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La alabanza, la reverencia y el servicio a Dios
miércoles, 9 de mayo de 2007
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo movido por el Espíritu Santo y dijo: Te alabo Padre Señor del cielo y de la tierra por haber ocultado éstas cosas a los sabios, a los prudentes y por haberlas revelado a los pequeños. Si Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre y nadie sabe quien es el Hijo sino el Padre y nadie sabe quien es el Padre sino el Hijo o aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Mateo 11, 25 – 28
En el comienzo de los ejercicios de mes de San Ignacio, Ignacio pone lo que llama principio y fundamento que expresa la razón por el cual el hombre ha sido creado, el motivo por el cual el hombre ha sido invitado a compartir la vida en el amor de Dios. Ignacio dice que el hombre ha sido llamado, ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y que por tanto ha de valerse de las cosas creadas por El según y conforme vayan a la consecución de éste fin.
Es decir del hecho de poder alabar, hacer reverencia y servir.
Vamos a ir en éste sentido descubriendo a la luz de la Palabra que acabamos de compartir en que consiste esto de alabar, hacer reverencia y servir. El camino discipular, el camino del seguimiento de Jesús va a estar marcado por éstas actitudes interiores que nos dan perspectivas de largo alcance, que no son para hacer algún retoque en la vida o algún ajuste sino que están como en el corazón mismo de la razón de ser hombre, ser mujer a la luz de lo que Dios propone como camino según lo entiende el maestro de la vida interior que es Ignacio de Loyola.
Que quiere decir alabar a Dios? La Biblia habla con mucha frecuencia de la alabanza y a la vez de la acción de gracias en un mismo movimiento del hombre hacia Dios. Los Hebreos no tenían en realidad una palabra específica para designar una y otra. Alabar, bendecir y amar eran sinónimos en una misma expresión.
Sin embargo en la medida que ambas palabras alabar y dar gracias no son sinónimos en si mismas, si podría decirse que la alabanza se dirige sobre todo a la persona de Dios y la gratitud se manifiesta en relación a los dones que Dios da. En algún sentido la alabanza es más perfecta en la expresión humana de vínculo con Dios que la acción de gracias porque en la alabanza se expresa más el vínculo personal con Dios, cuanto más que el reconocimiento de la persona de Dios en relación a los hombres.
En realidad en cierto modo la alabanza es un proceso vincular con el Señor llegado por la acción de alabar. Porque la persona cuando alaba queda solo como prendida en Dios. Es propio del que contempla la alabanza porque en la contemplación la persona queda sencillamente estática, sin palabras, solo con la persona de Dios en algún aspecto de su persona o en la sola presencia de El como allí detenido sin poder avanzar porque solo saber que El está conmigo y yo estoy con El resulta suficiente para permanecer largo tiempo allí en su presencia.
Mientras que en la acción de gracias la persona va como una y otra vez reconociendo las bondades , las cercanías, los dones, los caminos que Dios abre para la vida y no tiene más que desde su pequeñes desde su sencillo reconocimiento de su fragilidad tendemos a Dios a decirle gracias porque si no estuvieras en esto o aquello mi vida sería poca cosa o sería nada desde el don de la vida, el don de la familia, el don del trabajo, los amigos, la comunidad, el don de la vida sacramental, la maravilla de poder contar todos los días con su Palabra y reconocer que El camina con nosotros. Gracias en la prueba que tanto enseña, las dificultades, gracias también por los momentos duros que nos hacen crecer y por los momentos lindos donde con El podemos descansar.
Gracias una y otra vez. Una de las maneras de alabar a Dios, ya no agradecerle a Dios sino alabarlo es en el canto, como una manifestación exterior con el Aleluya q aclamamos en el comienzo de algunos salmos o antes de recibir la Palabra o también lo podes hacer cuando atravesás un mal momento y vos sentís que nada te ayuda para poder salir adelante, es bueno cantar aleluya, aleluya, aquello que nos hace hacerle la contra al mal espíritu que nos entristece, nos agobia, nos anula, nos oprime .
Si uno canta el aleluya bendice y alaba a Dios y permite desde ese mismo lugar como ir encontrando como que todos los músculos del rostro apuntan a ir hacia arriba, con la sonrisa va el alma, el corazón recuperando el brío, la fuerza, el deseo, las ganas de afrontar en Dios y con alegría las dificultades que tienen verdaderamente razones para acercarnos la desazón, la tristeza. el agobio.
Son malos consejeros estos espíritus de presión por decirlo de alguna manera. Como salir de allí sino, verdaderamente cantando, verdaderamente diciendo aleluya. Es que no lo siento. Es que lo vas a poder sentir cuando te ubiqués haciéndole la contra a ese otro sentimiento interior que busca desgobernar tu vida, hacer que pierda horizonte, cauce, camino. Un amigo mío, un cura con el que he compartido muchos momentos, que yo se cuando está pasando por un mal momento porque silba.
El silbido que lo acompaña empieza con un tono melancólico de esas canciones que traen al espíritu de lo que fue o de lo que podría haber sido pero de repente empieza a tomar como otra tonalidad y empieza a hacerse una cosa alegre y verdaderamente tiene tan buen humor y tan buena disposición en su silbido que uno se da cuenta que el silbido es un instrumento de lucha para todas las cosas duras que le ha tocado pasar en la vida. El silbido es un arma de lo que el se vale para salir de lo que lo agobia, lo entristece y no le hace ni le permite vivir contento. Silbar es una forma de decir aleluya, en la vida, cantar, como hacen los pájaros, como gime la creación hasta que nos ve a nosotros manifestado como hijos de Dios saliendo del dolor o sufrimiento en sus diversas formas. El aleluya, el canto, el silbido, la buena música en los momentos duros y difíciles es una manera de ubicarnos en ésta dimensión de alabanza frente a los momentos en que nosotros no tenemos razón para que nos muevan espontáneamente ha hacerlo.
La razón de ser del hombre dice Ignacio de Loyola consiste en esto: alabar, bendecir, hacer reverencia a Dios. Y que fácil es alabar desde los lugares en el corazón donde está puesto todo en su lugar. Sin embargo se puede alabar también desde los lugares donde no todo está en su lugar porque Dios sigue estando.
El si está, El si permanece y en realidad la alabanza está orientada hacia Dios por ser Dios lo cual hace que nos podamos desprender de las circunstancias que muestran como y de que manera Dios está. Lo compartíamos ayer siguiendo las enseñanzas del peregrino Loyola Ignacio Dios corrige a veces en la prueba y en el consuelo. Para nosotros el consuelo y la prueba desde la alabanza nos hace ubicar desde otra dimensión No aprehendidos a como viene la mano sino a Dios que es el que marca el rumbo, el camino.
Bendecido, alabado, desde la prueba. Como dice Teresita de Jesús, hablando de la oración, es una mirada puesta en Dios. No hay mejor oración que la alabanza, no hay mejor actitud que ésta mirada puesta en Dios.
Dice Ignacio que además de alabar hay que hacer reverencia. Tal vez la expresión esté muy vinculada al modo de relacionarse en el tiempo de Ignacio y en el ambiente cortesano. Este hacer reverencia es un gesto externo de respeto que se merece una persona importante, un rey, un príncipe. Nosotros podríamos como salvando las distancias del tiempo, redescubrir éste hacer reverencia como un saber aplacar nuestro ego para ponernos del lado de Dios como que El tiene algo importante que compartirnos.
Solo así podemos participar de su revelación. Jesús lo dice claro en la Palabra que hemos compartido:
Yo te bendigo y te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra porque éstas cosas se la has revelado a los pequeños.
Es la actitud que Ignacio pide en los ejercicios parta estar cerca de Dios. Es como una actitud como de reconocimiento del propio lugar a la luz de quien es Dios. No achicarse como hace la lechuga en el freezer.
Cuando la lechuga recibe mucho frío se acurruca, pierde su vitalidad, su fuerza. Cuando yo me he encontrado chiquito, pequeño frente a la Cordillera o frente al mar o cuando me ha tocado ir en avión frente al mar, la grandeza que se siente por debajo, que impresionante la dimensión del mundo o cuando me ha tocado a la noche ver estrellas, pasando horas de la noche en un lugar viendo estrellas en el campo donde las estrellas tienen brillo y por la oscuridad del lugar tienen toda su dimensión.
Ese tipo de empequeñecimiento ante la grandeza, no ante la impresión. Ese tipo de ubicación es la que nos pide Dios para que podamos verdaderamente recibirlo y descubrir quienes somos.
En el Antiguo Testamento y en el Nuevo se define como actitud de adoración a Dios por el solo hecho de que El lo es.
Ahí se reconoce la gracia de la Revelación. Es la actitud de los Magos que llegan desde Oriente. La estrella guía hasta el lugar donde está el Hijo de Dios. Es interesante descubrir en los Magos que llegan desde Oriente que tienen una actitud riesgosa frente a Dios, humana, pero que es propia de los sabios. Porque ellos no son los sabios dice Jesús.
Se la ocultaste a los sabios según los hombres, se las revelaste a los pequeños que se hicieron sabios porque reconocieron su pequeñez. En esto de la reverencia no es importante la actitud interior como la exterior. A veces hay celebraciones culturales nuestras, en nuestra religión católica y también en otras religiones donde hay muchos gestos de reverencia. El gesto puede ayudar al corazón.
Entonces se da lo que dice Jesús:
éste pueblo está lleno de actitudes, de palabras, pero éste corazón del pueblo está lejos de Dios.
Por eso vale más la actitud interior de reverencia que solo se la puede tener en la medida que uno está en la presencia porque es lo que Ignacio dice, lo compartíamos la semana pasada, de las actitudes para la oración que el habla la primera que debe tener la persona que se acerca a Dios es encontrarse con la mirada de Dios. Es la mirada de Dios la que me da éste lugar. Loa mirada amorosa, la mirada del Todopoderoso, la del Dios que me ama, la del Dios misericordioso, la mirada del Dios que corrige y corrigiendo educa y educando orienta.
En ésta mirada de Dios nosotros vamos como aprendiendo a ubicarnos en el lugar que nos toca. Ignacio en el diario espiritual suyo habla de acatamiento y reverencia y también de humildad, reverencia y acatamiento. Aquí se dan como dos cosas. Uno un acatamiento amoroso y el otro un poco temeroso. Es relacionarse con Dios por el temor o relacionarse con Dios por el amor. Es mejor lo segundo aunque a veces solo podemos con lo primero.
Que sería relacionarse con Dios por el amor? Que yo vivo en función de Dios y mi vínculo con El determina el amor que Dios tiene y la respuesta de amor que yo le doy. Por el temor sería me relaciono con Dios porque sino me relaciono con Dios no me va ir bien. A veces solo da para que me relacione con Dios porque se que si no me relaciono con Dios no me va ir bien. Hasta que no tenga la otra solo puedo valerme de ésta que en términos penitenciales sería el vínculo con Dios por atrición, nos enseña la Teología antigua.
El corazón atrito es el que se vincula con Dios porque tiene miedo de perder los dones de Dios mi entras que el corazón atrito se vincula por amor con Dios y en todo caso se duele de la ofensa hecha a Dios porque se aparto de El, de su amistad, mientras que el corazón atrito se duele de la ofensa hecha a Dios por los dones que pierde al desvincularse de Dios.
En la alabanza y reverencia Ignacio pone como actitud interior que debe estar presente en el corazón del discípulo para orientar su vida para el fin que Dios lo creó debe ser el servicio.
El servicio es la tercera expresión y es típica de Ignacio cuando se define su mística, se la llama mística de servicio o contemplación en la acción o acción contemplativa. Incluye las dos anteriores y las vuelca en la acción. El amor dice Ignacio en los ejercicios se ha de poner más en las obras que en las palabras o gestos externos.
Es en lo concreto donde se juega la vida. Es de discernimiento esto.
Por el fruto se conoce el árbol.
Es en lo concreto, en lo de todos los días donde se descubre verdaderamente el valor de la obra. De las tres expresiones: alabar, hacer reverencia, servir, ésta última es para cualquier momento de la vida porque se sirve alabando en el culto y se sirve reverenciando al Señor pero no siempre se puede alabar y hacer reverencia porque éstas dos actitudes suponen cierta soledad interior y exterior. En cambio siempre se puede servir al Señor haciendo en todo su voluntad. El servicio como tal debe estar sostenido por ésta actitud de alabanza y de reverencia. No se trata de cualquier tipo de servicio. No es el servicio del que habla Jesús del esclavo, aunque el servicio tenga mucho de esto, de ponerse a los pies de los otros. Es la actitud de servicio cuanto dignifica porque está hecho en función de los demás pero en la presencia de Dios que nos ha puesto en nuestro lugar, que nos invita a compartir con El la gracia de donación a los otros.
El servicio deja de ser un servicio esclavizante y es un servicio dignificante cuando la persona que sirve, sirve desde un corazón verdaderamente puesto en Dios. Jesús claramente a esto lo distingue en relación a sus discípulos, les dice
ustedes ya no son solo esclavos, servidores, son mis amigos
si hacen lo que yo digo, y lo que yo les digo es que se amen unos a otros
. El amor de unos a otros no es de cualquier modo, es al modo como yo los he amado dice Jesús luego el servicio tiene que tener ésta fuente de amor en Dios y en los hermanos. Este estilo de servicio nace de las dos actitudes primeras a las que invita el principio y fundamento según Ignacio, en el corazón mismo de su invitación. Es decir nacen del alabar y reverenciar a Dios. De éstos nace ésta actitud de servicio al estilo que Ignacio la propone. Estas tres expresiones: alabanza, reverencia y servicio aparecen en el Principio y fundamento y una o dos de ellas en otras ocasiones en los ejercicios ignacianos.
Por ejemplo en la tercera edición en la que se habla de hacer una reverencia o humillación. Por ejemplo cuando uno va a orar es bueno entrar en oración con una actitud interior de saber que empezamos a conversar con un alguien que es grande, que nos ama, que nos recibe, que nos espera, que nos entiende, que nos expresa. Es Dios que está adelante mío, que me subyuga el alma, le da grandeza a mi corazón cuando está oprimido, lo aplaca cuando está embravecido, lo sostiene cuando está frágil, lo alienta en medio de la tribulación, lo corrige cuando se ha equivocado. Es Dios que está adelante mío. Que bueno que es entrar en oración con ésta conciencia.
Fíjese con quien va a hablar cuando vaya a la oración decía en castellano antiguo Teresa de Jesús es decir quien es Dios y quien sos vos. Quien con quien están conversando. Porque sino es como la expresión que tiene Maradona “ el barba” tiene un costado lindo de cercanía, de confianza y tiene como un costado de no terminar de darse cuenta quien es el barba, es nuestro Jesús, cae en la cuenta que es nuestro Dios, el barba es Dios. En ésta pluralidad en un mismo sentido donde se ensancha el corazón cuando decimos está cerca y es Dios. Ahí solo el silencio es el que puede terminar de dar cuenta de lo que está pasando. La palabrería, la expresión, sino va acompañada de éste silencio pierde dimensiones de lo que se está diciendo.
Padre Javier Soteras
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