“La casa donde me decían Poldita”

miércoles, 30 de mayo de 2018
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30/05/2018 Bello relato de la escritora argentina Poldy Bird donde, con ternura y calidez, rememora su infancia en la casa de su abuela:

“En octubre ya mareaba el olor de las rosas. Blancas, color té, rojísimas. Con tus manos serenas y sabias y la tijera negra, las cortabas, de largos tallos, y armabas con ellas magníficos ramos en los jarrones del comedor.

Abuela, vos no conocías, como yo, los rincones secretos del jardín, pero te dabas cuenta si arrancábamos espuelas de caballero, caléndulas, jazmines del cabo… y hasta veías el brevísimo claro que dejaba la falta de un ramito de jazmines del país…

Todas las tardes, rodete en alto y tintineantes pulseras, dabas una vuelta por los caminitos de greda, alta reina de mi infancia, abuela de envidiado costurero lleno de botoncitos de colores. Abuela de inigualables scons tapados con un repasador almidonado, sobre la mesada de la cocina

Abuela que sabía el lenguaje de los abanicos: hacia abajo: “no puedo verte”, hacia arriba “me interesas”; cerrado y reposando en la falda: “no me importas”; abierto y ocultando parte del rostro, los ojos descubiertos: “te quiero”…

Cómo me gustaba oírte hablar de esas magias cotidianas. Y dejarle la cabeza a tus manos que me desenredaban sin apremio, y dejarle mi corazón a tu cuidado, que le enseñaba a creer en la gente, a disculpar los errores, a abrir de par en par mi cariño como una ventana.

Viéndote sonreír, aprendí a sonreír.Viéndote querer, aprendí a querer. Viendo cómo te querían, aprendí que es verdad que se recoge lo que se siembre.

Abuela que sabía el lenguaje de los sabores: si no hubieras cocinado para mí, yo nunca hubiera podido sentir esa cosa que se siente cuando uno come algo que hicieron especialmente para quererlo, para hacerle una caricia con forma de buñuelo, para darle calor pisado en el puré…

Cuando cruzo la calle, tu voz me cuida: “Mirá para los dos lados”. Cuando salgo: “Ponete perfume. Andá a pasarte el peine.”.

A lo mejor yo no te dije nunca estas cosas, pero vos las debés haber adivinado: mirándote hacerlo aprendí a coser botones, a hacer dobladillos, a zurcir, a freír huevos, a cocinar una salsa, a doblar las servilletas, a armar un ramo, a hacer un moño, a saludar, a sentir que la familia debe ser un nudo apretado.

Y ahora también vos seguís siendo la reina de la casa donde me decían Poldita, la casa que es mentira que tiraron abajo y no tiene rosales, es mentira, porque la tengo toda construida dentro de mi corazón. Toda guardada intacta para vos, para las dos, para transitar otra vez por sus cuartos y su jardín cuando volvamos a encontrarnos.”