21/09/2016 – Brochero es nombrado Párroco del Curato de San Alberto. Deberá cruzar las Altas Cumbres y adentrarse en un paisaje agreste, seco y rocoso. Su corazón, de dimensiones vastas, se irá adaptando al paisaje y a su gente sencilla.
“ Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”
Mt 28,19
El 18 de noviembre de 1869 fue designado José Gabriel Brochero cura de San Alberto en el Valle de Traslasierra, siendo San Pedro la villa que hacía de cabecera en aquel departamento. Pequeña, pobrona, sencilla. Ese era el lugar a donde iría el cura a sentar sus reales para iniciar su gran misión apostólica. Días después de ser nombrado -el 24- salió de Córdoba rumbo al oeste. Viaje penoso el suyo. Lleno de alternativas que Brochero, con la fortaleza y el ánimo de sus veintinueve años, sobrellevó con hondos deseos de servir al Señor.
Cuatro días antes de su partida, el diario “El Eco de Córdoba” publicaba el resultado del censo que acababa de realizarse en el oeste cordobés. Brochero supo entonces que San Javier tenía 13.000 habitantes; San Alberto, más pequeño, contaba con 10.000, en tanto que Minas alcanzaba a 8.000 y Pocho apenas sobrepasaba los 6.000.
Sabía Brochero que el curato al cual marchaba iba a demandarle esfuerzo para su atención. Era muy extenso y de accidentada topografía. Pero los inconvenientes aparecían disminuidos ante el entusiasmo por la práctica de la conquista espiritual que él presentía ardua en aquellas regiones; seguramente en su corazón vibraba el llamado de Jesús, Rey Eterno, como lo había escuchado tantas veces en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio: “Mi voluntad es conquistar toda la tierra… Asimismo ha de trabajar conmigo… para que así después tenga parte conmigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos”. (E.E.,93) . El Maestro de Loyola lo dice conforme a la palabra “vayan y hagan que todos los pueblos mis discípulos”. En el horizonte de Brochero están todos. En tu pequeño mundo donde Dios te ha puesto, hay quienes hoy piden todo de vos: tus hijos, nietos, la comunidad de tu parroquia, tu pueblo, tu ciudad. Son quienes pueblan tu corazón y te invitan a dejarlo todo para que el evangelio les llegue al corazón.
Pero, ¿cómo era la región montañosa del oeste cordobés donde Brochero iba a desarrollar su acción? Centenares de leguas abarcaba aquella zona donde tendría que evangelizar. Allí estaban los murallones pétreos de las Sierras Grandes, imponentes y adustos, como dispuestos a que nadie quebrantara el silencio azul de sus cumbres. Aquellos “Gigantes” que en ambición de cielo se levantan a casi tres mil metros y donde parecieran encontrarse a gusto solamente el viento bramador y el cóndor dominador. Pero por las rendijas de las montañas, se podía deslizar hacia el otro lado, tras de admirar la vigorosa contextura del Champaquí, eterno centinela de la grandeza natural de esos horizontes.
Pequeños poblados, acurrucados junto a los cerros o refrescándose en los arroyuelos cantarinos, servían al viajero como descanso. Nombres con reminiscencias indígenas Taninga, Salsacate, Pocho, Nono, Yacanto, etc.- están desparramados en el amplio mapa del oeste serrano. La naturaleza se mostraba bravía y arisca. Un paisaje de incomparable belleza en los valles y las alturas donde no dejaba nunca de pasar el viento como limpiando el cristal del firmamento. El cura tampoco era manso, pero el paisaje y su gente le fueron moldeando el corazón. Los paisajes más duros y agrestes, para el misionero, por el amor, se convierte en habitable y hasta amable.
Brochero se enfrentó con el panorama y su alma debió sentirse hondamente emocionada. Y más aún cuando tuvo la sensación de la humanidad bondadosa de la gente que moraban en aquellos lugares. Brochero se hizo de ese pueblo, y ese pueblo se hizo de Brochero. Pero se dio cuenta también que a pesar de la abnegada labor que realizaran sus predecesores, mucho era lo que había que evangelizar aún. Debía armarse de una gran decisión y de un extraordinario fervor, dispuesto a sobrellevar las batallas más prolongadas. Brochero será así un claro ejemplo de lo que se denomina la “mística apostólica”, vale decir, aquella unión con Dios centrada en la acción evangelizadora, nucleada en la clara y permanente conciencia de ser instrumento de la acción redentora de Jesús.
Algo que impacta fuertemente en los escritos del Cura Brochero es la clara conciencia de su misión de párroco; todo su ser está orientado hacia un “proyecto espiritual unificador”: ser apóstol y por ello, él se considera siempre instrumento de Cristo “como el mortero y la mano sirven para hacer mazamorra.
Pero, ¿cómo adentramos en el “corazón sacerdotal” del Cura Brochero? Para ver verdaderamente sus trabajos y medir un poco la extensión de su corazón de padre y amigo tendríamos que escalar hasta la cima del Champaquí y mirar desde allí, los 120 Km de norte a sur y los 120 Km de este a oeste que componían su “parroquia”. Tendríamos que subirmos a una mula y andar primero días y días sobre la mula, cruzando por las Sierras Grandes y La Pampa de Achala, viajando a los Llanos riojanos, visitando los puestos más perdidos de San Luís. Si lo miramos así y nos imaginamos el dolor de las “asentaderas” -a él le habían salido callos- comenzamos a pensar que había “algo más” en el corazón del Cura Brochero.
Ese “algo más” es la fuerza misteriosa que abrió caminos, destapó acequias; levantó iglesias, colegios y casa de Ejercicios; visitando y conociendo mano a mano a sus feligreses, por más perdidos que estuvieran en la sierra o en el desierto. El Cura Brochero es un amigo con un corazón de 3.600 Km cuadrados, pero 3.600 Km cuadrados sobre el lomo de una mula.
¿Cuál es entonces la fuerza, el secreto que impulsa con tanta vehemencia el corazón del Cura Brochero? Brochero era de Dios y quería que todos los hombres fueran de Dios. El amor a Jesucristo en su corazón humilde y fraterno, se convirtió en una verdadera pasión por “salvar almas”. Esta caridad es la que impulsa su corazón de amigo.
Una vez lo llamaron para visitar un enfermo. Para llegar a ese rancho se encuentra con el río crecido. Cualquiera se hubiera echado atrás, pero el Cura Brochero manda la mula adelante y prendido de la cola de su mula cruza el río diciendo: “¡Guay de que el diablo me lleve un alma!”
Un sacerdote sobre una mula no es nada, pero si lo impulsa la fuerza del amor, puede hacer verdaderos milagros de cariño en sus fieles. Brochero decía: “El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio sacerdote. Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego”.
La caridad es lo que lleva en su corazón el Cura Brochero y esa es su fuerza y secreto… Esta caridad lo lleva a sentirse “amigo” de todos, de sus paisanos y feligreses, pero también de sus hermanos sacerdotes. En la carta que solicita uno o dos sacerdotes como ayudantes para su Curato, veamos cuáles son los compromisos que asume frente a su Obispo, Fray Juan Capristano Tissera. Este texto es interesante para conocer los rasgos brocherianos de lo que denominamos “la fraternidad sacerdotal”.
“El Cura procurará que sus cosas sean también de los ayudantes, esto es, verá de no reservarles nada de lo de él. Los ayudantes le avisarán al Cura Brochero lo que les parezca mal en el trato con ellos o con los feligreses o con las personas particulares, para enmendarse de dicho malo darles la razón de su proceder. (Los ayudantes) han de hacer cada mes un día de retiro junto con el Cura y se han de confesar cada ocho días a no ser que la distancia u otra circunstancia impida esa frecuencia, pero se hará a la mayor brevedad, de suerte que no pase de quince a veinte días. El Cura les dará ejemplo en esa línea confesándose ya con el uno ya con el otro. Cuanto sean más pecadores o más rudos o más incivilizados mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesionario, en el púlpito y aún en el trato familiar. Y si encuentran algo digno de reto, que lo avisen al Cura, porque ya sabe él cómo los ha de retar. Que harán los entierros y funciones por algo menos que el arancel, porque así se gana más plata y (se gana) más fama de desinteresado. Que ayudarán al Cura a confesar sanos a derecha e izquierda; y pueden predicar cada vez que quieran y puedan, porque oyentes tendrán siempre”.
Brochero tiene clara conciencia de que su unión con Cristo pasa no solamente por la vida de oración sino que ésta debe estar íntimamente unida con la acción apostólica. Sabe que la vocación sacerdotal implica que Dios lo quiere “contemplativo en la acción” y que, precisamente, en la acción apostólica es donde él desarrollará su camino de unión con Cristo y de transformación espiritual.
Padre Javier Soteras
Material elaborado en base al texto “Brochero, un hombre de Dios para su pueblo” Curabrochero.org
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