Catequesis del Viernes 18 de Setiembre
1. «Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres»
Desde el comienzo de la misión de Cristo, la mujer muestra, con relación a él y a todo su misterio, una particular sensibilidad que corresponde a una de las características de su feminidad. Además conviene señalar que esta verdad se confirma de manera particular en el misterio pascual, no solamente en el momento de la crucifixión sino todavía más al amanecer del día de la resurrección. Las mujeres son las primeras en estar junto al sepulcro. Son las primeras que lo encuentran vacío. Son las primeras en oír: «No está aquí: ha resucitado, como había dicho» (Mt 28,6). Son las primeras en abrazar sus pies (Mt 28,9). También son las primeras llamadas a anunciar esta verdad a los apóstoles (Mt 28,1-10; Lc 24,8-11).
“En María el Evangelio penetró la feminidad”, tremenda afirmación para destacar cuánto de digno y de sagrado hay en cada mujer. En María tenemos la garantía de la verdadera espiritualidad cristiana por la “espiritualización de la carne y de la encarnación del espíritu”.
Las mujeres latinoamericanas asumen su compromiso evangelizador. Este compromiso se desarrolla comenzando por las familias, donde las mujeres, desde su rol de esposas y madres, vehiculizan la transmisión de los valores culturales y de la fe. Sumemos a esto, que en la tarea de la educación y formación de los hijos, son las mujeres las que más los acompañan y son interlocutoras con las instituciones y autoridades correspondientes.
En tiempos recientes, algunas corrientes del movimiento feminista, con el propósito de favorecer la emancipación de la mujer, han tratado de asimilarla en todo al hombre. Pero la intención divina, tal como se manifiesta en la creación, aunque quiere que la mujer sea igual al hombre por su dignidad y su valor, al mismo tiempo afirma con claridad su diversidad y su carácter específico. La identidad de la mujer no puede consistir en ser una copia del hombre, ya que esta dotada de cualidades y prerrogativas propias, que le confieren una peculiaridad autónoma, que siempre ha de promoverse y alentarse.
Estas prerrogativas y esta peculiaridad de la personalidad femenina han alcanzado su pleno desarrollo en María. En efecto, la plenitud de la gracia divina favorecía en ella todas las capacidades naturales típicas de la mujer.
El papel de María en la obra de la salvación depende totalmente del de Cristo. Se trata de una función única, exigida por la realización del misterio de la Encarnación: la maternidad de María era necesaria para dar al mundo el Salvador, verdadero Hijo de Dios, pero también perfectamente hombre.
La importancia de la cooperación de la mujer en la venida de Cristo se manifiesta en la iniciativa de Dios que, mediante el ángel, comunica a la Virgen de Nazaret su plan de salvación, para que pueda cooperar con él de modo consciente y libre, dando su propio consentimiento generoso.
Aquí se realiza el modelo más alto de colaboración responsable de la mujer en la redención del hombre -de todo el hombre-, que constituye la referencia trascendente para toda afirmación sobre el papel y la función de la mujer en la historia.
María, realizando esa forma de cooperación tan sublime, indica también el estilo mediante el cual la mujer debe cumplir concretamente su misión.
Ante el anuncio del ángel, la Virgen no manifiesta una actitud de reivindicación orgullosa, ni busca satisfacer ambiciones personales. San Lucas nos la presenta como una persona que sólo deseaba brindar su humilde servicio con total y confiada disponibilidad al plan divino de salvación. Este es el sentido de la respuesta: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc. 1, 38).
Después de haber recibido la respuesta del ángel, María expresa inmediatamente su disponibilidad, conservando una actitud de humilde servicio.
Se trata del humilde y valioso servicio que tantas mujeres, siguiendo el ejemplo de María, han prestado y siguen prestando en la Iglesia para el desarrollo del reino de Cristo.
La figura de María recuerda a las mujeres de hoy el valor de la maternidad. En el mundo contemporáneo no siempre se da a este valor una justa y equilibrada importancia. En algunos casos, la necesidad del trabajo femenino para proveer a las exigencias cada vez mayores de la familia, y un concepto equivocado de libertad, que ve en el cuidado de los hijos un obstáculo a la autonomía y a las posibilidades de afirmación de la mujer, han ofuscado el significado de la maternidad para el desarrollo de la personalidad femenina. En otros, por el contrario, el aspecto de la generación biológica resume lo importante, que impide apreciar las otras posibilidades significativas que tiene la mujer de manifestar su vocación innata a la maternidad.
Contemplando atentamente a María, también descubrimos en ella el modelo de la virginidad vivida por el Reino.
Virgen por excelencia, en su corazón madura el deseo de vivir en ese estado para afianzar una intimidad cada vez más profunda con Dios.
Mostrando a las mujeres llamadas a la castidad virginal el alto significado de esta vocación tan especial, María atrae su atención hacia la fecundidad espiritual que reviste en el plano divino: una maternidad de orden superior, una maternidad según el Espíritu (cf. ib., 21).
El corazón materno de María, abierto a todas las miserias humanas, recuerda también a las mujeres que el desarrollo de la personalidad femenina requiere el compromiso en favor de la caridad. La mujer, más sensible ante los valores del corazón, muestra una alta capacidad de entrega personal.
A cuantos en nuestra época proponen modelos egoístas para la afirmación de la personalidad femenina, la figura luminosa y santa de la Madre del Señor les muestra que sólo a través de la entrega y del olvido de sí por los demas se puede lograr la realización auténtica del proyecto divino sobre la propia vida.
Por tanto, la presencia de María estimula en las mujeres los sentimientos de misericordia y solidaridad con respecto a las situaciones humanas dolorosas, y suscita el deseo de aliviar las penas de quienes sufren: los pobres, los enfermos y cuantos necesitan ayuda.
La Madre Teresa de Calcuta, religiosa católica de origen albanés, se hizo famosa, a pesar suyo, en todo el mundo, por haber vivido y cuidado de las personas más pobres del mundo, en Calcuta. Por su compromiso con los enfermos, los pobres y los débiles, en 1979 fue condecorada con el Premio Nobel de la Paz; mujer simple y modesta, completamente iluminada por la misión que realizaba para Dio, no quiso participar al habitual banquete de festejo, pero no rechazó el dinero que formaba parte del premio, con el que habría quitado el hambre a sus pobres en Calcuta, al menos por un año.
[1] Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante la audiencia general de los miércoles
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