Para ser libres nos liberó Cristo

jueves, 28 de marzo de 2019
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“Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casa caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque –como ustedes dicen– yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.

Lc. 11,14-23

24/03/19.- La tarea misionera es liberadora. Si somos misioneros de corazón nos convertimos en personas liberadoras, o mejor, en instrumentos de Jesús liberador.

Cuando anunciamos el Evangelio, ayudamos a los demás a descubrir las falsas propuestas que reciben del mundo. Los poderosos quieren convertirlos en criaturas insatisfechas y necesitadas para venderles cosas, para sacarles dinero, para tener poder sobre ellos. De esa manera, muchas personas se vuelven tristes esclavos de muchas cosas.

Anunciarles el Evangelio es ayudarles a descubrir lo que realmente vale la pena, para que sepan decir que no a los que quieren esclavizarlos, engañarlos o aprovecharse de ellos, para que se liberen de esa máquina que los adormece y no les permite desarrollarse ampliamente.

Lo que ofrece el mundo es apariencia y engaño. Nos hace creer que, teniendo dinero, comprando cosas, buscando placer, aislándose o llamando la atención de los otros, uno será feliz. Pero de ese modo nos mantiene distraídos y no nos deja desarrollar lo más profundo y valioso de nuestra vida:

“La avidez del mercado descontrola el deseo de niños, jóvenes y adultos. La publicidad conduce ilusoriamente a mundos lejanos y maravillosos, donde todo deseo puede ser satisfecho por los productos que tienen un carácter eficaz, efímero y hasta mesiánico. Se legitima que los deseos se vuelvan felicidad. Como solo se necesita lo inmediato, la felicidad se pretende alcanzar con bienestar económico y satisfacción hedonista” (DA, 50).

Así nos convertimos en seres que dedican mucho tiempo a cosas superficiales y poco tiempo a las cosas que valen la pena. Por eso el anuncio del Evangelio es sanador, es liberador, es una bendición para la gente. Lo que sucede es que si uno se encuentra con el amor de Jesús y empieza a vivir el amor fraterno, entonces deja de necesitar tantas cosas para ser feliz, y se vuelve libre por dentro.