Padre, ¿quién eres?

miércoles, 6 de abril de 2011
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Si hay algo hermoso, es contemplar el vínculo que establece Jesús en la oración con su Padre. Contemplando las características de este vínculo y lo que Jesús nos recomienda cuando nos recomienda ‘hablarle al Padre’, es que vamos a tratar de describir cómo puede ser nuestra oración a ese Padre-Madre. Intentaremos descubrir a Aquel que es nuestro Padre

 

            Hablando de cómo nos representamos al padre y cómo nos representamos a la madre en esta cultura, Freud dice “el padre es la ley, la madre la ternura”. El padre es la firmeza, la exigencia, la madre es el amor primario, la ternura, uno es amor condicionado, otro incondicional. En el trasfondo de nuestros sentimientos y emociones tenemos incorporadas así estas figuras, aún cuando hayamos tenido un papá bondadoso, tierno, cariñoso y una mamá exigente y autoritaria. En general, la cultura cuando habla de ‘padre’ evoca unos sentimientos, imagina unas características que no son las propias del Padre en la parábola del hijo pródigo. Es que ese Padre tiene entrañas de madre. Ese Padre responde mas bien a lo que nosotros culturalmente asignamos a lo materno.

            Es que justamente el rostro que Jesús traduce del Padre, se corresponde más bien a la madre. Es decir. Al hablar de Dios como ‘Abba’, al describir su comportamiento, al relatar las parábolas, al transmitir el entrañable amor que lo unía a su Padre, estaba más bien describiendo un tipo de amor que es el que nosotros asociamos al amor materno.

            En este momento, importa –y mucho- esta expresión de Francisco de Asís, que después de una experiencia mística, de un estar ‘cara a cara con Dios’, dice “Dios, más que Padre, es madre”.

            Muchas personas tienen dificultad para vivenciar el amor del padre justamente porque han tenido padres muy autoritarios, o muy ausente, o indiferentes, o eficientes en lo funcional pero carentes de todo tipo de cariño, ternura, abrazo, cuidado, protección. Todos esos vacíos, todas esas carencias, le hacen difícil experimentar cuando le anunciamos el amor del Padre tal como Jesús vino a anunciarlo, o cuando le decimos “sos un hijo a quien Dios ama con afecto de predilección”. No hay resonancia en la vida de muchas personas tras la palabra Padre, ni emocional ni histórica, esto es: no hay hechos que avalen la posibilidad de imaginar ese amor del Abba. En cambio es mas frecuente que sí los haya respecto de la madre, la que te abraza cuando estás triste, la que te cuida cuando estás enfermo, la que te prepara la leche, que disfruta con tus alegrías. Por eso para muchos al escuchar hablar de padre evocan la figura de la madre.

            Y está muy bien que así sea, porque Dios es Padre y Madre. En ese marco, me gustaría describir la oración de Jesús al Abba, la enorme novedad absoluta que Jesús introduce en la historia de las religiones al llamar a Dios “Abba”, que significa “papito”, la forma en que los niños pequeñitos llamaban a su papá. Como Dios era ‘el innombrable’, algo más allá del acceso de lo humano. Poseer el nombre era algo así como poseer la posibilidad de manipularlo. De llamarlo “Yahvé”, que no es más que una especie de sigla, Jesús pasa a llamarlo Padre.

            Si hay algo hermoso, es contemplar el vínculo que establece Jesús en la oración con su Padre. Contemplando las características de este vínculo y lo que Jesús nos recomienda cuando nos recomienda ‘hablarle al Padre’, es que vamos a tratar de describir cómo puede ser nuestra oración a ese Padre-Madre.

 

¡Qué difícil es el caminar,
si hasta mis sombra se hace pesada de cargar!
¿Dónde están los que hace un tiempo atrás,
a mi lado se jactaban la fidelidad?
 
Pero he aqué que estoy, de regreso hoy,
hacia aquél que me ama y desde siempre
me esperó.
 
Abandonado caeré,
entre tus brazos lo haré,
calor de hogar me darás,
mientras te escucho Papá.
 
Abandonado estaré,
no existe otro lugar,
más bello para quedar,
que en los brazos de mi Papá.
 
Dolorosa y triste situación,
de aquél que se creyó tan fuerte y sucumbió.
Llevo en mi mochila la traición
y una lista grande donde expliqué mi acción.
 
Pero una vez más, me sorprenderás,
cerrarás mis labios y a mi encuentro
te saldrás. Pablo martinez
 
            En Mt 6, Jesús nos dice: “cuando oren, no sean como los hipócritas a los que les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que ya han recibido su recompensa. Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu padre que está en lo secreto, y el Padre que ve en lo secreto, te premiará”

            Hoy no está de moda rezar para que la gente nos vea, porque la manifestación religiosa pública no es precisamente lo que mas recompensa nos trae ni mucho menos. Estamos viviendo en la post-modernidad tiempos donde la expresión religiosa no es un símbolo de prestigio.

            En esto de ‘las sinagogas’, ‘las esquinas’, ‘estar de pie’, ‘aspirar a que la gente nos vea’ hay algo profundo de desentrañar . Se podría resumir en una exterioridad. Lo que Jesús está queriendo decir es ‘descartemos la exterioridad en la oración con este Padre-madre’.

Y lo que hay que acentuar acá es el tema de ‘la recompensa’. Para entender la dinámica que nos quiere introducir Jesús en nuestra oración, la dinámica interna del alma, la atmósfera, el clima, el lugar del corazón a donde Jesús nos quiere llevar, hay que correr la recompensa. Hay una recompensa-bastante aguada- que viene del hacer lo que se debe hacer, del cumplimiento, del intercambio, de la equidad en el intercambio: yo le doy, Dios me da, yo hago, alguien me paga. Es un premio que se merece, es un salario. Y Jesús claramente nos está indicando que para entrar en el corazón del padre y que el Padre entre en nuestro corazón, hay que descartar la recompensa. “El Padre sabe lo que ustedes necesitan”. Ahí viene la ‘puerta estrecha’, el ingreso al Reino al que El nos quiere conducir, y eso no se da en la exterioridad sino en la intimidad, a puertas cerradas: puertas que tienen que ver con el plan de la existencia y de la vida donde se lucra, se intercambia, se negocia, donde se hacen esfuerzos, se trabaja, donde se conquista, se reclama, se ambiciona, donde se lucha por los derechos. Todo eso está muy bien. Eso se debe recibir. Y Jesús dice respecto de eso “te lo aseguro”. Pero si realmente quieres disfrutar del gozo de tu vínculo con Dios, “cierra las puertas y ora en lo secreto, y Dios te premiará”. Pero ese premio, no es recompensa. Es gratuidad, don, regalo, desborde, fiesta, sorpresa, novedad, es lo no esperado, lo no mensurable, lo inimaginable. Es el plus que da lo divino. Para esto, Jesús exige una oración de sinceridad.

La oración no puede dejarse desviar hacia una búsqueda egoísta de uno mismo, ni uno mismo ni tampoco de los bienes de Dios. Tiene que surgir del amor. De un amor que busca únicamente a Dios, y no ‘las cosas’ de Dios. Y para escapar de ese egoísmo, de ese egocentrismo, de esa superficialidad, es suficiente ponerse en su presencia. La habitación, que es el lugar del descanso y la intimidad, es el lugar de la mirada de Dios. Es el lugar donde el rostro de Dios penetra hasta lo más secreto de nosotros mismos. Es la posibilidad de cerrar una puerta: la de nuestro ego, y abrir la puerta a nuestra más íntima intimidad. El Padre ve en lo secreto. No se le escapa nada de las disposiciones personales con las que vamos a El. Nada podemos hacer para ocultar las turbias aguas de nuestro corazón así como también todos nuestros deseos, anhelos, dolores, heridas. El Padre lo mira todo con su simpatía y con su estima, con su gran benevolencia. En lo secreto es donde Dios da a cada uno ese premio que estamos necesitando para vivir, esa agua viva que no se agota. Puede dar a veces la impresión de que la retribución está ausente, pero no falla. Aún cuando no se sienta el beneficio inmediatamente, los ojos de la fe ven ese premio que ese Padre nos da.

Jesús buscaba en las noches esa relación con el Padre en sus momentos de oración. Buscaba los lugares desiertos para orar. El también necesitaba cerrar puertas al bullicio, la ansiedad, esa angustia y los enormes desafíos que su misión acarreaba, las incomprensiones, las dudas. Después de 40 días de contemplar al Padre en el desierto, tuvo muchas ocasiones de elegir lugares de soledad para entrar en esa sinceridad con el Padre.

Esta recomendación de retirarse a la habitación y cerrar la puerta para orar, no debe entenderse en un sentido literal –aunque por ahí debe empezar-. El objetivo es encontrarse en la sinceridad del corazón, la sinceridad de lo que estamos viviendo, y llevar toda la carga de nuestra vida ante la mirada de ese Dios que quiere consolarnos.

 

El Maestro también es sincero con el Padre, y hay momentos en que esa sinceridad tiene un dramatismo sobre el que debemos enmudecer. Es el momento en el que Jesús grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Es una expresión escandalosa viniendo de quien creemos es Dios, el Dios hecho hombre. Eso es lo que todos preguntamos en el momento de la prueba. Nos brota de las mismas entrañas. Es lo que grita una madre cuando pierde a su hijo: ¿por qué?, lo que grita un hombre cuando padece la impotencia, cuando ve avanzar la necedad, cuando ve el triunfo de los injustos, cuando ve masacres, cuando ve expandirse la violencia, el hambre, ¿por qué? Esta pregunta no tiene respuesta. Intentos: miles. Deliciosos, maravillosos. Sin embargo, a la hora del dolor, la pregunta emerge casi sin esperanza de encontrar respuesta. Respuesta al por qué, lo cual no significa que no haya una respuesta presencial, y también la da Jesús. Jesús, en un momento dado, se siente abandonado por el Padre. Se lo dice. Podemos hacer un montón de conjeturas acerca de lo que habrá sentido Jesús en ese momento de su pasión. No se conoce la respuesta del Padre a esa pregunta de ¡por qué me has abandonado?, pero se conoce la respuesta de Jesús. Porque el segundo grito que se narra en los Evangelios es “Padre: en tus manos encomiendo mi alma”. Pone totalmente su confianza en Aquel que lo había conducido por un camino tan doloroso. Con el abandono más completo de su ser y de su vida. Es una instancia suprema en la vida de la fe. Se sumerge en la confianza fundamentalmente filial. Se sumerge en su amor, se abre ante El. Y abriendo con sinceridad esta pregunta a la hora del dolor, abre la puerta a la presencia de Dios en esa misma pregunta que todos hacemos en los momentos de dolor.

 

Jesús recomendó siempre a sus discípulos alejarse de la mentalidad más antigua que regía la imagen de Dios que propiciaba mas bien poner el acento en el temor de Dios. El subraya la posibilidad de poner el acento en la confianza en El. Y sabe muy bien que es difícil confiar en quien se teme. Lamentablemente todavía hoy muchas personas experimentan en el momento de la entrega, un miedo. El Padre no quiere infundirnos temor, porque estos sentimientos nos mantienen más bien alejados de El. Lo que el Padre desea, según la misma enseñanza de Jesús, es ‘atraer’ a todos los hijos hacia sí evitando todo lo que pudiera retraerlos o provocar en ellos cierta desconfianza. La puerta no es preguntar por qué. La puerta es entregarse serenos hasta donde podamos, en la confianza del amor de Dios. Y en los momentos más difíciles, resulta particularmente necesaria la confianza. Cuanto más difícil el momento, más absoluta debe ser la confianza. Este es el drama que debemos librar en nuestra intimidad. Porque nosotros tendemos a retraernos en el dolor, instintiva y naturalmente, tenemos esos mecanismos de defensa: retracción, encierro, parálisis, huída. Y este es el mayor peligro en el que incluso los discípulos cayeron cuando vino el momento de la prueba: la huída y el encierro y la parálisis. Y Jesús nos quiere dejar la enseñanza de que aún esto está contemplado por el amor del Padre y que de esto también se puede volver, como volvió Pedro, como volvieron todos, como volvió El. En la fuerza del Espíritu Santo. Quienes se sentían capaces de enfrentar valientemente a sus adversarios para preservar la vida del Maestro, cuando la prueba toca las entrañas del corazón,  perdieron la confianza. Jesús pidió ayuda para sostener esta confianza. Y con eso quiso decirnos que no se puede sostener esta confianza con nuestras solas fuerzas. Son necesarias las fuerzas de los otros. “Velen y oren para que puedan hacer frente en la prueba, porque el espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil”. Nuestra carne se cierra, se contrae, se duerme, se angustia, se encierra, o huye. El espíritu es aquel que está dispuesto y necesita de la comunidad para mantener esta apertura. Comunidad que Jesús pide concretamente en el Huerto de Getsemaní. Comunidad que se mantiene y se sostiene cuando la Iglesia naciente se confirma en la presencia de María y de Juan y de las mujeres al pie de la cruz. Es el momento en que Jesús grita ABBA de una manera inolvidable, y muestra todo el empuje de su corazón para abrir las puertas para nosotros y para la humanidad en esa confianza puesta en Dios que intenta llevarnos a ese lugar donde encontramos el amor.

 

Hoy te quiero alabar señor Y no se no se como empezar

No encuentro palabras para ti, Oh! Papa

En mis ojos solo hay tristezas Y en mis labios solo amargura

Y en mi alma y en todo mi ser , soledad.

 

Ayúdame, Señor, tu que eres la luz de mi vida

El faro que me guía por esta obscuridad

Ayúdame Señor tu que sanas las heridas de mi alma

Y llenas mis vacíos colmándolos de amor

 

Te soltaste de mi mano querido hijo y cambiaste cambiaste de camino

Buscando otro destino te volviste a equivocar.

Cuantas veces me engañaste y a mis palabras cerrabas tus oídos

Y hoy vuelves a mi arrepentido Dispuesto a cambiar.

 

“ustedes han oído que se dijo a los antepasados ‘no matarás’ y el que mata será condenado por el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano será condenado por un tribunal, y todo aquel que lo insulta será castigado por el Sanedrín, y el que lo maldice será condenado a la gehena del fuego. Por tanto, si al presentar la ofrenda ante el altar te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda en el altar y ve a reconciliarte con tu hermano, y solo entonces puedes presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario mientras vas caminando con el, no sea que el adversario te entregue al juez y el juez al guardia y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo” Mt 5,1

Este texto tiene un riesgo para los infantilismos religiosos, para los que toman el texto literalmente. Lo que podemos entender aquí es que este mismo Jesús que tanto ha intentado no presentar al Padre como un Juez condenatorio, como un castigador, utilizó aquí expresiones muy serias. Pero lo hizo para delatar esta natural tendencia a pensar que podemos amar a Dios con un amor diferente al que podemos amar a los hermanos.

En este texto hay un peligro en el que suelen incurrir la mayoría de las religiones y del que debemos desprendernos. Hay un solo amor, y con el mismo amor con el que amamos a los hermanos es el amor con que amamos a Dios. Dios no se distingue, no se jerarquiza, no se consuela con la ofrenda que le hacemos a El negando la ofrenda a nuestros semejantes.

Son pistas, señales, no equivalencias. Solo imágenes. “¿puede un Padre-madre sentirse feliz de que sus hijos lo/a veneren, respeten, idolatren, mientras entre ellos hay discordias, rivalidad, agresiones, insultos? ¿Acaso no estará partido el corazón de la madre, y para nada gratificado?

De la misma manera Dios nos quiere hacer ver en este texto que la oración está íntimamente ligada al amor fraterno. Y si bien El nos invita a entrar en el silencio de nuestra oración para que en lo secreto nos comuniquemos con El, de la misma manera nos dice “si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre Celestial.

Con el corazón limpio, sicerado, depositado en su confianza, evidentemente el amor circula de una manera especialmente eficaz, poderosa, operativa. La unión de varias voces ejerce una acción especial sobre el Padre, y suscita prontitud para escuchar esa petición. Cada uno que ora es ya acogido por el Padre y puede obtener aquello que le pide. Pero la unión fraternal añade una fuerza suplementaria en virtud de la importancia que el Padre nos enseña a través de Jesús , y que el Padre dedica a la caridad, al amor fraterno. Es tan importante y serio para El, que nos advierte con toda clase de amenazas que a El no le interesa solo que no matemos -literalmente hablando-. Hay muchas formas de matar, y El las ve: matamos con la injusticia, con la indiferencia, con la falta de respeto. Matamos apuntando allí donde al otro más le duele. Matamos pretendiendo tener la razón y teniendo la razón, matamos con argumentos, con silencios, con insensibilidades. Los millones de muertos de hambre en el mundo, no son asesinados por ningún puñal ni por balas que disparan ametralladoras. Son muertos por la indiferencia de los hombres, por los que miramos a otro costado. Nuestra indiferencia nos ha puesto un impermeable hacia esas estructuras de pecado hacia las cuales sentimos que no podemos hacer nada. Dios no se conforma con que no matemos. Quiere que evitemos la maledicencia (es decir, el ‘decir mal’) del otro, la murmuración, el chisme, la desmesura en nuestras críticas hacia el otro, el insulto. Por tanto, de nada nos sirve presentar nuestra ofrenda en el altar si tenemos una queja contra otro o si otro tiene una queja contra nosotros

 

Es importante ver aquí el lugar en El que pone el culto. En este texto el culto aparece secundando el trato y la alianza con nuestros hermanos. Primero está eso, después el culto.

            Llaman la atención las expresiones de Jesús en este texto. Gehena, tribunal, juez… Son hoy distintas, distantes y hasta contrarias de esa otra imagen que Jesús ha intentado modelar en nosotros sobre quién es el Padre ¿por qué este cambio tan radical en la imagen de Dios? ¿Por qué el Padre misericordioso de la parábola del hijo pródigo de pronto se convierte acá en un tribunal, en una gehena –imagen de sacrificios humanos-, en este ‘no saldrás de ahí hasta que hayas pagado el último centavo’. Quizá si hoy miramos a nuestro alrededor en nuestro mundo advertiremos el amor que hay detrás de estas palabras, la indoblegable firmeza de este Padre-Madre que mira al mundo con criterios muy claros.

En este momento el hambre es un ‘asesino serial’ –imagen lúcida que no es exagerada ni es mentira-. Porque además el hambre, la desnutrición, han perfeccionado de forma tan cruel, cobarde y silenciosa de matar por pura sustracción alimentaria y además a veces revestida de beneficencia, de limosna, de piedad, una apariencia que no es más que el revés de una brutal indiferencia. Esta forma acotada, miserable, indigna en la que hemos condenado a tantos seres humanos a no ganar el pan a pesar del sudor de su frente, es una construcción social y política, una jauría feroz de productores de miseria’. El hambre no es una carencia. Es el resultante de un exceso, de una pura voluntad de acumulación. Por eso Jesús utiliza textos tan duros y fuertes para decirnos ‘no se crean que pueden agradar a Dios o a quienes ustedes consideran instancias superiores en la vida, mientras esto siga así’. Tenemos que considerar y pensar que somos muchas veces simuladores de una piedad y no verdaderamente creyentes. No hay hambres ni hambrientos sin la presencia de una casta saqueadora, porque el hambre no es una impotencia de la naturaleza, no es que los alimentos no alcancen. Es que hemos construido estructuras saqueadoras, que roban, que matan. Los señores que ‘acumulan bienes sobre bienes’ nunca van a resolver el problema del hambre en el mundo, porque se necesita otra cosa distinta del dinero, se necesita compasión, amor al prójimo, se necesita un corazón de carne y no de piedra, se necesita desprendimiento, reconciliación. Hace mas de 2000 años Juan Bautista decía “el que tenga dos panes de uno al hambriento”, en otras palabras:  Que a nadie le sobre para que a nadie le falte.

            Galeano escribía: “sueño con un mundo que no estará en guerra contra los pobres sino contra la pobreza. Un mundo donde nadie morirá de hambre porque nadie morirá de indigestión.”

            La tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido de este Padre. Es su regalo y está destinado a todos sus hijos. Dios es padre de todos por igual, somos hermanos, y si somos hermanos debemos ser solidarios. Si vivimos privando a otros de lo que necesitan para vivir es que los hemos olvidado, es que los estamos matando. Es que nuestro gran pecado, aunque casi nunca lo confesamos, es no compartir. ¿quién nos enseña a compartir si solo sabemos comprar?¿quién nos va a librar de nuestra indiferencia ante los que mueren de hambre?, ¿hay algo que nos pueda hacer más humanos’ ¿se producirá algún día este milagro de solidaridad real entre todos en el cual Jesús pone todas sus alertas, y manda quizá las expresiones mas duras que El mismo siempre quiso evitar?

Participan los oyentes

-Yo ayudo pero creo que ayudo mal: doy y encuentro cosas tiradas, etc Quiero tratar de que n me falte, ero termino equivocándome igual

GL: ¿a qué le llamás equivocación?

Es que los demás me dicen ‘diste demás’ etc

GL:¿sos feliz haciendo eso?

–  Sí

GL: ¡ya está! ¡que digan lo que digan!

Lo que pasa es que también está mi marido

GL: con el marido hay que llegar a acuerdos, pero vos tenés que saber que no es equivocación. Es un modo de felicidad. Estás analizando las cosas desde la exterioridad, desde los resultados. Y las cosas más serias de la vida no se analizan desde los resultados sino desde los frutos. El fruto vuelca hacia afuera desde la savia, sale de nuestras ramas, de nuestras entrañas, y solo es visible con la mirada de la propia misión. No es contable desde afuera. El fruto para vos no es el fruto para el otro. El fruto es lo nutritivo, lo que te alimenta, lo que te hace feliz, lo que te plenifica. Al otro le puede molestar que ‘seas un peral’ si el otro ‘quiere naranjos’, pero no vas a poder ser otra cosa. Entrá en lo secreto de tu corazón y habla estas cosas con el Padre

VENGO DE UN MUNDO MARRON DE LA UNION DE LA LUNA Y EL SOL

YO VENGO DE UN SUEÑO ANCESTRAL DE UNA CHISPA DE UN SUEÑO DE AMOR

Madre Teresa decía que si cada uno se ocupara de su amigo, vecino o familiar, las Hermanas de la Caridad no harían falta.

Para que cada uno se ocupe de su amigo, vecino y familiar hay que cambiar las estructuras, es decir, modelos, sistemas, dinámicas por las cuales las sociedades se organizan, porque tal como estamos ni sabemos quién es nuestro vecino, ni tenemos tiempo de atender nuestro familiar, y a duras penas cuando nos juntamos con nuestros amigos es para reírnos un rato y tratar de quitarnos de encima todo el stress de tanta preocupación, corridas y amarguras. Este modo civilizatorio que hemos creado es inhumano. Nunca podremos sacar nada bueno de él.