31/07/2018 – Celebramos el día de San Ignacio de Loyola, quien con humildad y sencillez se decidió a peregrinar hasta donde Dios lo quiso conducir, descubriendo en el andar que era un camino el que tenía que recorrer para alcanzar la voluntad de Dios que se le manifestaba en las mociones interiores con las que el Padre lo visitaba.
Les dijo: «La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa. Si en ella vive un hombre de paz, recibirá la paz que ustedes le traen; de lo contrario, la bendición volverá a ustedes. Mientras se queden en esa casa, coman y beban lo que les ofrezcan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan.”
Qué bueno sería junto a Ignacio de Loyola hacernos un peregrinos de la eternidad, con los pies puestos en lo concreto de todos los días. Que nuestros sueños de alcanzar la la meta de ser plenos en la vida nos ganen cada vez más el corazón y hagan poner en marcha con gran decisión y determinación, los modo de San Ignacio.
Las búsquedas interiores que despertó el Señor con la visita en su vida fueron regalos que fueron llegando a partir de aquél acontecimiento doloroso de su enfermedad en su pierna descoyunturada. T Esto le permitió encontrarse con la Vida de Cristo y con la vida de otros Santos que fueron regalándole mociones interiores en medio del reposo que debió hacer . La pregunta de Ignacio acerca de dónde es que Dios está presente fue surgiendo en lo más hondo de su corazón. Él buscaba a Jesús por fuera y por eso se hizo peregrino a Jerusalén. Sentía que había que “hacer, hacer y hacer”; hasta que de a poco se fue dando cuenta que no era por fuera donde había que buscar al Señor sino por dentro, dejándose llevar por las mociones interiores. Inspiraciones que fue descubriendo poco a poco.
El Padre Tellechea Idigoras dice sobre la peregrinación a Jerusalén: “Ignacio salió en libertad, partió solo en su mula camino de Montserrat como saldría también el Quijote, solo una mañana antes del día con grandísimo contento y alborozo de ver con cuanta facilidad había dado principio a este buen deseo”. (1) Cuando “Iñigo” quedó herido en su rodilla, en aquella guerra en Pamplona, dijo para sus adentros: “Una vez curado, me pondré en marcha”. Por eso, cuando pudo caminar (aunque no estaba del todo sano físicamente), se puso en marcha hacia Jerusalén. Su primer parada fue en el santuario de Nuestra Señora de Montserrat, donde se encontró con la Virgen Morena, tan amada por su gente y por él también. Su propósito era llegar a Tierra Santa y para ello debía embarcarse en Barcelona que está muy cerca de Montserrat. Ignacio iba en mula con mucha decisión y determinación, con un espíritu penitencial por fuera muy fuerte, aunque no tan fuerte por dentro, según dicen sus biógrafos.
Es que todavía había un cierto voluntarismo de querer alcanzar a Dios por sus propias fuerzas. Pero el Señor fue curando poco a poco su corazón en lo más profundo, regalándole humildad y dándole gracia de sincera conversión. Hay algo que salva esta situación de desconcierto en el peregrinar que realiza Ignacio: es su decisión, su buena voluntad de ver como en el camino hay que reemprender la marcha. Esta actitud de San Ignacio nos enseña a nosotros a entender que posiblemente hemos tenido que modificar muchas veces el camino de nuestra vida. A la luz de los santos, muchas veces comprendemos nuestro propio camino. Lo importante en este caso es que el fuego esté vigente, es que el deseo esté ardiendo, es que la buena voluntad siga con la mejor de las intenciones. Después, el resto es peregrinar, elegir y reelegir los caminos por donde ir.