01/09/2020 – Monseñor Víctor Manuel Fernández, arzobispo de La Plata, dijo que se identifica con el papa Francisco en busca de “una Iglesia que sea sencilla, comprensible y cercana; que ofrezca el encuentro íntimo con Cristo y su Palabra, y que al mismo tiempo es sensible a lo que pasa en la sociedad, a lo que sufre la gente. Esa Iglesia abierta y misionera que propone Francisco es la que yo siento como mía”. “Yo nací en Alcira Gigena, un pueblo cordobés con nombre de mujer a 45 kilómetros de Río Cuarto. Mi pueblo tenía y debe tener unos 5 mil habitantes y eso permite que nos conozcamos todos. Si vos te parás en el medio de Gigena, a los cuatro costados ves el campo. Y eso influye en la forma en que yo veo el mundo, en la forma en que me paro ante la realidad. A su vez, Gigena es un lugar donde se puede ver el cielo abierto como signo del infinito. Cerca de mi pueblo hay un arroyo y después hay otro. Y a mí me gustaba ir a esos arroyos a pasar el rato, a pescar o simplemente a sentarme debajo de un árbol para dejar el tiempo pasar. Todavía recuerdo muchos instantes hermosos vividos a la orilla de esos arroyos”, recordó de su infancia “Tucho”, como le llaman desde pequeño.
“Cuando iba al atardecer al arroyo más cercano de mi pueblo había siempre una nube negra de pájaros. Ahora, cuando vas a ese lugar se ve alguno que otro, pero muy pocos. Ahí te das cuenta cómo los humanos hemos eliminado a esos pájaros”, también rememoró. “El testimonio de la comunidad parroquial de mi pueblo fue muy valioso para mí, tanto del padre Ramón Artemio Staffolani, que después fuera obispo de Río Cuarto, como también de los laicos. Y así me fui acercando a la fe. Cuando era muy niño yo recuerdo que escribía poemas para las maestras y luego comencé a escribir pequeñas obras de teatro. Creo que la primera la hice en el primer grado. Y en mi barrio con un grupo de amgos fundé el “club de la alegría”. En ese club representábamos mis obras de teatro, hacíamos trucos de magia para los más chicos. La verdad que de pequeños nos divertíamos bastante”, agregó el padre Víctor.
“Siendo adolescente inicié un grupo de oración junto a una amiga que tenía la experiencia de haber estado con la Renovación Carismática en Buenos Aires. Me gustaba leer la Biblia. Con este grupo organizábamos retiros y fuimos creciendo en la fe, eso también me hizo muy bien”, manifestó el sacerdote. “Además fui el bibliotecario del pueblo cuando tenía 15 años. Y se me ocurrió invitar a otros jóvenes a discutir sobre algunos temas. Pero como era la época del Proceso Militar me hablaron desde la intendencia y me dijeron que nos podían meter presos por eso que hacíamos en la biblioteca. Ese fue mi primer encuentro con la dura realidad sin entender demasiado qué pasaba”, relató el padre Víctor Manuel.
“Entonces me dije: “Me voy a dedicar a hacer felices a los demás, que eso no tiene ningún riesgo”. Y comencé a visitar el pequeño hospital del pueblo. Ahí había un viejito que hacía mucho que estaba. Ya no caminaba y se le habían endurecido las piernas. Entonces poquito a poco lo fui sacando hasta que recuperó la capacidad de caminar y eso para mí era una alegría enorme. También me decidí a leerle historias a las personas no videntes. Recuerdo que le leía historias a una señora ciega y me gustaba mirarle la cara y ver las expresiones que tenía cuando le, contaba algo. Con esa mujer comencé a escribir sobre temas espirituales. En esas experiencias descubrí que mi pasión es provocar cosas a través de la escritura. Siento que sirvo para provocar en los otros cosas que las ayuden a vivir”, sintetizó monseñor Fernández.
“Mi madre se llamaba Yolanda, pero yo siempre le dije “Yoly” porque teníamos una gran confianza para mí. Era una mujer sencilla del campo, ni siquiera tuvo escuela primaria. Habrá hecho tres meses de escuela con esos maestros rurales que pasaban por los campos. Pero con eso mi vieja se defendió toda la vida. Ahora a mi sirve, cuando predico, imaginarmelá a mi vieja para ver si lo que estoy diciendo se entiende”, dijo. “Mi papá se llamaba Emilio y era una persona bastante culta, muy buen cocinero. Sabía tocar el contrabajo, el saxofón, leía música. Era un poco poeta y bohemio. Era un hombre muy particular, algo raro en un pueblo como Alcira Gigena donde la gente es más bien pragmática. Mi papá murió cuando yo era adolescente y tengo muchos recuerdos de mi mamá, especialmente en esas noches frías de invierno donde yo estaba en la cocina estudiando y mi mamá tejiendo. Cada tanto levantaba la mirada para ver que ella estaba ahí. Sin hablar, nos acompañábamos y yo sentía esa presencia de ella, aún sin mirarla y sin hablar. Eso me ayudó también muchas veces a imaginarme la presencia de la Virgen María en mi vida. También tengo dos hermanos, Jorge y Emilio, pero me llevó varios años con ellos, yo soy el menor. De chico me decían Tuchín, por mi padre que era fanático de San Lorenzo. A él le decían Tucho para cargarlo con Norberto “Tucho” Méndez que jugaba en Huracán y le había convertido muchos goles al Ciclón”, agregó.
“El párroco que tuve en Gigena fue Ramón Artemio Staffolani, que después fue obispo de Río Cuarto. Era un sacerdote que se inquietaba cuando alguien del pueblo estaba enfermo y solo recuperaba la sonrisa y la tranquilidad cuando esa persona ya estaba bien. Además usaba expresiones particularmente pícaras, bien cordobesas. También recuerdo que fui catequista desde los 15 años. Ver crecer a otras personas también me ayudó a madurar mi vocación sacerdotal. Y en un retiro en Alpa Corral, Cristo me regaló la palabra “Sígueme”. A partir de ese momento no dudé nunca más de mi camino. Y entonces ingresé al seminario para ser sacerdote diocesano, que por esos años lo hacíamos en Córdoba. Yo quería ser un párroco. Así que mi vocación fue desarrollando plácidamente y el seminario fue un lugar ideal de formación, lo disfruté muchísimo”, manifestó monseñor Fernández.
“Cuando estaba en el quinto año se reabrió el seminario de Río Cuarto entonces me dijeron que debía continuar formándome en Buenos Aires porque iban a faltar profesores en esta nueva etapa de mi diócesis. Así que a mi sexto año de seminario me fui a Buenos Aires y después de mi ordenación sacerdotal me enviaron a Roma a estudiar Biblia. Fue providencial que necesitaran un profesor para dar Bibilia, hubiera sido una tortura tener que estudiar Derecho Canónico. La verdad que mi relación con la Palabra de Dios fue muy temprana en mi vida, Dios me fue llevando en la meditación de su Palabra, Él me hablaba desde mis inicios. Ese vínculo desde siempre es muy íntimo, muy cercano y muy intenso. En Roma estuve dos años. El primero viví en una casa sacerdotal pero como era muy caro para la diócesis, me fui a una parroquia donde tenía actividad pastoral, visitaba enfermos. Eso me ayudó mucho porque yo estaba recién ordenado sacerdote y necesitaba esas vivencias. Recuerdo que el párroco me enviaba a ver a personas enfermas y tuve experiencias muy lindas haciendo eso. Me recordaban aquella pasión que tenía el padre Staffolani para atender a los que estaban más graves. Ahora me doy cuenta que las dos cosas están conectadas. Recuero un día cuando me llaman para ver un enfermo grave. Cuando llegué los familiares me dijeron que hacía 10 días que estaba inconsciente. Igual, cuando me enfrentaba a esas situaciones siempre les hablaba al oído porque estoy convencido de que muchas veces o siempre, algo captan. Dios nos usa a los sacerdotes para decirles cosas a las personas que están partiendo. Entonces le hablé un rato al oído al viejito, después llamé a la familia y le di la Unción. Cuando terminé, el viejito abrió los ojos, levantó los brazos y dijo: “Ahora me voy al Paraíso”. Cerró los ojos y se murió. Estos son signos de Dios para que todos creamos en la vida eterna”, dijo el arzobispo platense.
“El seminario de Río Cuarto fue como una familia, pero en 1993 me nombraron párroco en una parroquia nueva en la periferia de la ciudad, Santa Teresita. Y ese fue un desafío enorme y muy lindo empezar de cero con esta parroquia. Y logré hacer todas las cosas pastorales que yo me había imaginado desde que era joven. Y esa comunidad tenía un sentido festivo muy grande. Era una fiesta permanente esa parroquia. Como será que una vez teníamos un té a beneficio y juntamos como 250 mujeres. Cuando las vi pensé: “Qué lindo que sería elegir la reina parroquial”. Y ahí nomás armamos una pasarela y comenzaron a desfilar las señoras. Nos hemos reído hasta despanzarnos porque había algunas viejas de 90 años que desfilaban y coqueteaban en la pasarela. Fueron todas simpatiquísimas y hasta salió una foto en el diario de Río Cuarto”, rememoró Víctor Manuel.
“Cuando era vice decano de la Facultad de Teología de la Univesidad Católica Argentina podía todavía vivir en Río Cuarto y viajar a Buenos Aires a dar clases. Pero luego hubo elecciones y me eligieron decano de la facultad y también fui presidente de la Sociedad Argentina de Teólogía. Eso me exigió vivir ya en la ciudad de Buenos Aires. Siendo decano formé un grupo de estudio bíblico con rabinos, pastores y biblistas católicos. Tomábamos un capítulo, por ejemplo, el de la Lamentaciones, y cada uno decía como lo interpretaba desde su tradición. Es impresionante lo que sacábamos de cada reunión desde los distintos puntos de vista que teníamos, la profundidad con la que nos encontrábamos”, afirmó.
“En esa época me llegó la invitación para participar de la Conferencia de Obispos Latinoamericanos de Aparecida, en Brasil, en el año 2007. Primero tuve que ir varias veces a Bogotá en la etapa previa. Y cuando estaba en Aparecida, los obispos me pidieron que participara del equipo de redacción del documento final. A mí me tocó particularmente la parte que el texto que habla de la Piedad Popular. Y como el presidente de ese equipo de redacción era el cardenal Jorge Bergoglio, eso me permitió conocerlo de cerca. Ahí se forjó una amistad entre nosotros, aunque yo digo que más que amigo, soy hijo de Bergoglio. Llegaba la noche y cuando era las 22 horas, casi todos se iban, pero había que seguir trabajando. Y a veces se hacían las 2 o 3 de la mañana y los únicos que quedábamos en la sala de redacción éramos nosotros. Así nos fuimos conociendo. Apenas terminó la conferencia, yo me quería volver inmediatamente a Buenos Aires porque tenía cosas que hacer. Y resultó que los dos primeros que nos fuimos éramos nosotros dos. Y fuimos juntos al aeropuerto de San Pablo y después pidió que me sentaran al lado de él en el vuelo. Esa horas de conversación más gratuita, distendidas, fuera del trabajo, no me las olvido nunca porque allí, las cosas que él me dijo me han marcado para el resto de mi vida”, sintetizó el prelado.
“Un año después de eso me llamó y me dijo que la comisión de obispos que seguía el tema quería que yo fuera el rector de la UCA. Primero le dije que no, le sugerí dos o tres nombres para que alguno fuera el recto. Cinco o seis meses después me llamó nuevamente y me pidió una vez más que fuera el rector. Entonces me fui a Luján, recé un rato delante de la Virgen y la conclusión era que tenía que aceptar. De ahí me tuve que trasladar al barrio de Puerto Madero y me dediqué por completo a la Universidad Católica de Buenos Aires por unos cuantos años. Pude aprender mucho en ese tiempo, sobre todo en el diálogo de la fe con la ciencia. Pero sobre todo me preocupé porque los estudiantes tuvieran un sentido social y eso le dio otro rostro a la UCA. Ese contacto con los pobres le dio otra mirada, otra perspectiva. También recuerdo de ese período el diálogo con los curas villeros, que fue muy enriquecedor”, aseguró.
“En la Universidad había personas que no me querían como rector y hasta llegaron a Roma con esas acusaciones. Entonces yo le pedí al cardenal Bergoglio volver a Río Cuarto pero él no me lo permitió. Y en esas conversaciones le dije: “Todo esto me ha tirado por tierra cualquier deseo humano de poder y eso me da una libertad interior”. Y él me dijo: “Vos permanecé abierto a lo que te pidan”. Y eso lo recordé cuando en la Nunciatura me dijeron que tenía que ser arzobispo de La Plata. Fue así que acepté lo que me pedía Francisco”, sostuvo monseñor Fernández, quien especialmente destacó el trabajo que se hace con los comités en los barrios de la arquidiócesis de La Plata en medio de la pandemia. “La realidad nos da signos de que el mundo así no funciona. Hay que cambiar algunos hábitos, esto es lo que nos pide Francisco en la encíclica Laudato Si. Tenemos que entender, por ejemplo, que el agua es un bien escaso en el mundo”.
Monseñor Víctor Fernández nació el 18 de julio de 1962 en Alcira Gigena, localidad del departamento de Río Cuarto, provincia de Córdoba, y fue ordenado sacerdote en su pueblo natal, diócesis de Villa de la Concepción del Río Cuarto, el 15 de agosto de 1986. Es licenciado en Teología con especialización bíblica por la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma, en 1988, y doctor en Teología por la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires (UCA) en 1990. Fue primero vicedecano durante dos períodos y luego, desde agosto de 2008 hasta diciembre de 2009, decano de la Facultad de Teología de la UCA. Desde 2002 hasta 2008 fue director de la revista Teología de esa facultad. De 1993 a 2000 fue párroco de Santa Teresita del Niño Jesús en la ciudad de Río Cuarto. En la diócesis de Villa de la Concepción del Río Cuarto, fue director de Catequesis y asesor de diversos movimientos laicales. De 2007 a 2009 fue presidente de la Sociedad Argentina de Teología. Entre otras actividades fue fundador y rector del Instituto Diocesano de Formación Laical de Río Cuarto; productor y locutor de programas radiales; formador y director de estudios del seminario diocesano Jesús Buen Pastor; perito del Secretariado para la Formación Permanente, de la Conferencia Episcopal Argentina; miembro del equipo de reflexión que asesoró al episcopado argentino para la actualización de las Líneas Pastorales; y perito y miembro de la Comisión de redacción de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (Brasil, 2007).
En diversos centros de Buenos Aires y de Córdoba fue profesor de Ética, Hermenéutica, Antropología, Método Exegético, Nuevo Testamento, Homilética, Gracia y Teología Espiritual, además de seminarios para licenciatura. Ha dictado numerosos cursos y conferencias en la Argentina y en otros países. Entre libros, subsidios y artículos científicos, cuenta con más de 300 publicaciones en la Argentina y en varios países de América Latina y Europa. Algunos de sus libros son: “Actividad, espiritualidad y descanso”, San Pablo, Madrid 2001; “La gracia y la vida eterna”, Herder, Barcelona 2003; “Teología espiritual encarnada. Profundidad espiritual en acción”, San Pablo, Buenos Aires 2004; “Valores argentinos o un país insulso. Hacia el Bicentenario”, Bouquet, Buenos Aires 2006; “Cómo interpretar y cómo comunicar la Palabra de Dios”, San Pablo, Buenos Aires 2009; “Conversión pastoral y nuevas estructuras”, Ágape, Buenos Aires 2010; “La fuerza sanadora de la mística”, San Pablo, Buenos Aires 2012. El 15 de diciembre de 2009 asumió el cargo de rector “ad interim” de la Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires (UCA) sucediendo a Mons. Alfredo Horacio Zecca. El 20 de mayo de 2011 prestó juramento como rector, cargo que siguió desempeñando como arzobispo. Durante los ocho de su gestión se ocupó de completar la construcción de los cuatro Campus de la UCA (Buenos Aires, Mendoza, Paraná y Rosario), incluyendo la iglesia mayor de la Universidad. Creó el Vicerrectorado de Investigación e Innovación Académica, la Facultad de Ciencias Sociales, la Sede Colegiales del colegio Santo Tomás de Aquino y el colegio Papa Francisco, en Mendoza. También abrió la Coordinación de Compromiso Social, que ofrece diversos programas sociales y educativos en villas de emergencia de Buenos Aires; procuró una creciente presencia pública en el medio ampliando las actividades del Observatorio de la Deuda Social y facilitó espacios de diálogo sobre los problemas de la sociedad. Favoreció la modernización de la Universidad mediante nuevos sistemas y procedimientos, y promovió la creación de nuevas carreras y departamentos. Alentó especialmente la integración del saber, la cooperación entre las distintas facultades y el trabajo interdisciplinario.
Habiendo completado el período acordado con el Gran Canciller de la UCA, cardenal Mario Aurelio Poli, el 24 de abril de 2018 monseñor Fernández dejó el cargo de rector de la UCA en el que fue sucedido por el doctor Miguel Ángel Schiavone, primer rector laico de la UCA. El 13 de mayo de 2013 el papa Francisco lo eligió arzobispo titular de Tiburnia. Fue ordenado obispo en la catedral metropolitana de Buenos Aires, el 15 de junio de 2013 por monseñor Mario Aurelio Poli (aún no era cardenal), arzobispo de Buenos Aires; y los obispos coconsagrantes: monseñor José María Arancedo, monseñor Andrés Stanovnik, monseñor Eduardo Eliseo Martín y monseñor Carlos José Tissera.
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