13/09/216 – A través de un texto del P. Mario Llanos, que formó parte de la positio (el documento que se presenta en la causa de los santos sobre la vida del candidato), recorremos la vida y obra de José Gabriel del Rosario Brochero.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
Mt 5, 1-12
En el Padre Brochero se cumple la bienaventuranza prometida por Jesús: “Felices los de alma pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos”. Pobreza que abrazó con toda su fuerza en todas las dimensiones de su vida, y que consistió en vaciarse de sí mismo para hacer la voluntad de Dios y su Reino, su única riqueza, como tantas veces lo había escuchado y predicado: “Dios, en los Santos Ejercicios, me ha enseñado a mi y a ustedes, que el hombre debe primero perder su honor, sus bienes o riquezas, y su vida misma, antes que perder a Dios, o sea su salvación”.
Lo que el Padre Brochero predicó, lo aprendió contemplando a Jesús, y encarnó en sí mismo la vida pobre y entregada de Cristo que “Siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (“ Cor 8,9).
Testimonios que hablan de la vida pobre y entregada en la que donó el P. Brochero nos estimulan a vivir la bienaventuranza:
-Brochero se dedicaba a todos por igual, pero especialmente los pobres eran sus preferidos, porque lo necesitaban más. Les facilitaba ropas, abrigo, alimentos y cualquier otra cosa que estuviera a su disposición. Todo lo quería para los otros, nada para sí, para los pobres y las Hermanas…
-Quiso siempre vivir con lo elemental sin requerir nada en especial para sí: se despojaba de todo lo que tenía, se olvidaba totalmente de sí para dar a los demás. Decía mi padre que la hermana del Señor Brochero le pedía dejara algo para sí, pero él entregaba todo a los demás.
–De carácter alegre y comunicativo, franco como un niño, está siempre dispuesto a servir a todo el mundo, tanto al rico como al pobre, al bueno como al malo. Su mano está siempre abierta cuando se trata de socorrer alguna necesidad… Brochero es pobre pudiendo ser el más rico.
-Al sol y al viento, a la cabeza de sus feligreses, recorría los valles y las montañas en busca de elementos para las construcciones de sus parroquia. O ya solitario se lo veía ir en ayuda de algún pobre enfermo que necesitaba el supremo consuelo para su alma. Por eso su cara tostada adquiría el color de la mejor condecoración que podía otorgársele.
–Para mí, era un santo. Era un hombre abnegado y capaz de hacer cualquier sacrificio para hacer el bien. Sacrificaba su tiempo y dinero en bien de los pobres.
Decía el Padre Brochero:
“Miremos a Jesús, Salvador del mundo, que en un sitio humilde, junto al templo de Jerusalén, está sentado, y con un modo suavísimo llama y convida a que le sigan. Miremos qué amable es su semblante sobre todas las bellezas del mundo. En su frente reside la Majestad, pero humilde. En sus ojos reina la alegría, pero modesta. De sus labios destila la dulzura, pero no empalaga. De sus manos salen las gracias, pero sin interés. En suma, él es todo deseable. Convida de un modo suavísimo, con palabras dulcísimas a seguirlo: Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, que yo les daré descanso. Tomen mi yugo y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, porque mi yugo es suave y mi peso liviano. Es verdad que Jesucristo también impone a sus seguidores leyes al parecer muy duras: niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el negarse a sí mismo implica una renuncia completa de todos los placeres del sentido, un abandono de las riquezas superfluas, y un desprecio de los vanos honores. Pero el tomar la cruz es una preparación del ánimo para tolerar la pobreza de espíritu y la humildad de corazón. Es verdad, mis amados, que nos muestra el estandarte de la cruz, pero justamente nos avisa que en la cruz está nuestra salvación y nuestra vida, que en la cruz está la defensa de nuestros enemigos y la gracia de las consolaciones celestiales; que en la cruz se halla la fortaleza del corazón, el gozo del espíritu, la perfección de las virtudes y la esperanza de la bienaventuranza eterna: Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”.
“Miremos a Jesús, Salvador del mundo, que en un sitio humilde, junto al templo de Jerusalén, está sentado, y con un modo suavísimo llama y convida a que le sigan.
Miremos qué amable es su semblante sobre todas las bellezas del mundo. En su frente reside la Majestad, pero humilde. En sus ojos reina la alegría, pero modesta. De sus labios destila la dulzura, pero no empalaga. De sus manos salen las gracias, pero sin interés. En suma, él es todo deseable. Convida de un modo suavísimo, con palabras dulcísimas a seguirlo: Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, que yo les daré descanso. Tomen mi yugo y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, porque mi yugo es suave y mi peso liviano.
Es verdad que Jesucristo también impone a sus seguidores leyes al parecer muy duras: niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el negarse a sí mismo implica una renuncia completa de todos los placeres del sentido, un abandono de las riquezas superfluas, y un desprecio de los vanos honores. Pero el tomar la cruz es una preparación del ánimo para tolerar la pobreza de espíritu y la humildad de corazón.
Es verdad, mis amados, que nos muestra el estandarte de la cruz, pero justamente nos avisa que en la cruz está nuestra salvación y nuestra vida, que en la cruz está la defensa de nuestros enemigos y la gracia de las consolaciones celestiales; que en la cruz se halla la fortaleza del corazón, el gozo del espíritu, la perfección de las virtudes y la esperanza de la bienaventuranza eterna: Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”.
El “Cura de los Pobres” donó su vida, su tiempo y sus esfuerzos en bien del progreso material y espiritual de los suyos. Trabajó para que pudieran salir de la pobreza en que vivían y no quedaran sumidos en la penuria espiritual, con hambre en el alma. La pobreza para Brochero no es un acto de despojo para imitar simbólicamente al Señor, sino un acto deprofunda confianza en el Señor sabiendo que sólo así puede obrar en nosotros.
En cierta ocasión llegó un pobre a pedir a su casa, no teniendo qué darle, empezó a buscar en todas partes y al hojear un libro encontró cinco pesos y los depositó en la mano del pobre que solicitaba ayuda. Danos tu mirada Señor, para que no demos vuelta la cara ante las necesidades de nuestros hermanos, queremos poder mirarlos, y hacernos cargo de la parte que nos toca. Enseñanos a ser creativos en la búsqueda de senderos de ayuda concreta y eficaz.
Brochero era capaz de no comer si veía a un pobre con hambre. Todo lo sacrificaba para el bien de los otros. Hoy muchos tienen hambre de pan, de trabajo, de salud, de educación, de justicia, de verdad, de inclusión. Que en el lugar desde el que nos llama a aportar al bien común no dejemos de recordar y obrar conforme a las palabras de Jesús: “Denles ustedes mismos de comer” (Mc 6,37).
Con los enfermos era muy solícito en sus atenciones. Muchas veces expuso su vida para atenderlos. Señor, danos un corazón atento para descubrir cuándo un hermano enfermo necesita de nuestra atención, nuestra cercanía, nuestra sonrisa y nuestro cuidado. Que tu palabra: “lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” nos queme por dentro y nos impulse a concretar actos de amor.
En sus últimos años, ya ciego, solía salir por los alrededores del pueblo con un muchacho que le hacía de lazarillo, visitaba a los enfermos para alentarlos y ayudarlos dándoles aún lo poco que tenía. Brochero no guardó su vida para sí mismo, no se excusó en sus límites e incapacidades para dejar de servir a su gente. Siempre hay algo que podemos hacer por los demás, aún desde lo profundo de nuestras necesidades, carencias, límites y enfermedades. Que tu palabra “no nos cansemos de hacer el bien” (Gál. 6,9) nos ayude a no aflojar, para que en medio de las dificultades hagamos como Brochero y como Jesús, que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38).
Luego de haber servido por largos 35 años al mismo Curato, el Padre Brochero se retiró pobre a vivir con sus hermanas viudas, no menos necesitadas. Quiso conservar hasta el último momento de su vida su actitud de desprendimiento, preguntándose incluso si debía aceptar algunos regalos que bondadosamente sus fieles le hicieron, manteniendo siempre lúcida su opción personal por la pobreza.
Quiso desprenderse de todo lo que poseía antes de morir, como expresando que quería presentarse delante de Dios sin más bienes que su propio sacerdocio entregado por amor, y sin más riquezas que Dios mismo.
Como último gesto de desprendimiento y entrega, su deseo fue ser enterrado de manera simple y donar a los pobres el dinero de la venta de algunos de sus objetos personales.
El Padre Brochero, con su vida pobre y entregada, es una transparencia del amor de Dios. A través de él, de su vida gastada en bien de los demás, de sus esfuerzos y cansancios, de su corazón grande y desprendido, de la dulzura de su mirada y la fogosidad de su corazón nos llega el amor de Jesús a cada uno de nosotros.
Guíanos Señor con el ejemplo de su vida, engendrá en nosotros ese amor tuyo que él vivó para poder seguir tus pasos. Ayúdanos a sacar ese amor que vence el encerramiento del egoísmo, la avaricia, el materialismo, y nos hace trascender las preocupaciones, a veces innecesarias, que nos ciegan ante la realidad de nuestros hermanos que necesitan tu cercanía, la de Brochero y la nuestra.
Padre Javier Soteras
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