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07/10/2016 – El Padre Ángel Rossi en el espacio “Palabras de Vida” de la mañana de Radio María habló sobre la desesperanza, el espíritu de “ufa” y la misión de acompañar a otros en el camino y ser testimonio de esperanza.
Contó que la desesperanza tiene dos o tres formas. Una es la soberbia, curiosamente es desesperanzado porque no espera nada de nadie, porque como es soberbio se la arregla solo. El soberbio es un hombre sin esperanza no espera de nadie, ni de Dios ni de los demás. La segunda es la desesperación. Pero hay otra forma de desesperanza menos descarada y quizás más sutil que es aquella que se da bajo la forma del “aire entristecido”. Quizás el ícono sean los discípulos de Emaús (Lc 24), no nos tiramos, seguimos caminando pero sin ánimo, arrastrando la vida. Es como si fuéramos “chinchudos crónicos”, haciendo todo en una atmósfera de “ufa” existencial: ufa levantarme, ufa al trabajo, ufa la familia, ufa a la vida, ufa todo, con un pesimismo instalado que nos hace incapaces de alegrarnos por nada. Además muchas veces vivimos sospechando de Dios, que Dios no cumple, y sospechando de todo, como que son todos enemigos mientras no prueben lo contrario.
Jesús le pregunta con gran delicadeza a los discípulos de Emaús, “¿de qué hablan por el camino?” cuando quizás lo más lógico hubiera sido decirle “¿a dónde van con esas caras?. Les dije que me esperaran en Galilea y están yendo a contramano”, y quizás por eso la tristeza. Y la respuesta de los peregrinos es correctísima, no traicionan ninguna verdad teológica y hasta describen el kerigma, el anuncio de la persona de Jesucristo y de su obra salvadora a través de su muerte y resurrección. Pero no lo anuncian como un hecho salvífico, sino como un chasco, como algo hermoso que no se dio, algo en lo que se arrepienten de haber creído y de haber metido el corazón. Diría Rahner que los convierte en “herejes afectivos”, es decir, la falla no está en lo que afirman sino en cómo lo afirman. Anunciar la Buena nueva desencantados, entristecidos, con la sensación de que el Señor les falló, con aire de reproche es traición al mensaje es anti-testimonio.
La expresión es significativa “nosotros esperábamos pero…”. En nosotros también se repite esa escena, este caminar a veces entristecidos, a veces rumiando desencanto, por ahí solos o dándonos manija con algún otro compañero de camino que le haya pasado lo mismo, quizás haciéndonos cómplices de nuestras desesperanzas o amarguras.
Cuántas veces nos brota del alma esos “nosotros esperábamos”: esperábamos ser más buenos, esperábamos quizás hijos más agradecidos, esperábamos en esta altura de la vida estar más tranquilos económicamente, esperábamos un mayor éxito profesional o apostólico. Esperábamos… pero, la cosas salieron diferentes.
Después de escucharlo largo rato, el Señor les “calienta el corazón”. Nosotros también tenemos la obligación, por misión, de preguntarle al mundo, al hombre que viene al lado nuestro “de qué vienen hablando por el camino”, la obligación de que encuentren un oído que los escuche, así como a veces nos escuchan a nosotros, y así puedan expresar todo su dolor para que así después podamos calentarles el corazón recordando todas las promesas y cariño del Señor por cada uno de nosotros: “Tú eres mi hijo muy amado”; “No tengas miedo, yo te tengo tomado de la mano, Tú eres mío”.
Y después pidamos con ellos: “quédate con nosotros” es decir “no pases de largo”.
Quédate y llena de tu presencia aquella zona del corazón más deshabitada de tu amor”;
Quédate y poné calor allí donde yo he puesto frialdad; quédate y curá estas heridas que yo empecinadamente cuido de que no cierren;
Quédate y restablecé los puentes de comunión con mis hermanos que yo de dinamitado con mis palabras o con mis gestos agresivos o incoherentes o con mi durezas de juicio;
Quédate y dame la fuerza que necesito para echar a empujones de esperanza a éstos inquilinos impertinentes que son la tristeza, el miedo, el desánimo que me han ido copando gran parte de la casa y que me tienen apichonado en un rincón del alma;
Quédate y elegí Vos en qué habitación querés que cenemos juntos, aunque sea aquella habitación que yo nunca te ofrecería para recibirte hoy.
El testimonio de nuestra esperanza es fuerza para hoy y es también la mejor herencia, junto con el amor por supuesto. Que hoy podamos decirle al Señor “quédate con nosotros”, para que nos encienda el corazón y nos devuelva la esperanza.
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