañana ya veremos”, sino que más bien afirma: “te elijo a vos, hoy y siempre, en las buenas y en las malas, hasta el final de nuestros días”
Erman Tejeda en International Young Coaliticion