12/06/2018 – El Señor nos invita a ser luz y sal. Que esta presencia de luminosidad y este sabor que estamos llamados a dar, gane nuestro corazón y allí, donde hay tinieblas, el testimonio de ser de Cristo nos permita traer la claridad que da la presencia del Señor.
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. Mt 5,13-16
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Mt 5,13-16
El evangelio nos invita a no guardarnos ni acurrucarnos sino a salir afuera. Inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo» (Mt 5,13.14). Pero esto nos sorprende un poco, si pensamos en quienes tenía Jesús ante sí cuando decía estas palabras. ¿Quiénes eran aquellos discípulos? “Ellos no comprendían nada” dice el evangelio de Marcos, sin embargo Jesús les dedica tiempo a enseñarles, a acompañarlos y a sostenerlos, e insiste. Ante la incomprensión y la imposibilidad de descubrir su propuesta, el Señor también nos espera pacientemente.
Jesús está en medio de pescadores, gente simple, pero Jesús los mira con los ojos de Dios, y precisamente su afirmación se entiende como una consecuencia de las Bienaventuranzas. Él quiere decir: si serán pobres de espíritu, si serán dóciles, si serán puros de corazón, si serán misericordiosos ¡serán la sal de la tierra y la luz del mundo!
Para comprender mejor estas imágenes, tenemos presente que la ley hebrea prescribía colocar un poco de sal sobre cada ofrenda presentada a Dios, como signo de alianza. La luz, además, era para Israel el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, nuevo Israel, reciben por lo tanto una misión en relación a todos los hombres: con la fe y con la caridad pueden orientar, consagrar, hacer fecunda a la humanidad. Cuando uno contempla el escenario del mundo, en el barrio, la escuela, la universidad, la fábrica, vemos que cada escenario clama distintos aspectos de las bienaventuranzas donde el Señor nos llama a ser sal y luz. En algunos el espíritu de la austeridad y la pobreza viene a ser la contracara de la opulencia y la mala distribución, y el capitalismo que enferma. Hay lugares de mucho dolor como las madres del dolor que padecen cómo sus hijos son víctimas de las drogas, y cuánto de consuelo hace falta ahí con los que lloran. Son territorios donde hace falta empatía con el dolor, para traer el consuelo y la paz de Dios. Llorar con quien llora, acompañando y mirando hacia adelante en la esperanza tal vez sea hoy uno de los territorios donde hoy el Señor nos invita a ser luz.
En medio de un mundo tan acelerado hemos perdido el don de la alegría y de la paz.
Si los cristianos perdemos sabor, y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la eficacia. ¡Pero qué bonita es esta misión de dar luz al mundo! Pero es una misión que nosotros tenemos. ¡Es bonita! Es también muy bonito conservar la luz que hemos recibido de Jesús. Custodiarla, y entregándola hacerla multiplicar. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva la luz, ¡siempre da luz! Una luz que no es suya, pero es el regalo de Dios, es el regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz adelante. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano de nombre solamente, que no lleva luz, una vida sin sentido. Pero yo querría preguntarles ahora, ¿cómo quieren vivir ustedes? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Apagada o encendida? ¿Cómo quieren vivir? ¡Lámpara encendida! Ésta es la vocación cristiana.