La muerte: de intrusa a hermana

martes, 10 de noviembre de 2009
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Entrevista a Santiago Kovadloff, filósofo, ensayista, poeta, traductor y antólogo de literatura de lengua portuguesa. Es profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid. En 1998 se incorporó, como miembro de número, a la Academia Argentina de Letras. Integra el consejo asesor de la revista criterio, columnista del diario La Nación.

Si me voy antes que vos, si te dejo en estas tierras, no te asustes de la noche que en la noche vivo yo
Si me voy antes que vos, si es así que está dispuesto, quiero que tus noticias hablen del aire y del sol
Quiero que siempre recuerdes lo que dijimos un día: que cada vez que te ríes róo contigo mi amor
Y NO TE OLVIDES DE ALGO QUE SE ADIVINA EN LA VIDA Y ES QUE LA VIDA MISMA ES UN MILAGRO DE AMOR
Si me voy antes que vos y visito tu silencio no es para que estés triste ni para ver tu dolor
Quiero decirte mi amor en estas torpes palabras que cada vez que llores lo sabrá mi corazón
Y no nos encontraremos pues siempre estuve a tu lado hacia donde y hasta cuando esas son cosas de Dios
Y no nos encontraremos pues siempre estuve a tu lado
Siempre aunque me vaya antes es un milagro de amor letra traduzca

Hoy es el día de los fieles difuntos, así que vamos a profundizar un poquito más en lo que la Iglesia intenta reflexionar, pedir y vivir en este día.
Pascal dijo una vez que “los hombres, no habiendo podido liquidar la muerte, se pondrían de acuerdo para no pensar más en ella”. Quizá sean estos los tiempos que Pascal había anunciado, puesto que los numerosos intentos de liquidarla conducen siempre a un verdadero fracaso.
En esos últimos años se ha hablado y se ha escrito muy intensamente sobre la muerte pero fundamentalmente en planos intelectuales, espirituales y de algunas disciplinas que han profundizado en las vivencias que se experimentan al morir, o de algunas personas que dicen ‘haber vuelto de la muerte’, se ha pensado mucho en la muerte en relación a los proyectos de ley o a las leyes de la eutanasia, pero no se ha podido suprimir el carácter obligatorio y totalizante de la muerte, porque la muerte es un fenómeno para todos: no distingue razas, ni condición social –aunque con más o menos plata se pueda amortiguar su efecto-. La muerte es una ‘salida’ ¿hacia la nada? ¿o no?. Y si es una salida hacia la nada, entonces, todo lo que hemos vivido anteriormente ¿se convierte en ridículo? ¿qué sentido tiene la vida temporal si de alguna forma el mal final no es suprimido definitivamente y el bien no es eternizado?

Son muchas las preguntas que nos hacemos en torno al tema de la muerte. Hoy, para recordar a nuestros quereres que han partido de este mundo, vamos a compartir distintas reflexiones, Y tenemos para proponerles algunos ritos domésticos, familiares para estar cerca de aquellos que han partido y cuya memoria queremos hoy de alguna manera tener presente.

Desde la perspectiva filosófica, vamos a abordar el tema en una entrevista con Santiago Kovadloff: iremos circulando en un abanico para llegar desde la vivencia de la muerte como una intrusa que irrumpe rompiendo nuestros más caros sueños de inmortalidad, hasta la vivencia de la muerte como hermana

GL: ¿Cuál es tu mirada filosófica sobre este fenómeno? ¿Qué nos pasa a los humanos, que siendo indefectiblemente mortales, siendo la muerte una parte natural de nuestra vida, reaccionamos frente a ella muchas veces con una resistencia muy tenaz?
SK: Sobre este tema, la reflexión no logra acertar certezas que se puedan tener como guías seguras que se pueda tener sobre aquello que queremos decir. Porque la muerte tiene el carácter de lo que no es un objeto, y en esa medida no forma parte de una serie, en esa medida no puede ser legalizada. Si bien ‘todos somos mortales’, la muerte es siempre ‘la de cada uno’. No se trata de un fenómeno transferible ni previsible. Tampoco se trata de un objeto del que tenemos saber. Es una experiencia siempre personal a la que se ingresa o bien por vía analógica, mediante la contemplación de quienes a nuestro alrededor mueren, o bien mediante el presentimiento que en el orden personal tenemos de ella como algo que nos afecta. Pero por todas estas razones, y acaso por muchas más, sobre la muerte no hay saber. En segundo lugar, yo diría que la muerte no es una experiencia que nos aguarda, no es el desenlace de nuestra vida. Estoy persuadido de que no se trata de un final. La muerte es una experiencia que acompaña nuestra vida. A lo largo de toda nuestra vida vamos muriendo, y con el fin de nuestra vida, dejamos de morir. De manera tal que la muerte no opera en nosotros como una conclusión, sino que está enhebrada con la vida y se deja sentir con ella. Muerte es todo aquello que nos sucede mientras vamos viviendo, y se traduce como experiencia de límite, como experiencia de lo imponderable, de lo anónimo, de lo que es insondable. La muerte tiene muchas formas. Seguramente todas ellas no son habitadas con igual intensidad por todos los hombres, pero todos los hombres habitan muchas formas de esto indecible a lo cual llamamos muerte y que se pone de manifiesto –por así decir- a medida que tropezamos con un conflicto que no alcanzamos a caracterizar, con una experiencia que desmiente nuestra presunción de saber donde nos encontramos y nos sume –como dice Heideger- en la angustia, o aún incluso en la perplejidad de una experiencia que puede ser benéfica y fecunda pero no alcanzamos a comprender. La muerte es siempre aquello que no sabemos qué significa, y no necesariamente aquello que sin saber qué signifique nos abrume.
Al tener vida inconciente, al ser sujetos del inconciente, podemos advertir que nuestra vida inconciente no tiene registro de la muerte. No tenemos sueños propios de nuestra edad, sueños que revelen el transcurso del tiempo. Siempre soñamos ya sea para bien o para mal, mediante ensoñaciones gratas o mediante pesadillas, como seres no sujetos a la intemporalidad. No soñamos con la muerte. Soñamos con todo aquello que vivencia nuestra pertenencia a la temporalidad. En consecuencia yo diría que lo que ocurre después de morir, es decir, sinonímicamente, después de haber vivido, no sabemos qué es, pero muerte no es. Porque muerte es lo que cesa con nuestra vida en la medida que es en la vida y en el tiempo donde experimentamos el límite, la finitud, el conflicto, la contradicción que nos arrebata la presunción de dominio sobre nuestro ser.

GL: Vemos cómo Santiago, de alguna manera ‘da vuelta la tortilla’ y dice que nosotros al morir, tal como concebimos la muerte, en realidad dejamos de morir. Morir es una experiencia muy rica que hacemos muchas veces y que viene dando vuelta desde hace mucho tiempo: en nuestro ser, miles de semillas vienen muriendo para dar fruto –o no, pero mueren-.
La analogía con lo inconciente es bastante rica. Hay una parte oscura, inaccesible, solo accesible a través de determinadas técnicas, a través del sueño. En esa parte oscura somos atemporales. Todos sabemos que cuando soñamos, nos soñamos sin tiempo: de pronto nos soñamos como niños…el inconciente no registra el tiempo. Es como que de alguna manera estuviera preservado de esa muerte como salida, muerte como final. Entonces, en el día de los fieles difuntos, tendríamos también que comenzar a pensar en todas las pequeñas muertes que cotidianamente vamos enfrentando: los límites, lo que no podemos ponderar, lo que no podemos entender, lo que nos deja en estado de confusión, de perplejidad, de no saber, de no control, de no manejo, de lo que de alguna manera nos empequeñece en nuestra grandilocuente de querer comprender y controlarlo todo.
Hoy, con nuestros fieles difuntos, también nosotros podemos hacer un espacio en nuestra oración para las muertes nuestras de cada día. La muerte es una gran maestra: es bueno tenerla como aliada

BALADA PARA MI MUERTE
Moriré en Buenos Aires , será de madrugada . Guardaré mansamente, las cosas de vivir
mi pequeña poesía de adioses y de balas , mi tabaco, mi tango, mi puñado de splin
Me pondré por los hombros, de abrigo, todo el alba; mi penúltimo whisky quedará sin beber
Llegará tangamente, mi muerte enamorada, yo estaré muerto, en punto, cuando sean las seis.
Hoy que Dios me deja soñar, a mi olvido iré por Santa Fe, sé que en nuestra esquina vos ya estás toda de tristeza hasta los pies!
Abrazame fuerte que por dentro oigo muertes, viejas muertes, agrediendo lo que amé… Alma mía… vamos yendo… llega el día… no llorés!

"Moriré en Buenos Aires , será de madrugada que es la hora en que mueren los que saben morir;
flotará en mi silencio la mufa perfumada de aquel verso que nunca te pude decir.
Andaré tantas cuadras… y allá en la plaza Francia, como sombras fugadas de un cansado ballet,
repitiendo tu nombre por una calle blanca se me irán los recuerdos en puntitas de pie"

Gl: Si bien es cierto que es un fenómeno que no se puede legislar, difícilmente transferible, por tanto no puede ser objeto de manejo de algunas de nuestras facultades, sin embargo sigue siendo la experiencia más común de toda la especie humana y de todo aquello que vive. Y al mismo tiempo, como vos decís, está enhebrada con la misma vida, de manera tal que de alguna manera tendría que configurarse alguna especie de capital de experiencia, de saberes, de ritos, para lidiar con ella. Sin embargo lo que observamos es que las personas experimentamos un rechazo muy fuerte frente a ese fenómeno que es tan común y que está permanentemente presente en nuestros días. De hecho, emerge permanentemente en los medios de comunicación, tiene amplia cobertura mediática. ¿qué pasa que no podemos terminar de digerir esta realidad, y estamos continuamente rechazándola, o en todo caso ¿de donde nos viene esta pretensión de inmortalidad?
SK: Creo que es indiscutible que nadie nace porque nadie es protagonista de su nacimiento, porque nadie vive su nacimiento como materia de discernimiento personal. El nacimiento, al menos en nuestra especie, no es una experiencia que quien la protagonice tenga conciencia: puede ser evocado, puede ser inferido. En cambio la muerte sí es una experiencia que nos toca como protagonistas: nos pasa a nosotros bajo la forma de este choque, tropiezo con un límite que no logra ser transpuesto, con la finitud, con lo que se llama ‘la castración’. El repudio que sentimos por este límite es el repudio que con naturalidad nuestro narcisismo siente por todo aquello que lo sofoca. La muerte nos horroriza como pérdida de protagonismo. Nos asusta en la medida que nos advierte como un anonadamiento de nuestra persona que nuestra persona que no puede ser asimilado por la conciencia y menos aún por el inconciente. Tiene que ver sobre todo en una cultura fuertemente hedonista como es la nuestra, con la pérdida de naturalidad de la finitud. Y en una cultura que además explota de manera exacerbada la barbarie, el delito, la transgresión, las noticias de los crímenes están fundamentalmente orientadaa a no comprender el dolor, sino a sorprender o lastimar con la sorpresa de la violencia. En consecuencia, lo que en todo caso uno podría advertir, si se sitúa frente a la muerte con una actitud reflexiva, es que el enigma de la muerte está soslayado. El enigma de la muerte es el enigma de la incertidumbre tanto acerca de por qué estamos connotados por ese límite que permanentemente refleja la expansión de nuestro anhelo de plenitud, como por el hecho de que estamos llamados a tener u destino ulterior a la muerte, como es el hecho de que si la muerte nos acompaña en la vida, lo que sigue a la muerte ya no es muerte, y sin embargo es un destino para nosotros.

GL: me resulta interesante esto de que los medios ante la muerte, no tiene como objeto ‘comprender el dolor’, porque uno se conmueve por la muerte de otros miembros de nuestra especie. Se conmueve pensando que uno también podría pasar por esto. Pero el hecho de considerar la muerte como un ‘espectáculo’ que busca manipular determinadas emociones, busca lastimar, busca sorprender con la violencia. Este aspecto violento lo tiene, siempre. O casi siempre. En cambio, qué poco se ve el aspecto de la muerte como ‘hermana’, y no como intrusa que irrumpe en nuestra casa como algo imprevisto que nos arrebata lo que queremos, en definitiva, lo único que poseemos, que es la vida, sino como esa muerte que viene llegando, o la muerte deseada, amigable, la muerte de tantos seres humanos que la están llamando porque ya ha llegado la hora porque no quieren sufrir más y es para ellos ese gran ‘calmante’, ese gran consuelo, ese gran ‘moño final’, esa gran ventana que se abre, esa gran puerta de salida –o de entrada-. De esa muerte, sabemos poco y nada

Hubo un tiempo en que fui hermoso,
y fui libre de verdad, guardaba todos mis sueños
en castillos de cristal…

Poco a poco fui creciendo,
y mis fabulas de amor,
se fueron desvaneciendo como pompas de jabon…

Te encontrare una mañana dentro, de mi habitacion
y prepararas la cama para dos…

Es larga la carretera, cuando uno mira atras
vas cruzando las fronteras sin darte cuenta quizas…

Tomate del pasamanos, porque antes de llegar
se aferraron mil ancianos pero se fueron igual…

Te encontrare una mañana, dentro de mi habitacion
y prepararas la cama para dos…

Quisiera saber tu nombre…tu lugar, tu dirección
y si te han puesto telefono dame tu numeracion…

Te suplico que me avises, si me vienes a buscar
no es porque te tenga miedo… solo me quiero arreglar…

Te encontrare una mañana, dentro de mi habitacion
y prepararas la cama para dos…

GL: ¿cómo nos preparamos, o cómo nos adecuamos a esta dinámica de la muerte de la mejor manera posible para reconciliarnos con esta realidad, hasta donde sea posible al menos, teniendo en cuenta incluso el horror que nos despierta?
SK: el mejor camino de preparación para la muerte es el amor al prójimo, porque el amor al prójimo que generalmente se traduce a los seres que nos rodean, -hijos, nietos, amigos-, porque ese anhelo de ver a las generaciones sucesivas envueltas en la experiencias de la vida en las cuales las hemos precedido, ese afán de verlos bien, de querer que les asista el bien nos impulsa a comprender que debemos hacer lugar, ceder lugar. Quien ama a sus hijos ama dejarles a ellos el escenario que uno ha ocupado. Si uno los quiere bien,m quiere compartir el escenario con ellos un tiempo y luego dejárselos por dos razones: nadie quiere ver morir a sus hijos, y los hijos sin embargo estamos dispuestos a saber que vamos a ver morir a nuestros padres. La muerte de quienes preceden en el camino de la vida a las generaciones posteriores, es una muerte legitimada tanto por parte de las generaciones posteriores como de uno a medida que uno los ama. Uno quiere ver crecer a sus hijos, pero no está dispuesto a verlos morir. En cambio está dispuesto a pagar con su vida, con el transcurso de su vida, el crecimiento de la vida de sus hijos. Prepararse para esto es una experiencia amorosa: es a través del camino del amor como aprendemos a irnos, y además la vejez es sabia, el cansancio es sabio. Del mismo modo que podemos sentirnos satisfechos después de haber comido razonablemente bien o de haber conversado bien, o de haber conversado bien, o de haber vivido una experiencia amorosa bien, así es como también llega un momento en que decimos ‘basta ya, está muy bien’ El cansancio del cuerpo llega un momento en que se puede volver atormentador, y ya uno no quiere seguir padeciendo la vida entendida como cuerpo inhabilitado, como cansancio espiritual, y en ese sentido, lo que sigue a la muerte es también vivido como algo legítimo y valioso.

GL: ¿Tenés alguna experiencia personal de haber atravesado este caminito de despedir a algún ser querido? Si es así, ¿cómo los has podido vivir?
SK: Tengo 66 años. Hace 2 años soy huérfano de padre y madre. Puede resultar en alguna medida hasta un poco ridículo que un hombre de tanta edad se llame a sí mismo huérfano. Pero es que soy huérfano. Mis padres me han dejado los dos a edad muy avanzada ellos: mi padre a los 94 años, y mi madre a los 92. Pero se han ido, y me resultan en un sentido –quizá porque la longevidad que vivieron fue muy intensa- me siento inmerso en la incomprensión de un amor que ha quedado en cierta medida sin destinatario real,y al mismo tiempo profundamente agradecido porque hayan partido a una edad tan avanzada, en un equilibrio psíquico y físico notable mi padre. Mi madre en cambio, consumida por el Alzaimer, murió dos veces: primero se la llevó la enfermedad y luego la muerte de la que estamos hablando. La segunda vez que mamá murió yo no lamenté su partida de ninguna manera. La agradecí profundamente, porque había conocido como hijo la humillación de ver al ser que ocupaba el lugar de mi madre. Y cuando ese ser ya dejó de estar con nosotros, yo recuperé a mi madre y le di a los dos este pequeño ‘cielo provisorio’, que es mi corazón

GL: ¡Qué hermosa esta imagen! Me recuerda a la muerte como una ‘hermana dulce’, como una presencia bendita que viene a aliviarnos de tantos pesares. ¿Qué cosas fuertes, y bellas! ¡Cuántas veces asistimos a la agonía de nuestros seres queridos, y la muerte en realidad, más que ‘llevarnoslos’, nos los entrega y los deposita en ese cielo provisorio que es el corazón.
SK: Yo me siento preparado para morir. No podría decir que me siento ‘amenazado’ por la extinción inmediata, pero a los 66 años, comienzo a perder la afición desmedida por esta permanencia en la tierra. Me parece que he sido protagonista de un milagro afortunado que es haber sido uno por una única vez, y si los milagros son fenómenos singulares, haber nacido, crecido, haber desplegado la vocación, haber amado y haberme sentido amado, es un bien suficiente en el que no tengo por qué engolosinarme.

GL: ¡Qué mal vivimos la muerte cuando nos ‘engolosinamos’! ¿Habrá una ‘lujorexia’ (enfermedad del lujo) existencial que se empecina en vivir más allá de la porción que nos ha sido dada? ¿Tendrá esto relación con nuestra creencia o no en la vida eterna?

‘No te salves’
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicio.

No te quedes sin labios, no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si pese a todo
no puedes evitarlo
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño.

Y te quedas inmóvil
al borde del camino
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te piensas sin sangre
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios.

Entonces no te quedes no te quedes conmigo
entonces no te quedes no te quedes conmigo.

Si te quedas inmóvil no das fruto. Y por lo tanto la muerte es una realidad terrible. Es una imagen hermosa la de la semilla que muere para dar fruto, puesto que no va a salir nada diferente de lo que haya estado contenido en la semilla. Y al mismo tiempo, la semilla no sabe qué va a salir de ella. Lo sabe y no lo sabe. No lo puede imaginar, no lo puede prever a la hora de morir. Al desarmarse bajo el humus de la tierra, se está desplegando en ramas, follaje, flores, frutos. En la semilla que somos cada uno de nosotros todo eso está ya contenido.
Nuestras vidas son semillas esparcidas por la mano del Sembrador, y no hay otras formas de realizarse que dando frutos, dejándose ir, aprendiendo a hacer espacio, muriendo para hacer paso a aquella vida que brota de nuestras entrañas, y se hace eterna. Es decir: la vida eterna no es un premio, no es algo adosado a nuestra existencia, no es algo que comienza cuando uno muere. Esta es la gran imagen que ha dejado Jesús: la vida eterna es la eternización de nuestra existencia, es la prolongación, a través del umbral de la muerte, de lo que llevamos dentro en su máxima posibilidad de despliegue de sus frutos.

Ya vamos a volver a la concepción bíblica de la muerte. Pero vamos al día que estamos celebrando. Vamos a tratar de armar nuestro propio rito en ese cielo provisorio que es el corazón. Y al mismo tiempo, vamos a ver qué nos dice la Biblia acerca de la muerte.
El día de los fieles difuntos es un día que tiene mucha tradición y mucha historia. Así como el Día de todos los santos de alguna manera eleva nuestra mirada al cielo, está llena de esperanza y nos dice que nuestra vida puede ser sanada y santificada cuando en nuestra fragilidad nos abramos como los santos al amor sanador de Dios, la fiesta de los fieles difuntos nos invita a recordar a nuestros muertos –porque no existe la muerte, en realidad, existen los muertos- y a percibir nuestra comunión con ellos, el vínculo que mantenemos con ellos.
En ciertas comunidades, esta fiesta, además de ser tomada para visitar las tumbas, es también aprovechada para después realizar una reunión de familiares que al reunirse cuentan lo que han significado para ellos aquellos difuntos. Es decir, los recuerdan. Y es muy saludable esto. Creo que en ese recuerdo, por un lado se entra en comunión con ellos, y por otro se recuerda que también nuestra propia vida es finita. Y hay temas existenciales que encuentran su orientación y su rumbo cuando se confrontan con esta maestra que es la muerte.
Podemos también nosotros en esta fiesta reunir por ejemplo la fotos de nuestros difuntos. Recordando que también nosotros entraremos por ese umbral de oscuridad hacia un nuevo amanecer, sin dramatismos, sin sentimentalismos, con serenidad, y encender una vela e imaginar que esa luz que arde es un pedacito de ese cielo provisorio que es nuestro corazón, que ellos están vivos en la medida que los recordamos y recordamos lo que hemos heredado de nuestros ancestros, y que también ellos son una luz para nosotros: traen una luz a nuestras oscuridades, traen una calidez a nuestras soledades. Y entonces viviremos nuestra casa de otra manera, porque sentiremos que también ellos habitan de alguna manera en nuestro hogar. Tomamos parte en las experiencias que ellos vivieron y tomamos parte también en sus fracasos y en sus éxitos. ¿Qué cosas los distinguieron? ¿Qué cosas caracterizaron sus vidas? ¿Qué palabras nos vienen a la cabeza con las que podríamos relacionar a estos seres queridos que han partido? ¿Cuáles fueron sus expresiones para hacerles frente a la vida? Toda esa herencia que nosotros hemos recibido, es justamente lo que la Providencia de Dios ha dejado para nosotros como experiencia de aprendizaje, repitiendo nuevamente ese ciclo hermoso, maravilloso, a través del cual una generación delega en la que sigue todo su saber y toda su experiencia. Tenemos una existencia tan corta que somos “polvo en el viento” (Eclesiastés). Sería imposible que el hombre sobreviviera en este cosmos si no fuera gracias a la experiencia transmitida de generación en generación. No podrían, no alcanzarían nuestros tiempos para hacer los aprendizajes necesarios, tan siquiera para poder sobrevivir a las circunstancias propias de la historia. Y es justamente este capital, este tesoro, esta herencia maravillosa de un sinnúmero de experiencias junto con el don de la vida, lo que hoy podemos agradecer a estos que nos han precedido.
Lo mismo que María sostiene amorosamente en sus brazos a su Hijo, también nuestros muertos descansan en las manos maternales de Dios y de María.
Pensemos en el mensaje que cada uno de nuestros seres queridos que partió, nos dirige hoy con su vida a nuestra vida, y cuál es el mensaje que han dejado antes de partir. Cual es esa imagen única que intentó materializar en su propia vida. No la imagen que ha dejado cuando la enfermedad fue claramente robando ese ser y lo fue privando, sino la imagen que cada persona quiso plasmar con su vida.
Y después pensemos en nuestra propia muerte, y preguntémonos: ¿qué huella quiero dejar yo en este mundo? ¿cómo me gustaría vivir hoy si este fuera mi último día? ¿qué pondría en mi epitafio que representaría mi vida?
La inmortalidad está presente desde tiempos inmemoriales. Ya los primeros platónicos, intentando hacer un pensamiento racional sobre este tema, hablaban de la inmortalidad del alma, una idea que pudo precisarse entre los griegos. En oriente se impuso más bien la idea de la reencarnación bajo la influencia del budismo y el hinduismo, y en el Islam el Paraíso de Ala.
En la Biblia, el tema de la eternidad o de la vida después de la muerte, fue avanzando muy lentamente en el pueblo de Israel. Y lo hizo con mucho retraso. Y esto tiene su explicación: no se apresuró, porque la experiencia bíblica de Dios en Israel, tiene raíces fundamentalmente en la experiencia de Dios que salva en la historia –ellos experimentan que una y otra vez, siendo un pueblo insignificante dentro del concenso de las naciones, Dios los rescata y los salva- y de Dios que crea: experimentan que Dios es el creador. Pero no entraron rápidamente en el tema de la eternidad. Todo lo contrario: si vamos por ejemplo al Eclesiastés vamos a leer: “el hombre no conoce ni el amor ni el odio. Ambas cosas son para él vanidad. Todos corren la misma suerte: el justo y el impío, el bueno y el malvado, el puro y el impuro, el que sacrifica y el que no. Lo mismo el bueno que el pecador, del que jura como del que teme jurar. Este mal hay en todo lo que se hace bajo el sol. Que una misma es la suerte para todos, es decir, la muerte”. Así como el Eclesiastés, algunos de los salmos se animan a plantear el absurdo de la muerte, que iguala todo. Dice “el corazón del hombre está lleno de malicia y estupidez durante la vida, y después, con los muertos. Mientras uno permanece unido a los que viven, hay esperanza. Porque más vale perro vivo que león muerto. Los vivos saben al menos que han de morir, pero los muertos no saben nada. No perciben ya salario alguno porque su memoria yace en el olvido. Perecieron sus amores, sus odios, sus envidias. Jamás tomaron parte en cuanto acaecen bajo el sol” (Ecl 9, 1-16) En nuestros libros sagrados hay algunos libros que tienen la valentía de plantearse como el mejor de los existencialistas, el absurdo de la muerte, y da cuenta de ello. “En el reino de la muerte nadie te invoca. En el abismo ¿quién te da gracias?” (Salmo 6,6).
Tenemos a lo largo de la historia del pueblo de Israel el registro de una etapa muy larga en la que el pueblo no creía en la resurrección. En la época de Jesús, todavía una porción importante del pueblo no creía en la resurrección. Se habla de los saduceos que lo interrogan porque ellos no creían en la resurrección.
Ya en el Exodo hay una pregunta interesante: cuando cruzan el Mar Rojo y falta el agua, el pueblo se queja a Moisés: “¿Por qué nos has hecho subir de Egipto? ¿Acaso para hacernos morir de sed?” Es decir, ¿qué sentido tiene tener un prodigio con el que hemos evitado la muerte si esto nos conduce a otra forma de muerte?
En el génesis, Dios crea a la pareja humana como corona de la creación: a Su imagen. ¿Acaso todo esto es para que se termine en un día como si nada hubiera existido?
Si se presenta a Dios con condiciones favorables respecto del hombre, si se dice que Dios lo mira con benevolencia, con misericordia, con amor, la pregunta sobre la eternidad está implícitamente planteada: es Dios el que está viendo que todo es bueno. Si el amor existe, la eternidad es más que posible. El amor es un ‘para siempre’. Un amor ‘a plazo fijo’ por parte de Dios no tiene sentido.
Sin embargo a lo largo de la Biblia se va avanzando sobre este tema y lo que se ve con mayor asiduidad es el “shéol”, una especie de dimensión en la cual los humanos después de muertos, se arrastraban en una especie de miserable existencia. Un ámbito oscuro. Esto está en Salmo 6,6: “en el reino de la muerte nadie te invoca”. Cuando el Pueblo de Dios comienza a tener experiencias sobre todo a través de los profetas, este pueblo, que rompe una y otra vez su alianza, y de alguna manera Dios restablece mediante exigencias, y exige una alianza estable y dice que si los hombres no la respetan serían castigados en aquello mismo con lo que habían pecado, comienza a introducirse una idea de castigo y de pecado. O entre pecado y desgracia aparece el tema de la muerte: si somos castigados por lo que hemos pecado, entonces ¿cómo explicar el sufrimiento de los justos que no hicieron nada y no pecaron? Y ahí aparece el libro de Job como un grito desgarrador frente a esta conclusión de que la muerte sería algo así como un castigo por el pecado. ¿Y Job? A fuerza de chocar en la mente una y otra vez contra el misterio de la muerte, exclama “yo sé que está vivo mi vengador y que al final se alzará sobre el polvo. Después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios.” Aparece aquí la posibilidad de la resurrección, de una nueva vida, que ya se hace más fuerte en el libro de los Macabeos, cuando se encuentran ante la muerte no solo de los justos sino de los mártires. En la escena del martirio de los 7 hermanos que uno tras otro van muriendo ante la mirada repleta de fe y esperanza de su madre que incluso los anima en el martirio. Uno de los Macabeos lanza a la cara del verdugo: “tú, malvado, nos arrancas la vida presente. Pero cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna.” “Y entonces se salvará tu pueblo y todos los inscriptos en el libro –dice Daniel-. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán unos para la vida eterna, otros para ignominia perpetua. Brillarán como brilla el firmamento y los que convierten a los demás como estrellas perpetuamente” Estos textos datan del Siglo II a.C., donde ya aparece madura la idea de la resurrección.
Ahora, tenemos un problema con la vida eterna: habitualmente, los hombres se preguntan: si la vida eterna es de una felicidad supina, si la vida eterna es de una inmutabilidad, inmovilidad, estabilidad como principales características, en definitiva el deseo se extingue. ¿Para qué cambiar cuando se ha llegado a la esfera de la luz si se está plenamente satisfecho? No queda lugar para el deseo. Hemos caído en el infierno de las necesidades satisfechas. Y esa idea de la eternidad como la satisfacción, el inmovilismo, la estabilidad, la inmutabilidad, no nos resulta muy atractiva. Eso tienen entonces los textos bíblicos: la idea que nos trae Jesús está muy lejana a esas ‘beatitudes inmóviles, inmutables…’ que muchas veces nos imaginamos.
La idea que trae Jesús es la de un banquete, una fiesta, que en realidad es movimiento. En un banquete, el deseo dista mucho de encontrarse extinguido. Mas bien se encuentra siempre presente y sin cesar en búsqueda de ser satisfecho. Y entonces la eternidad se encuentra con nuestra historia, que está caracterizada justamente por ese deseo. La eternidad viene a ser ese afán de satisfacción permanente de nuestro deseo.
Es la muerte lo que expresa inmovilidad. La vida eterna es movimiento y es progreso, y esas realidades distan mucho de ser aburridas, distan mucho de estar inmutables. La felicidad no es posible más que en un paso del mal al bien, o de algo bueno a algo mejor. ¿Por qué, entonces, la felicidad eterna va a ser un estado estático y definitivamente logrado? Es una posibilidad siempre ofrecida de entrar más adentro en la riqueza infinita de Dios de manera que nuestros deseos estuvieran siempre en proceso de ser colmados.
Allí están nuestros difuntos: en una fiesta. En proceso de ser siempre colmados.
Hoy, evocando a nuestros muertos, evocamos a seres vivientes.

OREMOS CON EL TEXTO Eclesiástico 12,1-7
‘HOY TE PROMETO’

Tu lugar es a mi lado, hasta que lo quiera Dios,
hoy sabrán cuanto te amo, cuando por fin seamos dos.

Yo nunca estuve tan seguro, de amar así condición,
mirándote mi amor te juro, cuidar por siempre nuestra unión.

Hoy te prometo amor eterno, ser para siempre tuyo en el bien y en el mal,
hoy te demuestro cuanto te quiero amándote hasta mi final.

Lo mejor que me ha pasado fue verte por primera vez,
y estar así de mano en mano, es lo que amor siempre soñé

Hoy te prometo amor eterno, ser para siempre tuyo en el bien y en el mal,
y hoy te demuestro cuanto te quiero amándote hasta mi final.

Hoy te prometo amor eterno, ser para siempre tuyo en el bien y en el mal,
hoy te demuestro cuanto te quiero amándote hasta mi final.

Hoy te prometo amor eterno, amándote hasta mi final.

Participan los oyentes
– Perdí a mi bebé de muerte súbita a los 3 meses. Fue mi primer contacto con la muerte. La muerte no tiene edad y ellos están más vivos que nosotros porque esa es la verdadera vida. Hay que sacar la tristeza del corazón para que podamos comunicarnos con todos nuestros seres queridos.
GL: Es interesante esto, porque si la clave de la vida eterna es el banquete, va a ser muy difícil que nos podamos comunicar con ellos desde la tristeza. Son lenguajes distintos.