La envidia

miércoles, 8 de junio de 2011
image_pdfimage_print
 La envidia es un pozo en el alma. No deja de ser una experiencia muy dolorosa para el envidioso (hemos hablado en algunas oportunidades de la tortura del envidiar), pero no lo es menos para el envidiado.

 En los salmos hay muchas alusiones a esta experiencia, varios momentos en que los salmistas hablan de lo que uno podría pensar en una persecución fruto de la envidia. Por ej: “Afilan la lengua como la serpiente, esconden en sus labios veneno de víbora. Cuídame Señor de las manos del malvado” Sal 140. “Muchos son los que me odian sin motivo, los que me devuelven mal por bien y me acusan cuando busco el bien. No me abandones, Señor” Sal 38. “Todo el día retuercen mis palabras” Sal 56. ¿quién no ha tenido la experiencia de que por envidia o por lo que fuera, las palabras de uno son retorcidas, son cambiadas. Aún cuando se respete la literalidad de la palabra, se la interpreta para cualquier lado. “Solo planean daño contra mí, se ocultan, siguen mis pasos”. El envidiado también habitualmente es una persona observada por el envidioso.

 Hay una experiencia dura en la vida que es justamente padecer las consecuencias de la envidia, y en este tiempo en que se ve mucha literatura en torno a la toxicidad en las relaciones, a la manipulación en las relaciones, a niveles tóxicos altos en los vínculos, me da la impresión de que esto ha aumentado como fenómeno, o está mas a la luz. O por lo menos, los estragos que genera la envidia son más nítidos, están más claros, más perceptibles.

 Creo que ha aumentado la envidia porque ha aumentado la soledad. Y al aumentar la soledad fruto de esta sociedad individualista, esta experiencia de vacío, de sin sentido, de no ser, de inseguridad, de insatisfacción a veces nos interpela de manera compulsiva a envidiar los lugares, los roles, el brillo, la luminosidad de una persona que es amada o que es admirada, o que tiene bienes de algún tipo, en los cuales yo he depositado la esperanza de ser: de ser tenido en cuenta, de ser valorado, de ser querido.

 Entonces, en el fondo, lo que se juega para el envidioso, es su propia baja autoestima, su propia experiencia de carencias de amor.

 Lamentablemente, la literatura de autoayuda actual, no enfoca del todo el problema del envidioso desde esta perspectiva. No envidia el que quiere sino el que puede. En ese sentido, la envidia tiene un sustrato. Tiene atrás una cruz, una herida, una carencia fuerte. Y habitualmente lo que percibo en la literatura de autoayuda es la mirada hacia el envidioso como la de alguien que en absoluta libertad elige el camino del daño. Varias veces he intentado plantear el tema de si existen las personas malas. Para algunos sí existen. Para otros no: lo que existen son personas heridas que se vuelven malas a consecuencia de un gran dolor o de una gran carencia, o de algo que sobró.

 Pero a veces cuando vemos el desempeño de algunas personas generalmente envidiosas o muy competitivas que caminan por la vida generando daño o dejando tras de si una estela de mucho dolor y sufrimiento, uno vuelve a recordar esas páginas en las que se trata de la toxicidad de estas personas como personas verdaderamente peligrosas, dañinas.

              Vamos a hablar sobre este daño que hace la envidia. Está tan metida en este momento, que mucha gente va a buscar en prácticas esotéricas o mágicas o parapsicológicas, desactivar el daño que la gente presume que se le ha hecho a raíz de la envidia. Está en la piel de todos en este momento, y es bueno conversar sobre ello.

 

En nuestra conducta, en nuestro modo de ser, capaz que encontramos motivos para que los demás o alguien en particular nos envidie. Me refiero a los motivos que podemos llegar a analizar y cambiar. Si alguien es envidiado por la belleza física, no es algo que deba ser cambiado para que no lo envidien, pero hay personas hermosas que han ido opacándose a lo largo de la vida porque prefirieron no lucir su belleza para no soportar las consecuencias de la envidia, es decir, para no quedarse solos. Lo mismo pasa con personas muy inteligentes o que se destacan por algún talento en especial, y se van dando cuenta de que se van quedando solos porque están en medio del ‘veneno de víboras’, perciben estar en una red donde continuamente le tienden trampas, como hacían con Jesús, en este caso por la enorme influencia que El ejercía en el alma de las personas.

 Motivos para que nos envidien puede haber siempre, porque en el intercambio de bienes espirituales, emocionales, intelectuales, físicos en la sociedad siempre va a haber alguien que puede llegar a desear lo que yo tengo, de la misma manera que puede haber alguien que tiene lo que yo deseo.

 Pero me estoy refiriendo a analizar motivos para las personas que nos envidian que pueden ser modificados. Por ejemplo: hablamos demasiado de nosotros mismos, o somos demasiado vanidosos, o demasiado indiferentes, o soberbios, y tal vez sin intención o sin darnos cuenta, las personas que nos envidian han quedado como atrapadas en esta especie de conducta que nosotros tenemos y que podemos revisar. Quizá haya algo en nuestra forma de ser que irrite a los demás y no nos damos cuenta, quizá nuestra manera de hablar o de mirar , o nuestros comentarios pueden ser molestos. Hay por ejemplo muchas personas egoístas que tienen suerte en lo económico, y son objeto de envidia (¿por qué esta persona tan mala tiene tantos bienes que no se merece?): suscita en los demás una sensación de injusticia y eso hace que a esta persona se la comience a mirar mal, a criticarla, a envidiarla.

 A la hora de descubrir que somos objeto de envidia de los demás, debemos estar atentos para darnos cuenta de qué es lo que incomoda de nosotros a los demás. Si no, podemos preguntárselo a los demás, incluso al que nos envidia, o pedirle a Dios que nos ilumine para descubrirlo. Al que nos envidia, es medio peligroso, porque justamente si alguien tiene una mirada distorsionada de nosotros por la envidia, puede que no sea muy lúcida ni muy objetiva su mirada. Pero también puede ser una pista para que nosotros también nos involucremos en la limpieza, en la purificación de este sentimiento, que a veces es muy destructor en la sociedad.

 Muchas veces, tratando de hablar con esas personas con dulzura, tratando de acercarnos a ellas, o incluso si son vínculos más fuertes, podemos hablar sobre esas cuestiones y podemos así llegar a entender mejor ese rencor o esa envidia de que somos objeto. Y hacer eso antes que ir a un brujo a una parapsicóloga para que desaten el daño, tenemos nosotros mismos, en nuestra propia introspección, en nuestra propia reflexión, en nuestra propia inteligencia y en la inteligencia de los demás, la posibilidad de desatar los nudos con nuestra voluntad. Pero también es cierto que a veces hemos sido discretos, no pretendemos parecer superiores a los demás, no hemos sido competitivos ni egoístas, y sin embargo nuestros logros molestan.

 

 Como aquella leyenda de la serpiente que perseguía a la luciérnaga para terminar con ella, porque no soportaba verla brillar, este es un pecado capital que los Padres de la iglesia llamaron “asedia”. Es la envidia ya no por bienes externos sino internos, que están en la identidad, en la esencia, en el perfume del otro. De ninguna manera la luciérnaga puede dejar de brillar. Y sencillamente porque brilla, suscita la feroz envidia de la serpiente que la quiere matar.

 

 No ya desde el que envidia sino del que es envidiado: hay personas que le tienen mucho miedo a esta experiencia, y dejan de brillar con tal de no ser envidiadas, porque el envidioso suele desplegar armas bastante dolorosas, duras. Hay envidiosos torpes, y los hay refinados, que tienen una habilidad especial para detectar el punto donde va a doler más el comentario o la herida, o la actitud… Cual sea la estrategia que el envidioso desarrolla para comerse el brillo del otro, tiene una atención especial. A veces la envidia, cuando está demasiado tiempo trabajando en el alma de las personas, desarrolla hasta una inteligencia, una estrategia para destruir. Porque el envidiado es su enemigo. La envidia es capaz de cegar tanto como la ira. Y quienes han percibido los efectos devastadores que puede tener la envidia (incluso inconscientemente), dejan de brillar. Es un acto de autodefensa o de comodidad muchas veces: las personas no son naturales con sus dones o con sus bienes –y no se trata de ser vanidoso ni nada de eso-, no lucen lo que tienen, mas bien lo esconden. Y hasta las buenas noticias a veces no se comentan, o se comentan sin el agregado de la alegría que me producen, porque hay miedo a la envidia del otro. Obviamente, no vas a contar plata en la mesa del pobre, porque sería ser un desubicado. Pero muchas veces nosotros vivimos situaciones como las de la luciérnaga, y nos preguntamos por qué nos pasa esto si no hicimos daño a nadie, si lo único que hicimos fue seguir nuestro camino lo mas generosamente posible, y nos vamos a encontrar con aquellos que no soportan vernos brillar. Y cuando esto nos pase, no tenemos que dejar de brillar, no tenemos que dejar de ser nosotros mismos, no tenemos que abandonar nuestro camino para corrernos de la influencia de la envidia, porque eso es justamente lo que se busca. Tenemos que seguir siendo lo mejor de nosotros mismos, sin olvidarnos de aquellas cosas en las que somos lo peor. Sin olvidarnos de nuestras sombras, hay que seguir brillando, porque nuestra misión en la vida es encender una luz. Desde el momento en que fuimos concebidos, fuimos llamados a encender una luz, aunque sea pequeña, como la de la luciérnaga.

 

El fin muy cerca está, lo afrontaré serenamente, ya ves, yo he sido así, te lo diré sinceramente
Viví la intensidad y no encontré jamás fronteras jugué sin descansar y a mi manera.
Jamás viví un amor que para mí fuera importante tomé solo la flor y lo mejor de cada instante
Viajé y disfruté, no se si más que otro cualquiera si bien, todo eso fue a mi manera.

Tal vez lloré, tal vez reí, tal vez gané o tal vez perdí
ahora sé que fuí feliz, que si lloré también amé y todo fue, puedo decir, a mi manera.

Quizás también dudé cuando mejor me divertía quizás yo desprecié aquello que no comprendía
hoy sé que infierno fuí y que afronté ser como era y así logré seguir, a mi manera.
Porque ya sabrás que el hombre al fin conocerás por su vivir
no hay porque hablar, ni que decir, ni recordar, ni hay que fingir
puedo llegar hasta el final, A MI MANERA