18/07/2016 – Seguimos adentrándonos en el castillo interior, junto a Santa Teresa de Jesús y sus moradas.
“Los padecimientos de esta vida presente, tengo por cierto que no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. La creación entera está en expectación suspirando por esta manifestación gloriosa de los hijos de Dios, porque las criaturas todas quedaron sometidas al desorden; no porque a ello tendiesen de suyo sino por culpa del hombre que las sometió y abrigan la esperanza de quedar ellas a su vez libres de la esclavitud de la corrupción para tomar parte en la libertad gloriosa que han de recibir los hijos de Dios”.
Romanos 8, 18-21
Santa Teresa de Ávila nos invita a identificar el proceso por el que el Señor nos lleva a la más profunda comunión con él en este castillo interior que, como diría San Pablo, nos lleva a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. “Ya no vivo yo, es Cristo quién vive en mí”, afirma el Apóstol en Gálatas 2, 20 en consonancia con el mismo proceso que describe Teresa en la Sexta Morada.
Todavía no hemos llegado a lo que nuestra amiga identifica como el lugar de fusión, de profunda comunión entre Jesús y nosotros sino que estamos en la experiencia espiritual en lo que Teresa refiere es su propia experiencia y que cree ella que es un mapa de referencia para toda vida interior. Estamos en esta Sexta Morada dejándonos llevar por la pluma, pero por sobre todas las cosas, por el corazón teresiano. Dice Teresa: “Aquí la unión con Dios, sin ser todavía total es mayor que en la morada precedente”. Y siguiendo el texto de San Pablo, en Romanos, capítulo 8 versículo 22, decimos que “la creación toda está como con dolores de parto”. En ese sentido, Teresa afirma: “Los dolores internos también son mayores, se acrecientan las oposiciones externas. A veces sobrevienen enfermedades -gran don de Dios-”. ¡Cuánta sintonía que hay en esta expresión entre la experiencia de Teresita y la que tuvo el Padre Pío de Pietrelcina! Agrega Teresa: “No sería posible aguantar más tanto apretamiento del corazón si el Señor no ayudara”.
Por la gracia de su revelación, por su presencia, hay en la experiencia de Dios mucho gozo, pero también la persona se siente como al descubierto, percibe dolor y fragilidad interior. En definitiva, es una experiencia gozosa, de encontrarnos con tanto regalo de un Dios tan grande, tan maravilloso, que nos ama tanto; pero al mismo tiempo es una experiencia de sufrimiento. Por eso Teresa dice que son más intensos los dolores internos. No es que Dios nos quiera hacer sufrir. ¿Qué es lo que se sufre? Se sufre la conciencia de la propia fragilidad, la certeza de la propia miseria, la experiencia de ver a un Dios tan grande y nosotros ser tan pobres. Es gozosa la experiencia de un Dios grande, pero también es verdad que en una parte de la relación, Dios y nosotros, está la parte nuestra, y la nuestra, de cara a la de Dios, queda reflejada en toda su limitación.
Al respecto, Teresa va a decir una y otra vez que para seguir avanzando hay que ser humilde. La humildad es la dama que conduce al encuentro con Dios, es la que nos lleva al encuentro más profundo con el misterio. Porque si uno se queda mirándose a sí mismo en la propia fragilidad, se pierde de gozar de Dios. Es decir, cuando aparecen estos dos actores, Dios y nosotros, está claro qué pone cada uno. Dios pone todo su ser, perfecto, luminoso, lleno de gracia, de bondad, de belleza, de fortaleza, y nosotros ponemos nuestra condición frágil y herida por el pecado. En este encuentro desproporcionado, si Dios no viene en nuestra ayuda, podemos quedar como muertos. Como le diría Dios a Moisés, en Éxodo, capítulo 33 versículo 20: “Si yo te mostrara mi rostro, morirías; porque ningún hombre puede verme y seguir viviendo”. Esta es la experiencia de la grandeza de Dios y la debilidad humana. Para avanzar solo se puede hacerlo a través de la humildad. Y alrededor de todo esto hay muchas resistencias de la naturaleza humana que no sabe como terminar de ubicarse frente al misterio de Dios.
Por eso no hay que tener miedo a exponerse en la debilidad para dejar que Dios nos ilumine con su calor y su grandeza. Se avanza siendo consciente de que existe una resistencia personal para que la misma gracia de Dios vaya ganando territorio donde nos hemos plantado resistiendo. Hasta que el Señor venza.
“Los llamados de Dios son diferentes a los de antes. Ocurre, aún sin tener presente a Dios. Puede ocurrir también que al estar rezando vocalmente -con alguna distracción- uno se inflama deleitosamente de modo repentino. Sin ningún dolor, en este caso, se siente fuertemente atraído hacia Dios. El que recibe estas heridas -imposibles de describir- se siente desmenuzar por la presión de los deseos que brotan, en ese momento, de su corazón”. Esto que describe Teresa sería algo así como cuando uno dice: “Siento que el corazón me va a explotar de alegría”; es un despedazarse interiormente en cuanto que es mucho lo que hay dentro y no se sabe como hacer para contenerlo. O cuando por ahí los chicos dicen “estoy loco o loca de amor” porque sienten como si fueran un dique que va a explotar. Esa sería la imagen que podríamos acercar para entender de qué se trata esto de sentir una presencia que, es muy cercana, pero que al mismo tiempo nos hiere, nos destroza, va mucho más allá de lo que de nosotros depende.
“Al mismo tiempo, no sabe qué pedir al Señor”, añade Santa Teresa de Jesús. Es que uno está tan pleno que dice “más vale me conviene callarme”. Es como lo que le dice el apóstol Pedro a Jesús, en el Evangelio de Marcos, capítulo 9 versículo 5: “Qué bien que estamos aquí, hagamos tres carpas”. En esas circunstancias, lo mejor es guardar silencio porque sino se tiende a desvariar. Teresa dice además que Dios regala gracia de mucho más silencio y silencia el alma. Es como si en este tiempo, una flecha que viene de dentro del corazón nos atraviesa por dentro; es una herida de amor, una herida en la caridad. El Amor de Dios se mete en nuestra naturaleza herida y deja dulzura; al mismo tiempo revela en qué estado nos encontramos. Se pregunta Teresa: “¿Quién arroja esos dardos? Aquí no hay ninguna duda de que este regalo es del Señor, pues el pensamiento y la voluntad no quedan abstraídos. Se tiene plena conciencia de lo que sucede pero sin poder acrecentar o quitar esa pena deleitosa. La certeza del origen de este dardo doloroso, es su admirable combinación de: sufrimiento y paz gozosa”.
Es una experiencia que se da en lo profundo del corazón, se da como una Pascua realmente. Podemos usar esta frase de uso común, “hay amores que matan”, pero en el sentido que matan lo viejo y dan lugar a lo nuevo. En esta Sexta Morada, la persona comienza a sentir otras voces de Dios, otros llamados del Señor, hay mucho fervor interior. Dice Teresa sobre esto: “Puede oírse al Señor que nos habla. ¡Hay que tener mucho cuidado en esto! Quizás son meras ilusiones”. Cuando la santa dice cuidado quiere expresar que este no es el modo habitual que Dios tiene de comunicarse, salvo que Nuestro Señor quiera llevar a la persona a esa instancia. Por eso, en discernimiento, se sabrá si las voces interiores provienen de Dios analizando los frutos. Es decir, no hay que prestar tanta atención a las palabras sino a la constatación de qué está pasando. Una persona puede afimar que la Virgen le dijo esto o aquello. Entonces yo le pregunto: “¿Cómo anda tu marido, tu mujer, tus hijos, cómo van las cosas en tu trabajo, cómo es tu servicio apostólico, cómo anda el corazón en términos de humildad, cómo va tu encuentro con Jesús en la Palabra?”. Difícil que la Virgen hable ahí si la persona y su entorno no está bien. Si no hay un cambio radical en la vida después de estas presencias, hay que sospechar. Santa Teresa dice que es el señorío en el corazón y lo que produce (los frutos) lo que determina si aquella voz que escuchamos es del Señor o no. En este último caso, puede tratarse de una voz que suene fuera del corazón y por lo tanto, no viene del Altísimo.
Habla también Teresa de las locuciones interiores: “A modo de ejemplo: se encuentra uno apenado por asuntos graves, basta que Él diga: ´Yo soy, no temas` y la tormenta interior se sosiega en un instante”. Describe la santa que en ese momento se van todas las dudas, los temores, las incertidumbres, y el alma queda parada en otro lugar. Entonces, en estas experiencias que nosotros decimos tener y que sentimos que provienen del Señor, no hay que decir que son o no son de Dios tan rápidamente. Tampoco hay que permanecer en una duda eterna. Simplemente no hay que darle importancia si fue o no fue una experiencia de Dios, no hay que enredarse en eso. Si un sacerdote es quien tiene que determinar si la cosa vino del Señor, lo primero que va a hacer es ver si la supuesta experiencia mística se traduce en la vida cotidiana de la persona, porque ahí es donde se juega lo importante. No nos tenemos que enganchar con qué pasó, cómo fue el encuentro con el Señor, etcétera, porque allí se mezclan muchas cosas. Cuando digo “se mezcla” quiero decir que puede haber una gracia de Dios evidente, pero también hay que tener en cuenta que el receptor del mensaje puede traducir lo que el Señor está diciendo de una manera distinta o sin toda la claridad que debería. Hasta que el corazón se va purificando, estos procesos llevan tiempo. También puede suceder que la persona, sin mala intención, tenga fantasías desde lo religioso. Y puede ocurrir además que el Mal espíritu se vista de forma de Bien para engañarnos. Todas estas cosas hay que tenerlas en cuenta.
Pero volviendo a los escritos de Teresa, ella dice que las heridas que se abren en el contacto con el Señor están llenas de dulzuras. El corazón tiene más firmeza, más gozo, queda con más deseo de encontrarse con Dios y con más ganas de servir a los hermanos. Al mismo tiempo, todo esto deja una certeza absoluta de indignidad ante el Señor. Por el contrario, dice Teresa, “si la persona que recibe estos regalos del Señor se considera mejor, en vez de quedar más confundida, pude estar segura de que eso no es Dios”. Digamos que, en estos casos, es todo un invento. Es tan clara Teresa para decir las cosas que no quedan dudas qué está queriendo decir. Cuando uno se encuentra con alguien que dice que Dios le habló y que además él es mejor que todos los otros, estamos mal: no es por allí por donde Dios conduce a las personas.
También Teresa habla de una experiencia de éxtasis, algo que parece una contradicción, dado que ella es una mujer que tiene los pies sobre la tierra. Santa Teresa de Ávila, que es una mujer muy concreta (como lo es Dios), dice que hay experiencias donde Dios nos saca de nosotros mismos. Esto es el éxtasis, es cuando Dios nos hace ir hacia Él, que la persona siente como si estuviera fuera de sí mismo. Nuestra amiga relata que a veces esto ocurre delante de otras personas, queda el extasiado todo tieso en su cuerpo, como fría también en su mano, casi sin tener referencia de otra cosa alrededor suyo. “La duración del éxtasis es breve”, dura algunos segundos. Por eso, cuando alguien dice que tuvo un éxtasis y estuvo como media hora perdido, no tuvo ningún éxtasis; la persona estaba mal, tenía alguna cuestión que la hacía estar fuera de sí misma pero porque no era responsable de sus actos. No es eso lo que pasa acá. Dice Teresa que el éxtasis es una fracción de segundos y quien lo vive se siente sumamente avergonzada. En su caso, le reclamaba a Dios que no le mande estas experiencias porque se sentía muy expuesta y sorprendida, sin saber que hacer. Además, relata Teresa que las personas que la rodeaban se daban cuenta de ello.
Santa Teresa describe otra dimensión divina: “Dios es inagotable”. Muchas veces sentimos que hay tanto que decir cuando nos sumergimos en Dios que nos quedamos sin palabras. Hasta parece que de todo lo que teníamos para decirle al Señor, no nos sale nada. Por eso hay que darse tiempo también para la experiencia de Dios, no hay que hacerla rápido, sino dejar que en la suavidad del Espíritu nos adentremos en ella. “A veces, el Señor da una oración extraña. Una alegría desconocida invade el alma. Un gozo interior tan desbordante que se desea comunicar con otros. Se desea que todos sientan esa misma alegría para que todos juntos le ayuden a dar gracias. Dan ganas de salir dando gritos por las calles y plazas, para hablarles de la inmensa alegría de servir a Dios. Ese torrente de alegría puede durar hasta un día entero. Aunque la comparación es muy burda, ese estado de euforia se asemeja al de una persona que ha bebido en demasía”. Seguramente nos pasa esto cuando tenemos encuentros profundos con el Señor, y los otros dicen “¿qué le pasó a éste que está tan contento?. Esta desbordante alegría pone de manifiesto nuestra debilidad. Lo que tiene claro Teresa es que el camino es Jesús: “Quizás se piense, a esta altura de la oración, que hay que dejar de lado nuestras consideraciones, meditaciones sobre la vida, y palabras de Cristo nuestro Señor. ¡Tremendo error!”. En este sentido, podríamos decir que quien tiene tan elevadas expresiones de gracia en su corazón, vuela. Pero, para Teresa, volar es un problema, no una solución. Mientras más arraigados estamos en lo concreto, más clara se muestra la espiritualidad, dice ella: ”El mismo Jesús se llama a sí mismo camino y luz”.
Padre Javier Soteras
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