31/03/2021 – En “Maestro ¿dónde vives?” nos visitó la Dra. Verónica Talame, doctora en teología bíblica, presidente de la Asociación bíblica Argentina y miembro del departamento nacional de animación bíblica de la CEA para presentar la figura de San José como verdadero padre y formador en nuestra Iglesia que celebra su año de estudio, reflexión y oración.
A ejemplo del Padre José juega un papel importante y decisivo en la formación y en el crecimiento de Jesús camino a la adultez. Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (Os 11,3-4). No hay dudas de que Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13).
Desde el punto de vista religioso José, varón justo, era un judío íntegro y -sin duda- en esta integridad debió educar a su hijo Jesús. Lo primero que habrá hecho debió haber sido iniciarlo en la vida religiosa. Le enseñaría lo relativo a la religiosidad en general como a las prácticas religiosas concretas del pueblo de Israel. Todos los sábados la familia iba a la sinagoga: la institución específicamente judía religiosa más antigua que subsiste hasta el día de hoy. José, con Jesús adelante, y María atrás, como era costumbre en aquel tiempo.
En el hogar de Nazaret de José, María y Jesús reina una armonía gozosa. Cada uno desarrolla su labor o sus labores, las que le son propias, pero con un espíritu grande de servicio. Las jornadas en la casa de Nazaret se van desarrollando en un ambiente de serenidad, de paz y de amor extremo. Jesús debió ser la esfera de atracción y de encuentro de los esposos. Seguro en él convergerían sus miradas, sus palabras, sus silencios y sus cariños. En el matrimonio reina un amor entrañable, inmenso.
Juan Pablo II habla de un amor esponsal, formado y animado por el amor de Dios, el Espíritu Santo, “que profundiza en ellos todo lo que lleva el signo del abandono exclusivo de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del misterio trinitario” (Redemptoris Custos, 19).
La vida de Jesús en Nazaret fue para él, en todo sentido, una increíble escuela de formación. José y María le enseñaban con sus palabras y con sus ejemplos de vida. En sus primeros años, como todo niño y después, como todo joven, Jesús aprendía de sus padres. Fue su principal escuela. Su crecimiento en sabiduría y gracia se debió -fundamentalmente- a José y a María. ¡Con maestros tan extraordinarios, llevaba todas las ventajas! Obviamente, que todo lo recibido en el seno de su familia, en la sinagoga, en la plaza y en el mercado del pueblo, sumado a las experiencias de cada día, lo iría completando con su propia observación, su propia reflexión y, sobre todo, con su intimísima y fecunda oración al Padre.
José sin duda fue imprescindible en el desarrollo armónico de las facultades de Jesús. José -junto a María- fue su formador y maestro. Ya lo decían los fariseos: “«¿Cómo conoce las Escrituras sin haber estudiado?»” (Jn 7,15): “¿Quién te dio esa autoridad?” (Mc 11,28). No sabemos si Jesús fue o no a la escuela. Pero la principal escuela de Jesús sería el hogar de Nazaret, su casa paterna, en la que ciertamente, como vimos, recibió la más eximia formación humana, doméstica, profesional y religiosa.
La Dra. Verónica Talamé nos acompañó en el programa sobre San José
En definitiva, aunque los Evangelios no dicen nada sobre la labor formativa de José y de María, se trata de un hecho seguro, que bien podemos deducir de la afirmación que Lucas repite dos veces (Lc 2,40.52). José y María fueron los verdaderos formadores de Jesús. El crecimiento en edad, sabiduría y gracia se realizaba bajo la tutela y la labor formativa de sus padres. Nazaret y la vida familiar que allí se vivía fue la mejor escuela para Jesús. No vio en sus padres más qué obras buenas, virtudes y buenos ejemplos en todo sentido. Si el amor es el mejor condimento y el mejor ambiente para una formación integral, en el hogar de Nazaret, sin duda, se respiraba y vivía el más tierno y más perfecto amor que podamos imaginar. Un amor familiar único sobre la Tierra, el amor de Dios Trino que desde el principio había elegido hacerse carne en aquella sagrada familia.
Terminemos con las sabias palabras de Juan Pablo II: “El crecimiento de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» (Lc 2, 52) se desarrolla en el ámbito de la Sagrada Familia, a la vista de José, que tenía la alta misión de «criarle», esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un oficio, como corresponde a los deberes propios del padre” (Redemptoris Custos 16).
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