Lc. 16, 19 – 31
Cuando uno cree que lo tiene todo, en términos materiales, que ya nada nos falta, entonces comienza a cerrarse en un mundo de necesidades muy aprisionante, que impiden ver las necesidades de los demás. No hay otros, somos nosotros, y nuestro mundo un tanto reducido.
La dinámica del tener, que es la lógica de la sociedad de consumo, viene a tapar huecos afectivos desde una consigna unívoca. En un solo sentido quiere decir, somos lo que tenemos. Y lo que tenemos pasa a ser nuestro gran ídolo, nuestro gran dios. Sos, si tenés. Si tenés, pertenecés. Si no tenés, no sos, no pertenecés. Y si no pertenecés estás excluido.
La exclusión, en la sociedad contemporánea, viene de la mano de la no posesión de los bienes materiales. Una sociedad materialista y consumista como la nuestra ha constituido a estos dos valores, el tener y el poseer bienes materiales como el gran dios. Sobre ese lugar trabaja la sociedad de consumo, con su discurso de tener como lo que nos genera placer, y el placer como lo que nos da felicidad.
Analicemos lo que es la publicidad, en una publicidad claramente se invita a comprar. Y siempre en la búsqueda de la compra se moviliza el mensaje que se envía a una parte de la persona, que tiene necesidad de equilibrar su contrapeso. Homeostasis le llama esto a este fenómeno, la ciencia psicológica. Es decir, cuando nosotros tenemos un desequilibrio de algún punto, en términos afectivos, hay que equilibrar con la llegada de lo que viene a generar contrapeso y poner las cosas más o menos en su lugar.
Cuando nos venden un producto, lo primero que nos dicen es que nos falta algo para ser totalmente felices, y esto que se nos ofrece viene a completar ese espacio vacío. Y eso que comprás vendría a ser como lo que establece la felicidad desde un placer, que se vincula rápidamente a un estar en compensación. Es un poquito limitado, es una mirada un poco reductiva de la felicidad. Al menos como la entendemos nosotros, como una realidad que trasciende y que va mucho más allá aún de las circunstancias dolorosas.
Se puede ser feliz, dice Jesús, en medio de persecuciones. Se puede ser feliz, en medio del dolor y del llanto, del hambre, de la pobreza, de los insultos. Se puede ser feliz, mientras se trabaja y se lucha por conseguir la paz. Entonces, no es el placer la felicidad, ni es este equilibrio de fuerzas, que pone las cosas más o menos compensadas dentro de nosotros.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar | Incrustar
Suscríbete: RSS