14/10/2021 – El seis de enero los cristianos de todo el mundo celebran la solemnidad de la Epifanía. Muchas veces se reduce el sentido profundo de esta fiesta, porque se la limita a los “reyes magos”. Pero en realidad la Epifanía es mucho, mucho más. Esta palabra significa “manifestación”, y en este caso indica la manifestación de Jesús. Es decir, que Jesús se dejó encontrar, se mostró, se hizo ver.
Lo que se celebra es que él se acercó a nuestras vidas para que lo conozcamos, para que seamos amigos, para que nos encontremos cara a cara con él. Él podría haber nacido en Belén y podrá haber muerto en la cruz por la salvación del mundo sin que se lo conociera. Podría haber sido olvidado como tantos crucificados de la historia. Él podría haberme salvado sin que yo lo reconociera, y de hecho hay gente buena que no lo conoce, en países que no son cristianos, y a esos corazones también llega secretamente la salvación de Dios. Pero a mí que lo conocí, también ha querido revelarme su hermosura, ha querido regalarme su amistad, ha querido manifestarse a mi vida y me ofrece un trato íntimo y personal. Quiero celebrarlo. Así como los esposos o los amigos pueden celebrar el día que se conocieron, los cristianos cada uno de nosotros tiene que celebrar que Jesucristo se manifestó, se dio a conocer, le regaló su luz. Tengo que celebrar que Jesús es mi amigo, que pude encontrarlo y conocerlo porque él de dejó encontrar por mí.
En la fiesta de la Epifanía aparecen tres magos que se abren al encuentro con Jesús y acercan su homenaje al Mesías. Por eso en ellos está representado cada creyente, de todos los pueblos de la tierra, cada persona que conoció a Jesús y abrió su vida a esa luz salvadora.
Cuando el Evangelio dice que los magos “se llenaron de inmenso gozo” (Mt 2, 10), nos invita a vivir con alegría nuestro encuentro con Jesús, a festejar con gratitud que Jesús nos ha convocado a la fiesta de su amistad y se ha dejado encontrar. Los magos “postrándose le adoraron, abrieron luego sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra” (Mt 2, 11). Con su actitud los magos nos invitan a ofrendar algo a Jesús, algo que salga generosamente del corazón, porque los seres humanos también estamos hechos para dar, para compartir, y no somos felices si no aprendemos a ofrendar libremente nuestra propia vida.
¿Cuál es el oro que yo puedo ofrecer a Jesús, mi amigo? ¿Cuál es el incienso que yo elevo a Cristo como ofrenda de amor? ¿Cuál es la mirra que yo uso para derramar perfume frente a mi Señor?
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