26/06/2020 – En el Evangelio de hoy, San Mateo 8,1-4, Jesús aparece curando a un leproso que debía estar aislado de la sociedad a causa de considerarse un peligro para otros. Hoy también el COVID hace que muchos hermanos tengan que permanecer aislados.
Jesús resuelve este tema de una manera muy particular: primero se acerca, lo invita a ponerse de pie y lo cura.
San Juan de la Cruz dice que los males se curan con “presencia y figura”. El amor, el compromiso es lo que nos va a sacar hacia adelante. Que tu gesto de amor comprometido llegue en este día para acompañar a quien más lo necesita.
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante quedó purificado de su lepra. Jesús le dijo: “No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”. San Mateo 8,1-4.
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante quedó purificado de su lepra. Jesús le dijo: “No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”.
San Mateo 8,1-4.
Este relato bíblico que se hace presente en los tres evangelios sinópticos es, aparentemente, un texto muy simple. Es la narración de una curación milagrosa realizada por Jesús. Sin embargo, es necesario tener en cuenta de que el enfermo en cuestión, es un leproso. Estos enfermos tenían en el pueblo de Israel un significado muy diferente al que tienen entre nosotros.
Actualmente, el leproso es una persona que sufre una enfermedad dolorosa que requiere de cierto aislamiento y tratamiento adecuados. Los Estados y diversas instituciones se ocupan de los que están afectados, haciendo menos penoso el proceso de su enfermedad.
En la antigüedad, y particularmente en Israel, no era así. La medicina poco desarrollada y el terror supersticioso, consideraban a la lepra como un mal totalmente incurable que tenía algún origen misterioso de orden religioso. La persona afectada era considerada impura, es decir, que carecía de la pureza para el culto. La pureza era la cualidad que se necesitaba para estar en contacto con el resto de la comunidad y con lo sagrado.
El enfermo que era considerado impuro, se veía obligado a permanecer separado del resto de los hombres, habitando en desiertos o cementerios. Sin posibilidad de asistir al acto religioso.
No poder asistir al acto religioso era como la máxima de las exclusiones. Era como estar olvidado por Dios, apartado de su presencia y de su mirada. Este mensaje recibían los leprosos, los ciegos, los paralíticos, los sordomudos. Éstos que cuando nosotros recogemos en los relatos de las páginas evangélicas, los conocemos como los que Jesús, particularmente amó, y por los cuales tuvo predilección. Por este motivo, porque estaba rechazado por Dios y por los hombres, el sacerdote era el que debía intervenir para dictaminar que alguien estaba enfermo de lepra y realizar el acto de sacarlo de la comunidad. El sacerdote debía volver a intervenir en el caso de que se diera una hipotética curación, para constatar y realizar el rito de purificación y admisión del leproso a la comunidad. Por eso, Jesús al final del texto dice que vaya a presentarse al sacerdote. Porque ya está curado pero tiene que ser incorporado por ese camino que estaba preestablecido. Mientras duraba la enfermedad, nadie podía acercase al leproso. El que lo hiciera y tuviera trato con él, o tocara un objeto utilizado por el enfermo, quedaría también en condición de impureza. Es más, el leproso tenía que gritar “lepra, lepra”, para que nadie se le acerque.
El autor del texto evangélico quiere ir mucho más allá. No se trata de un simple enfermo, sino de uno que en su enfermedad, tiene todos estos condicionamientos sociales y puntuales.
Entonces, a partir de esto, entendemos el valor que tiene la intervención de Jesús. De acercarse y dejarse tocar por él. De tocarlo, curarlo y estar con él. Si él que tocaba al enfermo de lepra quedaba impuro, Jesús entonces, a los ojos de muchos era un impuro. Esta es la acusación que le hacen cuando come con paganos y publicanos, y cuando trata con pecadores.
Se refiere a este grupo de excluidos, a los que se consideraban maldecidos por Dios: leprosos, paralíticos, ciegos, sordomudos y todo lo que permanecían al margen. De hecho, vivían al margen de los muros de la ciudad.
Para valorizar el gesto de Jesús es necesario que demos toda esta explicación. Que nos detengamos particularmente en el sentido que tiene esta enfermedad. A partir de ahora, podemos entender que significa este “queda limpio, queda curado”. Sabemos cual era el aislamiento en el que tenían que vivir los leprosos y las severas reglas que prohibían tener contacto con ellos. Impresiona la descripción del Evangelio. Un leproso se acerca a Jesús y habla con él. Jesús no solamente no lo rechaza sino que también, lo toca. Si leemos con atención el diálogo expresado con muy pocas palabras, podemos advertir la insistencia con que aparecen los verbos “limpiar” y “purificar”. En pocos renglones podemos encontrarlos varias veces. Sin embargo, en ningún momento se habla de curar. Esto tiene toda una intención. Al autor del Evangelio, le interesa el cambio de situación de aquel que es considerado impuro, apartado y marginado. Esto es más importante que el milagro de haberse curado de la lepra. Todo esto a pesar de la importancia de este milagro, ya que para la ciencia de la época, la lepra era totalmente incurable, y tal curación, era equivalente a la resurrección de un muerto.
Podemos decir así. Jesús con su tocar y con su poner de pie, está resucitando a un muerto social. No es poco lo que está ocurriendo y nosotros somos testigos de este poder de transformación con el que Jesús actúa. También, podemos pensarlo para nosotros y para aquellos lugares de la sociedad donde hace falta de estas intervenciones que ponen de pie y ayudan a esperar tiempos mejores. Ese lugar donde Jesús llega y toca. Dejarse tocar por un Jesús que se acerca. Es el Reino de Dios que se acerca en la persona de Jesús para poner un orden nuevo. El Señor quiere tocar a los leprosos de nuestra sociedad para que las cosas puedan comenzar a ser distintas. Para que empiecen a cambiar y a transformarse.
En el mismo sentido de la purificación del impuro, se encuentra el mandato de Jesús expresado con mucha severidad según las palabras del Evangelio. Jesús le ordena ir a presentarse al sacerdote y a ofrecer, el sacrificio que establece el libro de los Levíticos. De esta manera, el que había sido impuro es introducido nuevamente en la comunidad religiosa de Israel y por orden del mismo Jesús.
Jesús dice en unos versículos anteriores al texto bíblico citado, que ha venido a inaugurar un tiempo nuevo y a proclamar un año de gracia. El Señor viene a abrazar con amor y ternura, todo aquello que en nosotros y en la sociedad necesita ser transformado para darle un sentido y un valor nuevo.
Dios puede con todo, porque para él nada es imposible. Sabiendo estas cosas relacionadas con el relato de la lepra, en la connotación que guardaba en el tiempo de Jesús, encontramos una escena que es como un resumen de la situación que se da en el mundo cuando el Hijo de Dios viene a nosotros. Está frente a frente, el poder y la misericordia de Dios por un lado, y nuestra terrible situación, por el otro. El leproso representa a la humanidad que está alejada de Dios en una situación de impureza.
Tal vez, la expresión de aquel hombre en el templo sin animarse a levantar la vista y diciendo “ten piedad de mí, Dios, que soy un pecador”; sintetiza de alguna manera lo que queremos expresar. No somos capaces de ofrecer un culto a Dios con sacrificios que sean dignos de él, a no ser que entremos por ese lugar donde la palabra en el Antiguo Testamento, nos invitaba a entrar con un corazón limpio y contrito, es decir, con un corazón arrepentido de su culpa y de su pecado. Estamos alejados de Dios. Esta es una verdad radical de la vida. El pecado nos ha puesto en esta situación. Que Dios se nos acerque es la única forma de salir de aquel lugar. Existe la enemistad traída por el pecado. Sólo Jesús es capaz de realizar la reconciliación y por eso se acerca.
El vínculo de Jesús con la lepra y el leproso sintetiza la decisión de Dios de ir al encuentro del hombre, allí donde la humanidad no puede encontrar caminos.
Pensar en el cambio de estado de nuestra impureza es igual que pensar en la resurrección de un muerto. Dios puede con la muerte bajo cualquiera de las formas en las que aparezca en nuestra vida. Dios puede con nuestra lepra.
La situación de decaimiento y de depresión, es una lepra en nuestra sociedad. Esta situación se manifiesta en ese lugar de vacío que tantas veces se cubre con la laboriosidad puesta en exigencia, que trae como contrapartida, al estrés. Éste nos aísla y nos aliena, haciéndonos buscar sustitutos y alicientes en otros lugares donde divertirnos y salir de nosotros mismos. Sobre ese lugar, el Señor quiere poner su mano. Se puede sintetizar al estrés como la lepra de este tiempo.
Entorno al estrés confluye esta sociedad individualista y de consumismo, de trabajo desmedido sin sentido. Con un progreso que tiene como fin, al progreso mismo, sin Dios.
La mano de Dios que quiere posarse sobre vos para regalarte la recuperación interior del desorden que podes estar viviendo e invitarte a un nuevo lugar de presencia suya, donde la vida es más sana y más saludable.
En pocas palabras, el evangelista nos describe el encuentro y la actitud del Señor ante este hombre afectado por la lepra. El hombre dice solamente: “Si quieres puedes limpiarme”. Reconoce su situación y al mismo tiempo, confiesa la capacidad humana y el poder de Dios. Es el grito de la humanidad que reconoce su verdadera situación. Cuando admite que esta dividida y que se ha alejado de Dios. El leproso se siente rechazado por los hombres y por Dios.
Cuando nosotros estamos descolocados en la vida, nos parece que estamos apartados de todos, incluyendo a Dios ¿Que hace Jesús frente a este clamor existencial? Se acerca a nuestros clamores y toca aquel lugar donde la vida esta en crisis.
Para que su presencia misteriosa actúe y transforme lo que toca, el Señor ha asumido nuestra naturaleza. Ha asumido todo lo nuestro hasta al mismo pecado, llevándolo a la cruz para terminar con él.
Las palabras de Jesús, traduciendo en imperativos el pedido del leproso, expresan la voluntad redentora de Dios. Jesús quiere que todos los hombres sean puros. Dios nos quiere limpios pero no limpios de la impureza moral sexual como a veces sólo entendemos. Nos quiere limpios y transparentes, libres de toda carga y culpa.
Sobre ese lugar el Señor quiere detenerse para tocar nuestra vida y transformarla. Aquel hombre, además de tener su rostro y todo su cuerpo limpio de las secuelas de la lepra, estaba alegre por haberse encontrado con la redención.
Que el Señor te dé esta experiencia de sentirte librado de las fuerzas que oprimen tu corazón. Su palabra actúa sobre tus lepras.
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