Quinto Domingo de Cuaresma

sábado, 2 de abril de
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“Los escribas y fariseos le traen a una mujer sorprendida en adulterio”, relata la Escritura. La traen, la exponen, explican su pecado, y preguntan al Maestro qué opina. ¿Qué responde Jesús?

 

En principio, nada.

Su primera respuesta es el silencio, mientras escribe en el suelo con su dedo. Los sabiondos le traen un problema y él, aparentemente desentendido, escribe en el suelo con su dedo. Qué no daríamos por saber qué estaba escribiendo (¿un mensaje, un dibujo, letras sueltas?); aunque quizás lo importante no es qué escribía sino el solo hecho de haberse puesto a garabatear algo en el suelo. Como si quisiera evitar involucrarse en el asunto que le presentaban, como si prefiriera dar a entender que su atención no estaba ahí. Como si en el fondo estuviera dándose tiempo para pensar de qué modo dejar en evidencia a aquellos fariseos.

Finalmente, sus únicas palabras fueron: “el que esté libre de pecado que le arroje la primera piedra”. Me lo imagino diciendo esto mientras seguía garabateando, como hacemos nosotros mientras hablamos por teléfono y llenamos el margen de una hoja cualquiera.

A los fariseos –sin dudas desilusionados, seguramente sorprendidos– no les quedó otra que alejarse, poco a poco, y dejar a aquella mujer, sin haberla castigado, y alejarse de Jesús, sin haber obtenido las palabras de condena que habían ido a buscar.

¿Cuántas veces nos presentan también a nosotros a la mujer pecadora? ¿Cuántas veces exponen como chismes las miserias ajenas? ¿Cuántas veces somos nosotros mismos los fariseos que juzgamos?

Señor, danos tu templanza para pensar antes de hablar; tu lucidez para identificar a nuestros fariseos.

Danos tus oídos, que escuchan a quien es señalado y no a quienes señalan.

Danos tu perdón, por las veces que hemos condenado, con la palabra y con el pensamiento.

Y danos tu corazón, rico en misericordia

CONSTANZA FILÓCOMO