Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Se comenzó a festejar en el aniversario del día en que, por intervención de Santa Elena, se encontró la Cruz de Nuestro Señor, que estaba perdida.
Tiempo después, a principios del siglo VII, los persas saquearon Jerusalén, destruyeron muchas basílicas y se apoderaron de la Cruz en la que había muerto el Señor.
Pocos años más tarde el emperador Heraclio recuperó la Cruz.
Desde niños hemos aprendido a hacer la señal de la Cruz en la frente, en los labios y en el corazón, como un signo externo de nuestra profesión de fe. Muchos cristianos llevamos una Cruz colgada en el pecho. La Cruz de Jesús está en los altares, y en el exterior, en la parte más alta de las Iglesias.
La Cruz es el instrumento para levantar a los caídos, la salud del alma y del cuerpo, la destrucción del pecado, y el árbol de la vida eterna. La Cruz se presenta en nuestra vida de muy diferentes maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad…
Hoy podemos revisar cual es nuestra disposición ante esa Cruz que se muestra a veces difícil y dura, pero que si la llevamos con amor, se convierte en una fuente de Vida y de alegría. En la primera lectura de la misa de hoy, en el libro de los Números, Cap. 21, Vers. 4 al 9 leemos que el Señor dijo a Moisés: “Haz una serpiente de bronce y ponla por señal; el herido que la mire, vivirá. Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso por señal, y los heridos que la miraban eran sanados”.
La serpiente de bronce era el signo de Cristo en la Cruz, en quien obtienen la salvación los que la miran. Así lo expresa Jesús en su conversación con Nicodemo.
Desde entonces, el camino de la salvación pasa por la Cruz, y cobra sentido algo que podría parecernos tan falto de sentido como lo es la enfermedad, el dolor, la pobreza, el fracaso… los sacrificios voluntarios.
El amor a la Cruz nos lleva a descubrir a Jesús, que nos sale al encuentro y toma la parte más pesada y la carga sobre sus hombros.
Nuestro dolor, asociado con el de Jesús, se convierte en alegría y en un medio de unión con Dios.
San Pablo enseñaba a sus discípulos que la Cruz es siempre breve y llevadera, y el premio de estos sufrimientos, ofrecidos a Jesús, es inmenso y eterno. El único dolor verdadero es alejarnos de Cristo.
Esa Cruz abraza, primero, a cada uno de nosotros, nos confía una misión en nuestra vida personal, en nuestras familias, en el ámbito de nuestras amistades, de nuestros conocimientos, en todas partes encontramos y encontraremos cruces.
Jesús, desde la Cruz, nos invita a cada uno de nosotros, hoy, a poner todas estas cruces, y no sólo la nuestra, en relación con la suya. Jesús nos invita a sembrar también en ellas, como El lo hizo, el germen del amor y la esperanza.
El cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz?
La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor de solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.
Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.-
Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.-
"No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado" (León Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido -la madurez adquirida en el dolor- no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.-
Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.-
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