02-02-2018 Ésta es una anécdota del sacerdote jesuita Gary Smith, extraída del libro “‘… al volver, vuelven cantando’ Mi vida con los refugiados” (Editorial SAL TERRAE, 2010)
“Domingo de Pascua. Yo estaba cansado, pero durante la Misa recobré fuerzas gracias a un entusiasta y alegre grupo de fieles que cantaban en distintos idiomas africanos. Después de la Misa, los miembros delegados de la congregación pronunciaron sus discursos pascuales, mientras yo permanecía sentado y tratando de relajarme.
En un determinado momento, Kiden, una niña de unos tres años de edad, se acercó a mí, trepó hasta mi regazo y se quedó dormida. Al parecer, Kiden y algunas de sus amiguitas habían asaltado recientemente un árbol repleto de mangos y estaba cubierta hasta las cejas del jugo de dicha fruta, lo cual significaba que había atraído sobre sí a la mitad de las moscas del Nilo, un hecho del que ella era felizmente inconsciente.
Al final, concluidos ya los discursos pascuales, apareció su abuela, la tomó de mi regazo y se perdió con ella entre la multitud.
Pienso en Kiden entre mis brazos y me pregunto: ¿acaso no es una metáfora del mandato encomendado al Servicio Jesuita de Refugiados de acompañar a los refugiados del mundo?
La vida de la pequeña Kiden está constantemente amenazada por toda clase de privaciones y por la explotación: sin embargo, entre mis brazos –corazón contra corazón– ella pudo experimentar su dignidad, esa prometida y santificada dignidad humana que brilla en el centro mismo de la resurrección de Cristo. “