A la misma hora cada día veo pasar a una madre con su hijo. Ella es canosa y está algo encorvada y probablemente ronde los 80. Su hijo, por su parte, tendrá unos cuarenta y pico y es bastante alto. Van agarrados del brazo y caminan despacio. El hijo lleva en la otra mano la bolsa de las compras. A veces charlan, otras simplemente se sostienen y se acompañan. Los vi muchas veces y cada vez que lo hacía algo me resonaba dentro. Creo que ese algo era la simpleza de la vida que a veces era grito que ponía en evidencia que tanto me alejaba de la vida mientras más intentaba controlarla. Otras veces era caricia y esperanza al presenciar un Misterio de amor que se encarna.
La imagen de un hijo siendo hijo y una madre ya anciana sabiéndose amada me conmueve a la vez que me interpela. ¿Sabré yo también hacerme tiempo para lo importante? ¿Sabré dejar mis planes para ser enteramente hija, amiga, mujer o madre? ¿Aprenderé a gastarme a consciencia y con alegría en mil rutinas sencillas?
El camino de siempre, el paso lento, conocerse las mañas y los gustos, el tiempo compartido sin apuros, ser enteramente en lo de todos los días.
Ojalá aprenda a gustar, cada vez más, las cosas sencillas.
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