17/04/2019 – Gabriela Peña es historiadora y docente y ha escrito el libro “Apasionados por el amor, la justicia y la paz. Los mártires riojanos”, de Editorial Claretiana. De este libro, Peña reflexionó sobre Enrique Angelelli, Carlos Murias, Gabriel Longueville y Wenceslao Pedernera y afirmó: “Fueron cuatro cristianos que murieron violentamente en la provincia de La Rioja en el invierno de 1976. Los cuatro fueron miembros activos –en el caso de Angelelli, como obispo, fue el inspirador y organizador- de una iglesia diocesana que intentó poner en práctica las orientaciones del Concilio Vaticano II, de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín y de la Conferencia Episcopal Argentina en San Miguel. Toda la actividad que desarrollaban se basaba en los principios de comunión y participación, se sostenía en la corresponsabilidad pastoral y se orientaba prioritariamente hacia los sectores populares; en otras palabras: se procuraba la promoción humana, el respeto a los derechos y las condiciones dignas de vida, se respetaba y revalorizaba la cultura popular y se intentaba que el anuncio del Evangelio se tradujera en nuevas relaciones sociales que permitieran que todas las personas pudieran ser felices y vivir en plenitud. En una sociedad donde algunos gozaban de enormes privilegios sociales, económicos y políticos a costa de la explotación y la miseria de las mayorías la propuesta de la iglesia provocó disgusto y generó una oposición que más tarde se transformó en persecución abierta de todos los que participaban activamente en ella”.
Peña agregó que “si hiciéramos una mirada superficial de sus historias, sería obvio concluir que el mismo no parece alentador. Se trata de personas que se comprometieron con los pobres, lucharon por los derechos de todos, intentaron hacer realidad el mandamiento del amor al prójimo y terminaron sufriendo persecuciones y perdieron la vida en forma violenta. ¿Es que acaso el mal, el egoísmo y la violencia tuvieron la última palabra? También podríamos pensar que cuando la Iglesia inició procesos de cambio, se esforzó por interpretar y transformar la realidad a la luz del Evangelio que es y debe ser siempre Buena Noticia para todos, se apartó de su misión y, por eso mismo, generó conflictos y consecuencias negativas. ¿Pero no era ese el esfuerzo de toda la Iglesia universal a partir del Concilio Vaticano II?”.
La historiadora cordobesa indicó que “indudablemente, la beatificación, como reconocimiento público de la santidad de vida, ayuda a esclarecer estos puntos porque nos dice que estos hermanos no estuvieron equivocados y que quienes les quitaron la vida para impedir que practicaran el amor al prójimo de manera tan concreta y real no tuvieron la última palabra. La beatificación nos dice que Enrique Angelelli, Carlos Murias, Gabriel Longueville y Wenceslao Pedernera estaban en lo cierto, que su manera de interpretar el mensaje de Jesús era acertada, porque el Reino que Él vino a anunciar no puede hacerse realidad si no se pone fin a las injusticias, las desigualdades, la violencia que impiden que todas las personas vivan con dignidad y alcancen la felicidad. También que la experiencia eclesial de la que fueron parte, con sus actividades y prácticas pastorales, era coherente y fiel al Evangelio y a la enseñanza de la Iglesia Universal. Las calumnias que se levantaron contra ellos, la persecución que sufrieron y, por supuesto, sus muertes violentas fueron injustas y los creyentes cristianos – y también muchas personas ´de buena voluntad` que no comparten la fe- pueden beneficiarse de su ejemplo”.
También subrayó: “Ahora bien, la beatificación de los mártires riojanos no es una cuestión de carácter exclusivamente reivindicativo. Hemos dicho desde el principio que es un mensaje amoroso de Dios para los hombres y mujeres de hoy (y también de mañana) y no tendría sentido si solamente se refiriera a personas y sucesos del pasado pero no tuviera nada que ver con nuestro presente. Por eso, ahora que reafirmamos nuestra certeza de que estos hermanos hicieron las opciones correctas, enraizados en el Evangelio, es necesario que individual y comunitariamente podamos proyectar su ejemplo hacia nuestro presente porque hoy, como ayer, la Buena Noticia del Reino sigue suscitando contradicciones y es necesario poder leer los signos de nuestros propios tiempos ´con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo`. Las situaciones de injusticia en nuestra sociedad no han cambiado sustancialmente, sigue habiendo opresión e inequidad y hay marginación y exclusión de gran número de personas. Sigue habiendo individuos y corporaciones que violan los derechos ajenos en beneficio propio y hoy tenemos numerosos casos de destrucción del ambiente y de la vida en todas sus manifestaciones en función de la obtención de ganancias desmedidas. Han cambiado las formas, pero no lo sustancial”.
“Al igual que en las décadas de 1960 y 1970, existen quienes se oponen a la acción social de la Iglesia, la acusan de estar ´haciendo política` y tratan de desacreditar a quienes se comprometen con la causa de los pobres en nombre de su fe. Todos ellos repiten viejos discursos, diciendo que la Iglesia debe atender a la dimensión religiosa del a vida humana y que todo lo demás la aparta de su misión específica1 . Estos grupos actúan fuera y dentro de la institución eclesial y en este último caso se autoproclaman defensores de la fe y las costumbres cristianas y se atribuyen el derecho de corregir los supuestos errores de quienes piensan y actúan de otra manera, aún cuando se trate del mismísimo Papa2. Muy similar a la situación que hemos descripto en los capítulos anteriores, pues también hoy provocan divisiones, enfrentamientos, confusión y escándalo. Hoy, como ayer, es necesario poder discernir cuáles son los posicionamientos necesarios que la Iglesia debe tomar ante la realidad y cuáles son las acciones a desarrollar. También hoy se plantea la tensión entre la fidelidad a la herencia recibida y el desafío de encontrar los nuevos modos de anunciar el Evangelio. Y hay que atreverse a pensar la vida de la Iglesia desde la corresponsabilidad pastoral , la comunión y la participación y el diálogo abierto de acuerdo a las necesidades y posibilidades del mundo de hoy”, expresó Peña.
“Los mártires riojanos no fueron indiferentes ni pasivos ante las situaciones de sus hermanos, no buscaron su salvación individual ni entendieron su relación con Dios como un asunto puramente espiritual. Ellos eran gente apasionada, que se involucraban con los acontecimientos, que creían en la construcción colectiva de un mundo mejor y abrazaban a vida como don y como servicio, inspirados por la Palabra de Dios. Tomaron partido ante estas realidades y, aunque las opciones son personales, las vivieron en forma comunitaria, sabiendo que la misión de construir el Reino es siempre misión compartida. En nuestro tiempo el individualismo ha calado muy profundamente en la vida social y pensar en términos cristianos requiere superar esa perspectiva para asumir las diversas formas de lo comunitario: colectivos, ONG, movimientos populares, comunidades eclesiales de base, comunidades cristianas de diverso tipo. También es necesario superar las divisiones sectoriales y ser capaces de trabajar y compartir con todos los que tienen ideales comunes, más allá de las diferencias de cualquier tipo, incluso religiosas. Y, aún en medio de la lucha más dura, no olvidar que el fundamento de toda nuestra fuerza, nuestra alegría, nuestra esperanza y nuestro servicio está en Dios. Indudablemente, las vidas de estos cuatro hombres tienen mucho para decirnos. La fidelidad al Evangelio, la capacidad de leer los signos de los tiempos, la sensibilidad hacia el sufrimiento y las necesidades de los más pobres, el respeto a la dignidad y los derechos de todos, la capacidad de diálogo, acogida y trabajo conjunto con otros, el conocimiento y compromiso activo con el contexto político, social, económico, cultural en el que estuvieron insertos, la paciencia para sufrir las contrariedades e injusticias, la valoración sincera de la cultura popular y sus manifestaciones religiosas, la disposición para aprender y dejarse sorprender, la capacidad de reconocer la presencia y acción de Dios en las diferentes circunstancias de la vida individual y comunitaria, el espíritu de oración para mantener la conexión vital con el Único Amado que da sentido a la vida, el sentido del humor, el realismo, la osadía para tomar nuevas decisiones y encontrar modos creativos de poner la Buena Noticia de Jesús en términos que la hicieran accesible para todos, la lealtad y amor por los amigos y la familia propia y ajena y tantas otras fueron características propias de Enrique, Carlos, Gabriel y Wenceslao”, añadió.
Finalmente, Peña dijo: “Más allá de sus diferentes edades, procedencias, personalidades, vocaciones y formas de vida cristiana estos cuatro hermanos tuvieron y tienen algo en común: la Iglesia los reconoce como modelos para quienes caminamos hoy tras las huellas de Jesús e intentamos vivir y compartir su enseñanza y construir con otros el Reino. Jesús y su Buena Noticia fue, es y seguirá siendo el gran ´por quién` de sus vidas y de las nuestras. Se nos proponen como modelo ,no para que imitemos sus acciones concretas, sino para que podamos reflexionar y aprender sobre sus valores y actitudes y tomar fuerzas, energía, alegría e inspiración para andar nuestro propio camino o, mejor dicho, para dar nuestros propios pasos en el camino de discípulos que compartimos nosotros, ellos y tantos otros hermanos”.
(*) Los textos de este artículo fueron extraídos del libro “Apasionados por el amor, la justicia y la paz. Los mártires riojanos” (Editorial Claretiana), de Gabriela Peña
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