Vacacionar en uno mismo

viernes, 4 de enero de
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A veces solemos, frente a la inflexible marcha de la rutina cotidiana, ver al tiempo de vacaciones como una instancia donde nos liberamos de todos nuestros quehaceres diarios, para solo abocarnos al relax y al ocio, del mismo modo que un niño tira su mochila sobre la cama una vez que regresa de la escuela. Y si bien es aquí el momento donde descansamos de los duros trotes que el día a día acumula bajo las plantas de nuestro pies, cuántas fueron las veces que, al cerrar los ojos y calmar nuestras voces internas, caímos en la noción de que Él nos observa, de que es Él quien nos regala esta oportunidad única para que, separados de cualquier compromiso que toque a nuestra puerta, nos dejemos atrapar por su propuesta, logremos discernir dentro del silencio el mensaje que quiere confiarnos.

Nuestro Padre no deja ni un segundo de buscarnos, Él no se rinde en su promesa de alcanzar nuestro corazón, de entrar ahí y barrer todos sus rincones, de amoblarlo con esperanza y paciencia, de pintar sus paredes con amor y humildad, y de abrir puertas y ventanas, para que la fe ingrese a nuestro corazón como la luz del amanecer y el viento de verano. Es que cuando permitimos que Jesús circule dentro de nuestro corazón sin ningún tipo de obstáculo, es allí cuando de verdad entramos en un lapso de vacaciones. No necesitamos viajar a ningún destino para hallar paz, porque la paz añora dentro de nosotros, junto con Él en nosotros. No necesitamos llenar ninguna maleta, cualquier sentimiento de vacío se nos es ajeno, pues es Jesús quien habita en nosotros, y llena cualquier brecha que exista en el alma.

Ya pues, no existe mejor lugar para vacacionar que en uno mismo cuando acepta a Cristo en toda su Gracia, cuando asentimos a su abrazo y cedemos a ser modelados por sus manos, dejándose llevar por su palabra, por su pasión, abandonándonos a su infinito amor, donde todo es cálido, donde nada falta, donde podemos soltarnos a descansar con una sonrisa sobre los suaves pastos verdes que Él nos procuró. En fin, feliz aquel que vive en Dios y Dios en él en todo momento, porque no cuenta días para entrar en vacaciones, más bien su vida entera son vacaciones.

Federico Molina