30/03/2022 – En el ciclo “Terapéutica de las enfermedades espirituales”, el padre Juan Ignacio Liébana explicó el concepto de las pasiones o vicios espirituales, ahondando en la gula y la lujuria. “Providencialmente apareció en la Cuaresma esto de hablar de nuestros pecados, vicios y luchas contra el mal desde los Padres de la Iglesia. Ya hemos descripto cómo nos hemos enfermado a causa del pecado y hoy vemos las pasiones, que son los vicios o la raíz del pecado. Las pasiones son verdaderas icebergs del pecado y tenemos que reconocerlas para ver qué remedio aplicar a cada una de ellas. La reconciliación cura estas raíces y previene nuevas enfermedades espirituales. De ahí que es necesario recurrir en forma reiterada a este sacramento para vivir en la luz y en la gracia de Dios, que es lo natural al hombre”, propuso el sacerdote que desde hace año misiona en Santiago del Estero.
“Estas pasiones son ocho. El monje y asceta Evagrio Póntico da la clasificación siguiente: “Ocho son en total los pensamientos genéricos que comprenden todos los pensamientos: el primero es la gula (gastrimargía), después viene la lujuria (porneia), el tercero es la avaricia (filargyría) , la cuarta es la tristeza (lupe), la quinta la cólera (orgé), la sexta la acedia (akedía), la séptima la vanagloria (kenodoxía), el octavo el orgullo (‘yperefanía)». Este catálogo fijado por Evagrio ha llegado a ser tradicional en la ascética ortodoxa. Como fuente de esas ocho pasiones principales y de todos los otros vicios que se derivan de ellas, se encuentra la filautía (philautía) o amor egoísta de sí”. Entre las diferentes pasiones, son la vanagloria y el orgullo los que poseen en más alto grado la capacidad de hacer desaparecer otras pasiones, tomando su lugar. El orgullo tiene el poder de expulsar del alma todas las otras pasiones y ocupar todo su lugar, esto es porque es el principio de todas y las contiene de alguna manera sintéticamente a todas. El hombre orgulloso puede así aparecer como exento de todas las otras pasiones, fuera del orgullo. El orgullo, sin embargo, no puede ser reemplazado por ninguna otra pasión y subsiste en todo hombre que no haya sido liberado por Dios”, agregó Liébana.
“Para sanar al hombre de las enfermedades que constituyen las pasiones, para librarlo de la locura que engendran y aliviar los sufrimientos que provocan, así como para preservarlo, es indispensable primeramente, conocerlas bien. El primer punto del tratamiento es reconocer la causa de la enfermedad. La gula se puede definir como una búsqueda del placer de comer, o dicho de otra manera como el deseo de comer en vistas del placer, o también negativamente, en relación con la virtud cuya negación constituye, como la intemperancia de la boca y del vientre. Esta pasión toma dos formas principales: Puede recaer esencialmente sobre la calidad de los alimentos o puede también recaer principalmente sobre su cantidad. En los dos casos hay una búsqueda de un cierto tipo de placer corporal”, detalló.
“La pasión de la lujuria, en tanto, consiste en el uso patológico que el hombre hace de su sexualidad. Lo que ocurre con esta pasión es que se ignora la libertad del otro en la medida en que no tiene en vista sino la satisfacción de su propio deseo, el cual se le presenta a menudo como necesidad absoluta que ignora el deseo del otro. Resulta así que, bajo el efecto de la lujuria el hombre ve al prójimo como no es, y no como él es en realidad. Dicho de otro modo, adquiere una visión delirante de aquellos que su pasión le hace encontrar. En consecuencia, todas sus relaciones con ellos se encuentran completamente pervertidas. El hombre poseído por esta pasión experimenta entonces un sentimiento de frustración acompañado de ansiedad y a veces incluso de angustia. En la renovación del placer, bajo el efecto de su pasión, cree poder remediar este estado de sufrimiento”, dijo el padre Juani.
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