El hijo mayor

miércoles, 21 de julio de 2010
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El lenguaje de las parábolas, lejos de ser un lenguaje que a veces se le atribuye simpleza, belleza, sencillez, adaptable a los ignorantes, a los sencillos, a los que no tienen muchas luces intelectuales, a los niños, a veces se dice ‘un lenguaje para todos’, es en realidad un lenguaje que altera, que cuestiona, que moviliza. Es hasta irracional la lógica que usa Jesús en las parábolas.
Recorriendo mentalmente las parábolas podemos corroborarlo: el lenguaje de las parábolas moviliza, desestructura, nos deja fuera de los esquemas habituales del sentido común y hasta de cierta racionalidad si se quiere. Si tomamos como ejemplo la de los trabajadores de la viña, es hasta irracional: la paga que el Viñador otorga a los distintos empleados que van llegando a distintas horas del día para trabajar, y todos cobran lo mismo. ¿quién quedaría cómodo con esa parábola? Moraleja: por las dudas, con Dios, hay que negociar a lo grande, no sea cosa que tenga el tupé de darle la misma felicidad, bienestar, o dones a uno que acaba de entrar y llega sin trabajo y esfuerzo previo a yo que ando pedaleando la vida religiosa hace muchos años. Porque después de tanto sacrificio que yo he hecho en la vida cristiana, este Dios Padre es demasiado generoso con los vagos, los holgazanes, los recién entrados por la puerta ancha (por supuesto, estoy hablando irónicamente, justamente para poner de relieve ‘lo escandaloso’ de las parábolas).
No hay que hacer traslados ‘literales’. La Palabra tiene que trabajarnos por dentro, para cada uno de nosotros, y por supuesto, no para levantar el dedo acusador hacia otros –que es una práctica muy común entre las personas todas-.
Si tomáramos la parábola de ‘la oveja descarriada’, y quisiéramos aplicarla a una situación concreta: por ejemplo: entre varios hijos, uno con serios problemas de conducta, lo primero que nos va a decir un terapeuta es ‘no descuides a los otros, o incluso, no te descuides a vos mismo. El 90% de las energías se destina a conservar lo que se tiene. Es decir que nuestra lógica considera no sensato dejar 99 para dedicarse a uno. Es entonces desde nuestro sentido común una parábola que altera y cuestiona.

Hoy traigo la ‘PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO’. Es una parábola muy rica y muy cuestionadora en muchos aspectos. Me voy a centrar en el hijo mayor, este personaje que se queja y protesta cuando ve que el padre sale al encuentro del hijo que vuelve de gastarse la fortuna con mala vida. En medio de esta imagen de un Padre que se alegra, que nos moviliza hacia la grandeza, la misericordia, está el hermano mayor. Este hermano mayor vive en cada uno de nosotros. Hoy vamos a tratar de describirlo y de pedirle que también regrese al corazón del Padre.

EL MILAGRO Marcos Vidal
Aun no puedo asimilar lo que me ha sucedido, el milagro más glorioso que yo he vivido,
que después de malgastar lo que no era mío, no he tenido que pagar.
Traicioné a aquel que me perdonó la vida, humillé al que curó toda mi herida,
y en mi huida coseché lo que merecía, y desvanecido en mi dolor en algún momento Él me encontró,

Y he despertado en el redil, no sé como, entre algodones y cuidados del Pastor,
y antes de poder hablar de mi pasado, me atraviesan Sus palabras y Su voz :
Que se alegra tanto de que haya vuelto a casa, que no piense, que descanse, que no pasa nada,
y dormido en su regazo, lo he sabido, tengo Vida, tengo Dueño y soy querido.

He aprendido la lección del amor divino, que me transformó, cruzándose en mi camino,
y que dio a mi vida entera otro sentido, otra meta y otro fin ;
yo no sé lo que traerá para mi el mañana, pero sé que nunca se apagará su llama,
salga el sol por donde quiera, Él me ama, sé lo que es la gracia y el perdón, su misericordia es mi canción …

Y he despertado en el redil, no sé como, entre algodones y cuidados del Pastor,
y antes de poder hablar de mi pasado, me atraviesan Sus palabras y Su voz :
Que se alegra tanto de que haya vuelto a casa, que no piense, que descanse, que no pasa nada,
y dormido en su regazo, lo he sabido, tengo Vida, tengo Dueño y soy querido.

¡Qué historia esta! Este hijo que primero ‘pide’ la herencia por adelantado -¡qué caradura!-, y la pide no por necesidad, sino para irse a buscar aventura. Y malgasta todo. Un inmaduro. Y así va rodando cuesta abajo hasta que termina cuidando cerdos. Y llega un momento de que se da cuenta de cuan bajo ha caído. Aquí el Evangelio no nos ahorra imágenes de degradación moral, religiosa, social, económica: lo sitúa por debajo de los animales que son considerados inmundos en la comunidad judía. Pensemos en las imágenes que se les deben haber cruzado a los oyentes de Jesús. Cada uno podrá pensar en experiencias a las que les cuadra esta imagen. Cada uno podrá traer de su vida o de la vida de aquellos que por alguna causa se han cruzado en el camino, las imágenes que cuadran a este marco de la realidad de hoy: vivir por debajo del nivel de los cerdos. Las hay. Degradación moral de una sociedad que da vuelta o no mira los niveles de indigencia, pobreza y miseria a los que pueden llegar algunas personas.

ALELUYA Daniel Calveti
El padre salio a buscarte. Debe encontrar. Dime que le dirás
Yo me entrego a El. Yo me rindo a El
Pues no hay amor como el de El
Solo El lleno el vacío que tenía dentro de mi

Aleluya , viniste a buscarme. Aquí estoy
VUELVO Illapu
. Vuelvo a casa, vuelvo compañera. Vuelvo mar, montaña, vuelvo puerto.
Vuelvo sur, saludo a mi desierto. Vuelvo a renacer, amado pueblo.

Vuelvo, amor vuelvo. A saciar mi sed de ti
Vuelvo, vida vuelvo. A vivir en ti país.

Traigo en mi equipaje del destierro, amistad fraterna de otros pueblos.
Atrás dejo penas y desvelos, vuelvo por vivir de nuevo entero.

Olvidar por júbilo no quiero, el amor de miles que estuvieron
Pido claridad por los misterios, olvidar es triste desconsuelo.

Bajo el rostro nuevo del cemento, vive el mismo pueblo de hace tiempo,
Esperando siguen los hambrientos, más justicia, menos monumentos.

Hay que ver a quién dirige esta parábola Jesús en su momento: iba orientada hacia un sector muy claro de sus contemporáneos. Hoy nos la está diciendo a nosotros. Los hijos mayores en general son los que se hacen mas cargo de las expectativas de los papás: son más cumplidores, más obedientes. Es tanto lo que quieren agradar que no tienen filtro en captar el deseo a veces inconciente de los padres (Muchas veces yo le pregunto a los padres: esta rebeldía, en el fondo ¿no será aquello que vos quisiste vivir y no te animaste? Laura Gutman habla de que el hijo capta lo que está a la sombra de la conciencia de los padres y ellos encarnan esos deseos escondidos. Y esto tiene mucho que ver con esta parábola. Porque el hijo mayor, como no tiene otros filtros y es el que recibe en primera plana, en directo, toda la carga emocional de los deseos de los padres –explícitos e implícitos, concientes e inconcientes-. Es una primera pista para poder pensar las dificultades en las relaciones padres-hijos : “¿no estará mi hijo viviendo aquello que yo hubiera querido vivir y no me animé?”
Los hijos mayores siempre quieren agradar y tienen mucho miedo de desilusionar a los padres. Y experimentan desde muy temprano una envidia hacia los hermanos mas pequeños, que parecen no estar preocupados por agradar a los papás, y parecen más libres para hacer cosas. A veces se le atribuye a los celos, o a la envidia del hermano mayor hacia los menores, y es cierto también. Pero en el fondo esa envidia tiene que ver con un ‘no permiso’ que los hijos mayores se dan por hacer cosas que quisieran hacer pero no hacen porque saben que no van a agradar a los padres o porque imaginan que no van a agradar a los padres. Y les da una rabia tremenda que otros amigos o hermanos menores disfruten haciendo cosas que ellos desaprueban.

En las comunidades pasa lo mismo. En todos los grupos: el empleado cumplidor, el que se hace cargo de la ley, de la obediencia, del mandato, habla pestes o trata mal o mira con resentimiento o con rencor al desobediente, incumplidor , desfachatado o lo que fuera. Pero dentro de estos juicios morales –que son objetivos- (volviendo a la parábola, también es objetivo que este hijo menor era un desfachatado), hay en la persona resentimientos. Y creo que se puede interpretar el resentimiento del hijo obediente y servicial de la parábola, el que se siente orgulloso de haber cumplido tan acabadamente con los deseos de su padre, como esta amargura que le impide disfrutar de la fiesta. En esta queja y obediencia, se advierte una carga. En este servicio se advierte una esclavitud, una no libertad.

“En el fondo, he tenido envidia de que otros hayan disfrutado haciendo cierto tipo de cosas que yo repruebo. Yo decía –como sacerdote- que su comportamiento era reprensible, incluso inmoral, pero al mismo tiempo me preguntaba: ‘¿por qué yo no tengo el valor de hacer esas cosas, o al menos algunas de ellas?’. Todo esto se me presentó de forma muy clara cuando un amigo, que recientemente se había convertido al cristianismo, me criticó por no hacer demasiada oración. ¡Ah, no! Me dije para mis adentros. Esto es el colmo. ¿Este , que ha llevado una vida indisciplinada, descuidada, me viene a dar lecciones de oración a mi que durante años he llevado una vida de oración y de búsqueda espiritual, que soy sacerdote, que he vivido siempre la vida de la fe? ¿Recién se convierte y viene a decirme cómo debo comportarme? Esto es resentimiento interior. Esto revela mi propio extravío. Me había quedado en casa, no me había marchado como el hijo mayor. Pero no llevaba una vida libre en la casa de mi Padre. Mi ira y mi envidia eran la prueba de mi esclavitud. Bien también le decía yo al Padre: ‘hace muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes.” Henry Nowen: “El regreso del hijo pródigo”

VOLVER A VOS padre Eduardo Meana, sdb

VOLVER A VOS, VOLVER A SER, VOLVER A RESPIRAR,
SABERME SOSTENIDO POR TU AMOR, VOLVER A AMAR.

Dejar atrás la confusión, el pozo sin salida.
Volver a estar unido a vos, volver a la alegría.

Del barro antiguo hacia tu imagen, dejar soplar tu aliento.
Recuperar mi nombre de hijo, estar vivo de nuevo.

Decirte que por sobre todo, Dios mío, te deseo.
Mi angustia desandar y anclar en tu amor fiel y eterno.

Hay muchos hijos e hijas mayores que están perdidos a pesar de seguir en su propia casa. Este extravío que se caracteriza por el juicio, la crítica, la comparación, la condena, la amargura, los celos, el resentimiento, ¡son tan peligrosos en el corazón humano!
Y Jesús no intentó formar un grupo de virtuosos morales individuales. Nunca apeló a lo heroico individual. Al menos no en esa línea. Pero en esta línea, en la que desestabilizan las parábolas ¡qué duro! ¡qué incisivo! ¡qué exigente! Jesús nos llama a amar desde el corazón, y en nuestro corazón aparece el sentirnos heridos por la alegría del que se convierte. Y esto no es una declaración irreverente de injusticia distributiva. Lo que nos está queriendo decir, por ejemplo al pagar lo mismo a todos los que trabajaron en la viña, que trabajar en la viña es ya una fiesta, independientemente de la paga. Que la vida es una fiesta, un banquete, un gozo, Y que tenemos que animarnos a que todos los esfuerzos, amarguras, dolores y lágrimas, ocupen el segundo lugar, y que nuestro corazón quede instalado en la fiesta, en la alegría del amor, y no movernos de ahí.
Este mensaje va destinado a los fariseos, que son virtuosos y de verdad. Pero Jesús trastoca la mirada de las cosas: no los está denunciando en orden a una doctrina moral, sino en orden a su capacidad de gozo porque el que se perdió vuelve. Ahí el fariseo debe sacarse la máscara, porque no puede tolerar la gratuidad de Dios. Ese fariseo lo tenemos adentro: esa dificultad para poder percibir el don gratuito de Dios para todos. Y este tipo de perdición no es tan obvia como las otras, que se ven, y que adoptan a veces formas espectaculares (en el Evangelio: la prostituta, el cobrador de impuestos). Si estas cosas aún hoy son graves, pensemos en lo que serían en aquella época: perdonar a una prostituta sin siquiera darle una penitencia, y en cambio condenar a los que inquisidoramente querían apedrearla.
Es verdad que Jesús es “manso”, pero para algunas regiones de nuestro corazón es realmente duro, tenaz, incisivo. Esta conducta caprichosa del hijo pródigo que no le conduce mas que a la miseria, vuelve, pide perdón, se arrepiente, es el error clásico, que se soluciona de forma clara, se comprende. Pero el extravío del hijo mayor es mucho más difícil de identificar. Mirando en nuestro interior, veamos si nosotros también no estamos siendo invitados en este tiempo a esta conversión profunda: ver en la ‘lista de pecados’ qué ponemos arriba y qué abajo.
A la luz de esta parábola ¿qué hace más daño? ¿el resentimiento o la lujuria?
Hay mucho juicio, mucha condena, mucho prejuicio, mucha ira en la gente que está preocupada por evitar el pecado. Y esto es lo que está poniendo en el tapete Jesús con esta parábola. A menudo nos descubrimos quejándonos por pequeños rechazos, por falta de consideraciones, por descuidos…Ese gemido, esa queja, ese murmullo, ese lamento que crece, ese dedo que apunta, … Es muy duro convivir con una persona que siempre se vive quejando. Y nosotros convivimos con ese yo crítico todo el tiempo. ¡’qué cansador! ¡qué agobiante es ese crítico que rechaza al otro, que lo inculpa, que lo agrede gratuitamente, que está siempre interpretándolo desde el aspecto más pobre, mas desconfiado, ese crítico que no permite confiar, que no permite esperar, que no permite alegrarse con la alegría del otro. Ese es el hijo mayor que llevamos dentro, que no puede compartir la alegría de Dios Padre porque sus quejas nos han paralizado, y nos han dejado relamiéndonos en la oscuridad de nuestras razones, incluso muchas de ellas, revestidas de virtudes.

Para ir a buscarte he vestido de rojo mi guitarra  
He colgado la estrella de mi canto  en el vértice mas sonoro de su boca.  
Tus ojos  arañan un pedazo de la noche. Yo estoy en la cruz de las vigilias  
Comiéndome un pedazo de tu sombra.  
Para ir a buscarte  solté las amarras de mi esperanza  y el potro de mi corazón salvaje  
Al relámpago de tu sangre que me llama.  

Señor ¿por qué no cerraste un final feliz para esta parábola? Quizá ya sabías que el fariseo no iba a querer entrar en la fiesta. Quizá podrías advertir la dureza de ese corazón riguroso, frío, calculador, especulador. Nadie es todo eso, pero tenemos una parte que como no es visiblemente pecadora, desordenada para los esquemas de nuestra sociedad, puede permanecer toda una vida sin permitirnos entrar a la fiesta. ¡Qué dolor! ¡Todo el mundo baila, canta, hay comida, y nos quedamos afuera magullando mi ira, revolcándome en mi resentimiento, y además, contra mi deseo. Estoy tan atrapado por mis cálculos mezquinos, por este trago duro y amargo del reproche, por estas palabras de condena, por esta voz crítica, por esta constante acusación, que no puedo entrar a la fiesta.
No sé por qué Jesùs no habla del regreso del hijo mayor, o deja totalmente abierta la posibilidad de que él entre o no, pida perdón o no, se de cuenta o no. Lo cierto es que el Padre nos dice: “hijo: tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo”.Tenemos un lugar seguro. No somos excluidos ni por esta amargura, ni por esta comparación, ni por nuestras mezquindades, ni por nuestros conceptos estrictos y rígidos de la justicia. Porque el Padre no compara a un hijo y al otro.
Padres: nunca comparemos a nuestros hijos. Hiere mucho el corazón vulnerable de los chicos.
El Padre ama a los dos hijos, de acuerdo con las trayectorias personales de cada uno. Los conoce a los dos íntimamente, y mira la pasión de su hijo menor con amor aunque no sea obediente. Pero nos pide que volvamos a la casa. Nos pide que nos sanemos. A veces sentimos que somos de los que nos convertimos en acusadores, que sentimos a todos sospechosos, siempre calculando, siempre leyendo segundas intenciones, desconfiando de la autenticidad, y reaccionamos cuando algo nos molesta en lugar de pensar en qué cosa nueva puedo crear, nos movemos desde la reacción, desde la contraofensiva. Y esta es la patología de la oscuridad de la cual Jesús quiere curarnos. A la acción, no reacción sino creación.
¿Nos quedará alguna salida? Yo no creo que sea cuestión de voluntad, porque este hermano mayor que llevamos dentro, cuanto más voluntarioso se pone, más orgulloso se siente y más condecoraciones quiere colgar en su pecho. Tenemos que crear una comunión profunda con nosotros mismos. Tenemos que desear, que esperar esta experiencia del amor gratuito de Dios. Tenemos que tener esta experiencia personal de regreso como la del hijo pródigo. Tenemos que tener la experiencia personal de confianza sin la cual no nos podemos dejar encontrar. La confianza es la convicción profunda de que el Padre me quiere en casa, me quiere feliz. Y yo no me dejo encontrar cuando dudo de que merezco que me encuentre, que merezco esta felicidad, cuando creo que se me quiere menos que a estos hermanos menores, o creo que se me quiere menos si no hago suficientes méritos para que me quieran. Tenemos que seguir repitiéndonos “Dios me busca”, y va a hacer cualquier cosa que esté a su alcance para encontrarme.
Dios nos quiere en su casa, que es su corazón. Y no va a descansar hasta que estemos en él.

‘Y SI ALGUN DIA TU REGRESAS’ Alberto Plaza
Y sin un día tu regresas se abrirán las avenidas, y mil voces te darán la bienvenida,
habrá flores en las piedras y campanas en tu pieza replicando la alegría que hay en mí
y quizás habrá una luna en tu jardín y una alfombra de tu casa hasta parís
si algún día tu regresas no habrá mas sauces llorando y tormentas anunciándonos el fin.

Y si un día tu regresas no habrá espinas en mis manos ni montañas separando nuestros cuerpos,
no habrá dedo indicando ni paredes escuchando ni fusiles apuntando contra mí
y quizás habrá una esta estatua esculpida para ti de las manos de David
y sin un día tu regresas habrá un sol sobre la mesa iluminando los momentos junto a ti.
Y sin un día tu regresas se abrirán las avenidas y mil voces te darán la bienvenida,
habrá flores en las piedras y campanas en tu pieza replicando la alegría que hay en mí…
si algún día……

No pueden coexistir el resentimiento y la alegría, la envidia y el amor. Porque el resentimiento bloquea la experiencia de la vida como don. Las aguas amargas del éxodo se tornan dulces al contacto con el madero.
Que el Señor torne dulces esas aguas amargas, esos pozos que a veces son las reservas del agua con las que damos de beber a los demás. Nos llenamos y hablamos desde hermosas ideas. Pero es de desconfiar de las ideas que no han probado el sufrimiento, del aporte de soluciones de la gente que nunca ha vivido ciertos problemas. Ese fariseo que pone cargas pesadas en los demás es una amenaza permanente en nuestro interior para la comprensión cabal del mensaje nuclear del Evangelio. Lo ha sido siempre, y creo que eso fue lo que en su tiempo le costó la vida a Jesús.
Muchas veces nos sentimos denunciados por Jesús, porque intentamos disfrazar nuestras oscuridades con el esfuerzo que hacemos por seguirlo y alabarlo.

Repito: tratemos de no hacer una aplicación simplista o directa de los textos a todas las historias de problemas entre hijos mayores y menores.
Esta parábola nos da un recurso importante para interpretar nuestra queja. Lo primero que hace el hijo cuando se entera de la fiesta que organiza el Padre, es echarle la culpa al padre. Y en realidad es su propia envidia, o su propia amargura: este no haberse animado a hacer lo que quería hacer y que el otro sí se animó, y encima no perdió el afecto de su Padre. Y decimos ‘a él lo quiere más’. Hay que tener mucho amor para aceptar al hermano y no tenerle celos. Y más aún: necesitamos primero tenernos amor a nosotros mismos. Es la mejor vacuna para los celos y la envidia

Fijémonos: ahí donde nosotros arrinconamos lo que creemos ‘nuestra mugre’, a veces suele encontrarse el ‘dracma perdido’

Cuando Dios es nuestro Padre, nuestra madre y nuestro Hermano, se acaban los problemas