24/03/2020 – Hoy contemplamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Con ésta contemplación nos abrimos a la tercera semana de los Ejercicios Ignacianos. “Conmovedor relato del hijo de Dios montado humildemente en un burro para ingresar a la ciudad Santa de Jerusalén. El que viene en nombre de Dios, el mensajero de la Paz, que sus pasos los camina en el Señor. Entra revestido en pobreza y humildad ,entre los pequeños del pueblo”, dijo el padre Javier y agregó: “No podemos decir que en todos los casos, ellos, lo asumían como Mesías pero sí, como alguien que les traía esperanza.”
Oración preparatoria: pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones (el ejercicios de hoy) se ordenen puramente al servicio y alabanza de Dios.
Petición: dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión.
Traer la historia: la entrada de Jesús en Jerusalén (Mc 11, 1-11)
Coloquio: dialogo con el Señor sobre lo que se me fue moviendo en el corazón durante la contemplación.
Examen de la oración: ¿Cómo me fue? ¿Qué pasó en la oración?
Con ésta contemplación nos abrimos a la tercera semana de los Ejercicios Ignacianos, donde se nos invita a la elección de vida que va inspirando el Señor en nuestro corazón. La segunda semana ha sido para encontrar las señales que nos llevaban hasta donde Dios nos quiere, haciendo su voluntad amorosa. Un tiempo de confirmación que ocurre en el corazón y en señales concretas donde Dios te dice “es por acá, no lo dudes”.
¿Cómo confirmar la elección? Un día le presento a Jesús, las dos buenas mociones (dos cosas legitimamente buenas) que pudieran estar dando vueltas en mi corazón, como si estuviera imagiativamente en un banquete : A y B y ver cuál le gusta más a Jesús.
¿Cómo me doy cuenta? Presento durante un día, y en oración, la opción A y otro día, la opción B. Lo voy a saber por lo que despierta en mi interior. Si lo que siento es gozo, armonía y serenidad, certeza interior, es porque por ahí Dios me quiere. Si me produce tristeza, desasosiego, entonces, Dios no lo quiere. A Él es a quien queremos servir por eso le ofrecemos los manjares.
San Ignacio presenta la entrada del Domingo de Ramos según Mateo 21, 1-17; pero el hecho ha sido narrado –aunque con distintos enfoques y perspectivas- por todos los evangelistas. Por lo mismo juzgamos más útil tener en cuenta a todos los evangelistas, aunque cada uno pueda hacer su contemplación en aquel que a él más lo ayude.
1. El relato de Mc 11, 1-11 da la impresión de seguir más de cerca los hechos históricos y los detalles que nos ofrece no pueden sino ser conocidos por un testigo ocular (¿Pedro, cuyo discípulo era Marcos?): descripciones topográficas muy exactas, la naturaleza más bien sobria de las aclamaciones con insistencia en la nota israelita y real (“¡Bendito el Reino que viene de nuestro padre David”).
En Marcos el relato termina con su entrada en la ciudad. Es sólo al día siguiente –según Mc 11, 15 -18- cuando Jesús echa a los vendedores del templo, gesto autoritario que se sitúa entre la maldición de la higuera, por la mañana (Mc 11, 12 -14) y, al día siguiente, la atención de los discípulos a su resultado (Mc 11, 20-24).
El relato de Marcos se caracteriza por su simplicidad, su falta de retoques literarios. Si el autor considera el acontecimiento como el cumplimiento de una profecía –como Mateo- lo hace más bien por implicación.
Tres rasgos de la narración nos impresionan. Ante todo, que, por única vez en su vida, Jesús permite esta manifestación pública de su papel mesiánico. En segundo lugar, el empleo, de hecho extraordinario en Marcos, del título de Kyrios (Señor) para designar a Cristo. Y por último, es la primera vez que Jesús viene a la ciudad santa y entra en su templo.
¿Sería lícito ver, en esta última circunstancia, una referencia implícita a la profecía de Malaquías 3, 1 (“He aquí que vendrá a su templo el Señor a quien buscáis”), que es la continuación de la profecía citada por Mc 1, 1-2 al comienzo de su Evangelio (“comienzo del Evangelio…conforme está escrito…: Mira, envío mi mensajero delante de ti”) y tomada de Malaquías 3, 1?
La referencia, bastante oscura, a los que tomaban parte en la aclamación de Jesús, puede entenderse sea de los grupos que venían a Jerusalén para la fiesta, sea de los grupos de discípulos (“los que iban adelante y los que seguían, gritaban”).
Por otra parte, es evidente que Marcos reconoce en los hechos una manifestación de la realeza mesiánica de Jesús, aunque él se contente con dejar que los hechos hablen por sí mismos.
2. Mateo 21, 1-11 tiene parentesco literario con Marcos: aunque hay variantes bastante notables, Mateo griego sigue, abreviándolo, el relato de Marcos. Pero –este es el rasgo más notable de la narración mateana- Mateo ha explicitado lo que no estaba sino implícito en su antecesor en el tiempo. Cita el texto de la profecía de Zac 9, 9, cuyo cumplimiento es la entrada en Jerusalén y al citarlo según el hebreo se ve obligado a mencionar dos animales (luego lo explicaremos), una asna y un pollino. Amplifica, apoyándose en una tradición que Marcos no conoce, las reacciones de los jerosolimitanos y anuncia a Jesús como el profeta galileo (Mt 21, 10-11).
En Mateo la entrada en el templo termina con su purificación y con curaciones allí mismo operadas. Y ese día, lleno de incidentes, no termina sino con el cumplimiento de otra profecía, mencionada como respuesta a las quejas de los sumos sacerdotes y escribas (Sal 8, 3 según los Setenta). Y para la mañana siguiente Mateo no ha reservado sino la maldición de la higuera que –a diferencia de Marcos- se seca inmediatamente.
¿Qué papel juega el relato de Mateo? Se impone por su carácter mesiánico, subrayado ante todo por las referencias a las profecías. Pero hay indicios de que Mateo ha querido poner esta escena en paralelo con la entrada de los magos en Jerusalén (Mt 2, 1 ss.). La emoción causada entonces por la pregunta de los magos hace pensar con la que se produce treinta años después, cuando los habitantes de la ciudad santa rechazan reconocer en el humilde y pobre Rey –profeta de Nazaret, al Mesías de Israel: “Y al entrar él en Jerusalén toda la ciudad se conmovió” (Mt 21, 10-11). Dijimos con anterioridad que Mateo, traduciendo literalmente la profecía de Zacarías, menciona dos animales: una asna y su pollino. Pero el texto hebreo tenía una “y” (waw) que tiene dos sentidos: uno, como conjunción copulativa; y otro, que indica un paralelismo sinonímico, que es mejor no traducir (como hace BJ en Zac 9, 9), dejando el “pollino, cría asna” como sinónimo del “asno”, anunciado en primer lugar. En otros términos, mientras que en la profecía de Zacarías se trataba de un solo animal –pero descripto con dos sinónimos- en la traducción literal de Mateo se trata de dos animales.
En otros términos, Mateo se atiene a su lectura literal- y defectuosa- de la profecía de Zacarías y, como ha dicho que dicha profecía se cumple, habla de dos animales. Cuando luego dice que “pusiera sobre ellos sus mantos y él se sentó encima”, no querría decir que se sentó a la vez sobre los dos animales –cosa imposible- o que se sentó alternativamente sobre ellos –cosa improbable-, sino que se sentó en cualquiera de ellos pero “encima” de los mantos (comparar 1 Rey 1, 38 con 1 Rey 1, 5: es un rey pacífico y no guerrero).
3. Lucas sigue también la narración de Marcos, mas –como Mateo- la hace terminar con la purificación del templo. Pero su relato tiene el estilo del tercer evangelista. Ante todo, la parábola de las minas, que precede inmediatamente la entrada triunfal, da el contexto psicológico.
“Estando la gente escuchando añadió una parábola, pues estaba cerca de Jerusalén, y creían ellos que el reino de Dios aparecería de un momento a otro” (Lc 19, 11).
En esta parábola alegorizante es evidente que Jesús se describe como el que va a recibir la investidura real, que su viaje a un país lejano es su muerte y resurrección y que la crítica de los fariseos a las aclaraciones (Lucas añade, al texto de Sal 118 [117], 26, la palabra clave “rey”) corresponde a la revuelta de los ciudadanos en la parábola.
Mencionemos los detalles que Lucas agrega a los relatos de Marcos y Mateo: precisa el lugar en el que comienzan las aclamaciones (Lc 19, 37: “Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos”). Introduce dos temas que le son caros, el de la alegría (Lc 1, 14, con nota de BJ) y el de la alabanza (2, 20, con nota de BJ). Pero su añadidura más importante es el canto de los discípulos (“Paz en el cielo y gloria en las alturas”) que recuerda el cántico de los ángeles en Belén, que sólo Lucas relata (Lc 2, 14, y que pueda significar una inclusión), con lo cual Lucas subrayaría el carácter universalista del Evangelio de Cristo, porque presenta a este como salvador del mundo entero (judíos y gentiles).
Uno se puede dar cuenta de la importancia que tiene, en el tercer Evangelio, la entrada triunfal en Jerusalén prestando atención a dos de los centros de interés de Lucas. Ante todo, se preocupa más que los otros evangelistas del último viaje de Jesús a Jerusalén y pone a la ciudad santa como el término de todo el movimiento dramático de su Evangelio (y, por eso, luego no menciona las apariciones en Galilea).
Por lo demás, uno de los temas favoritos de Lucas es el del papel del templo en la vida del Señor: su libro termina, como comienza, por una escena en el templo y su Evangelio de la infancia gravita alrededor del templo. Así resulta que más que en otros Evangelios, la significación religiosa de la entrada en Jerusalén es explotada a fondo: es la entrada del sumo sacerdote en el santuario para inaugurar el acto de nuestra redención (la muerte y la resurrección del mismo).
4. Juan es el único en precisar la fecha del episodio: tiene lugar al día siguiente de la unción en Betania (Jn 12, 12), que tuvo lugar seis días antes de la Pascua (Jn 12, 1).
Lo que sobretodo distingue su relato del de los otros evangelistas es que no lo ha unido con la purificación del templo. Como la cronología de la vida pública de Jesús ha sido más netamente fijada por Juan, se debe concluir que se trata del mismo acontecimiento y que el dato de Juan es el verdadero, de modo que el incidente ha sido desplazado por los sinópticos. Y la razón no es difícil de adivinar: en los sinópticos, el misterio de Jesús en Jerusalén se limita a la semana santa; en Juan, por el contrario, el misterio público de Jesús consiste casi exclusivamente en su ministerio jerosolimitano y judaico y la purificación del templo es su acto inaugural (Jn 2, 13-22). Hay acuerdo entre los evangelistas sobre el sentido de la purificación del templo: es la inauguración de la actividad de Jesús en la ciudad santa (Juan al comienzo y los otros al final de su vida).
¿Cuál es el sentido de la entrada mesiánica en Juan? Si la purificación del templo tiene lugar al comienzo de la vida pública, la entrada en Jerusalén es sólo la entrada en esta ciudad. Sigue, por lo demás, al principal milagro de este Evangelio, la resurrección de Lázaro, señalado por Juan como la causa inmediata de la muerte de Jesús (Jn 11, 45-53; 12, 17). Tanto con ocasión de la entrada en Jerusalén como de la purificación, Juan hace un mismo paréntesis: cuando la entrada, nota que “esto no lo comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado cayeron en cuenta…”(Jn 12, 16); y, cuando la purificación del templo, Juan constata parecida falta de comprensión, pues dice que “cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso (del santuario de su cuerpo)” (Jn 2, 22). Estas enseñanzas del cuarto Evangelio nos dan una respuesta definitiva sobre la significación de esos dos acontecimientos en la vida del Señor. Por consiguiente, nos dan la clave para comprender la falta de armonía aparente entre los diversos evangelistas y también sobre la cronología diversa de los mismos hechos: son la muerte y la resurrección de Jesús los que han revelado a los discípulos el misterio de Jesús cuyos dos principales rasgos son la divinidad y la dominación como Rey universal sobre toda la creación. En la inteligencia del hecho pascual, conferida el día de Pentecostés por el Espíritu Santo, don del Salvador resucitado, han captado que la entrada triunfal en Jerusalén no era sino una parábola actuada que significaba la realeza del Kyrios y que la purificación del templo, como profecía de un nuevo culto que tiene centro de gravedad en la humanidad exaltada de Cristo, implicaba su divinidad. Por consiguiente, los evangelistas, con las reminiscencias que les ofrecía la tradición, han hecho ver a sus lectores el sentido de ambos acontecimientos, o sea, su sentido pleno: en los sinópticos inicialmente y en Juan en el último estadio de la evolución de esta comprensión.
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