15/12/2018 – El padre Adrián Santarelli es párroco en la comunidad de Santo Tomás Moro en el partido de Vicente López, en el conurbano bonaerense. Forma parte de la diócesis de San Isidro y durante 10 años, entre 1995 y 2005, vivió una experiencia profunda en la diócesis de Holguín, en Cuba, con la misión permanente que su diócesis tiene en ese lugar. Luego se graduó como licenciado en misionología en la Universidad Urbaniana de Roma. De vuelta a Argentina, el Padre Santarelli fundó la Comunidad Belén, una asociación privada de fieles con la que trabaja en la formación de laicos evangelizadores y la promoción de la unidad y la paz entre las religiones monoteístas. Además ha publicado un par de libros sobre el gesto de la imposición de manos y el denominado “descanso en el Espíritu”.
El padre Santarelli nació en la ciudad de Buenos Aires, pero se crió en Martinez, en el norte del Gran Buenos Aires. Adrián tiene dos hermanos y el recuerdo de su familia es la de ser muy unidos y tener buen diálogo. Cuando era joven, Santarelli estaba de novio y estudiaba arquitectura, pero en su corazón tenía una gran búsqueda espiritual. “Cuando estaba en la facultad pensaba: ´Acá hay más necesidad de Dios que si me pongo a hacer edificios`. Mis compañeros me buscaban para hablar sobre el sentido de la vida y Dios aparecía permanentemente. Comencé a sentir que tenía que tomar la decisión de ser sacerdote”, indicó.
En su vacaciones de verano por Chubut, donde visitaba a sus familiares, esto había comenzado a madurar años antes cuando veía que había pocos sacerdotes en el extremo sur de la Patagonia. Si bien su familia no era muy religiosa, Jesús siempre tuvo un lugar en su corazón: “Una vez, en una hogar de niños sentí que esos 500 huérfanos que estaban allí podían ser mis hijos; sentí que podía renunciar a tener mi propia familia biológica. Y pude dejar disponible la vida para quien necesite de mí”. Y así fue que ingresó al seminario para iniciar su camino sacerdotal.
“En el seminario tuve que superar una primera prueba Me acuerdo que en los primeros días tuvimos que ponernos sotana en una adoración eucarística y justo se cortó la energía eléctrica. Fue horrible esa experiencia a tal punto que le dije a mi formador que no me gustaba para nada. Y él me dijo: ´¿Vos querés ser seminarista o cura?` Y yo le respondí que quería ser sacerdote. Y seguí con mi formación”, recordó. Como seminarista misionó junto a sus compañeros en la Patagonia. Y ya siendo sacerdote primero tuvo una experiencia misionera en Orán (Salta) y luego otras más fuerte y extensa en Cuba.
Sobre la realidad mística que nos habita, el padre Santarelli reflexionó. “Parece que la riqueza te tiene que venir de afuera. Pero lo que estás buscando lo tenés adentro, es el torrente de agua viva de Jesús que nos habita. Siempre el agua aclara la mirada”. Además comentó que hizo su tesis sobre el gesto de la imposición de manos por lo que vivió en Cuba: “Allá, la gente del pueblo, la gente sencilla me pedía que la bendiga. Me decían: ´¿Es que usted da unas bendiciones barbaras?`. Y hasta hacía cola para esperarme. En definitiva lo que hacemos los sacerdotes cuando bendecimos es hacer una intercesión pidiendo la presencia del Espíritu Santo para que lo reciba la otra persona”.
Finalmente, el padre Adrián nos compartió esta oración:
Jesús, Palabra eterna por la que todo fue hecho,
te hiciste carne para habitar en nosotros
y nos invitas a dejarnos redimir por tu amor divino
de todo aquello que nos lastima.
La estrella de Belén que alumbró tu nacimiento
brilla por siempre sobre todos los pueblos
anunciando que Dios viene a nosotros
y visita a todas las naciones.
Como en esa noche no todos la reconocieron,
pero a los que la siguieron les dio el poder ser hijos de Dios.
Te pido que nadie quede en las sombras de una vida sin brillo
signada por la oscuridad del pecado la muerte, la injusticia y el desamor.
Con María ayúdanos a decir ´Hágase en mí según tu palabra`,
para que el Espíritu Santo ilumine el camino de cada día,
nos dé la fortaleza de ser buenos,
nos haga convivir como hermanos,
hasta darnos el abrazo definitivo en los brazos del Padre
por el cual suspiran nuestros corazones.
Gloria a Dios en el cielo
y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Maria sierva de Dios y Madre de la humanidad
ruega por nosotros.
Amen
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