11/08/2021 – En el ciclo “La devoción al Sagrado Corazón en la Biblia”, Gerardo García Helder, director del Departamento de Pastoral Bíblica de la Conferencia Episcopal Argentina, versó el espacio sobre la décima promesa: “Seré la ayuda que sostiene a los ministros”. “A mí y a todos los discípulos y misioneros del Señor nos toca anunciar la Buena Noticia de Jesús con mucha indiferencia por lo religioso, aunque muy interesado por lo espiritual. Propongamos un sendero que lleve a Dios. Su voluntad es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Esta devoción significa centrarnos en la humanidad de Cristo. Y la décima promesa tiene que ver con los sacerdotes y también con todos los ministros laicos de este tiempo de la Iglesia, como los diáconos permanentes, los lectores, los catequistas, los ministros extraordinarios de la comunión o los misioneros. El ministro es alguien mínimo, pequeño, es un servidor, es quien diacona”, declaró Gerardo.
“El Sagrado Corazón nos promete su ayuda, no nos deja solos. Pienso en los sacerdotes que viven solos, que después de sus actividades pastorales quedan solos en la casa parroquial. Que esta devoción nos haga mansos, humildes, comprensivos, ricos en misericordia. Según san Marcos en su evangelio, los ángeles son los primeros servidores del Señor y luego es la suegra de Pedro una muestra de diakonía de Jesús. Luego el mismo Cristo se pone de ejemplo de servicio. Y las últimas que aparecen “diakonando” son las mujeres que seguían y servían a Jesús desde Galilea a Jerusalén. Todo verdadero discípulo de Jesús es un dácono, no importa que tenga estola o no. Las mujeres se destacan desde siempre en esto”, aseguró.
Finalmente, el biblista porteño nos dejó esta oración:
Señor Jesús, que te compadeciste de las multitudes
porque andaban como ovejas sin pastor
o porque no tenían qué comer,
conmuévete del Pueblo santo de Dios
que no siempre encuentra ayuda
en sus caminos.
Danos la asistencia que necesitamos y
reúne en un solo rebaño,
en donde se respete y valore la diversidad,
a todos tus hermanas y hermanos
dispersos por el mundo.
“Tengan cuidado, hermanos,
no sea que alguno de ustedes
tenga un corazón tan malo
que se aparte del Dios viviente
por su incredulidad.
Antes bien, anímense mutuamente cada día
mientras dure este hoy,
a fin de que nadie se endurezca,
vencido por el pecado.
Porque hemos llegado a ser partícipes de Cristo”.
Amén.