09/02/2023 – En este quinto viernes del tiempo durante el año, un tiempo en que se nos llama a la esperanza, en que seguimos viendo y contemplando los milagros de Jesús, estamos llamados también a ver más allá.
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Abrete”.Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamabany, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. San Marcos 7,31-37
Creo que la clave no es detenerse en los milagros de Jesús sino más bien en las actitudes que el Señor tiene, porque hoy vemos a un Jesús bien cercano, bien humano, un Jesús que no le escapa la realidad del sufrimiento de los que se acercan a él, de los que lo buscan. Por eso la palabra dice que le acercaron a un sordomudo. Ojalá vos también hoy puedas tomarte un tiempo para meditar la palabra, para agarrar la biblia, para sacarla de la repisa, para limpiarle el polvo y para quedarte con alguna frase, con algún propósito de acercarte más al Señor.
Qué bueno que es cuando alguien te recibe de corazón con cordialidad y apertura; esas personas que te toman enserio y que te dedican la atención cuando querés expresarte con transparencia. Es que nosotros como tantos, tenemos la necesidad de ser escuchados, atendidos; quizás, para recibir algún consejo, o simplemente alguien que se anime a compartir nuestros sentimientos y preocupaciones.Algo de eso pasa en este precioso Evangelio. Había un hombre con un gran problema para la comunicación: un sordomudo.
La sordera representa el no poder escuchar al otro; pero todos conocemos o sufrimos también sorderas espirituales, aquellas que muestran la incapacidad de hacer lugar a otra persona, de ser empáticos, de sentir con el otro. La mudez, es no tener posibilidad de hablar; pero puede implicar también, cuando la mudez es interior, la incapacidad de expresar lo que llevamos adentro. La incapacidad de hablar desde las entrañas.
Es curioso que siempre detrás de un milagro de Jesús uno pueda descubrirse, uno puede identificarse. Hoy somos sordomudos porque este hombre no tiene nombre y eso es para que vos y yo también nos podamos identificar. Hoy nos tenemos que meter en la piel de este hombre que le acercan al Señor. Fíjate que él no puede valerse por sí mismo y esto es un signo del aislamiento, de la marginación, de la exclusión. Está la buena de Dios y precisa de los demás. Por eso Jesús se conmueve, lo lleva aparte, suspira, sopla, casi como una nueva creación en su vida. Porque claro, somos muchos los que andamos como este sordomudo. No por una atrofia en el habla quizás o en los sentidos, en el oído, sino porque el corazón muchas veces no nos anda bien. El problema del sordomudo es que no puede ni recibir ni dar plenamente, no puede dar del todo, no puede darse ni puede recibir de los demás. Por eso es bueno pensar que quizás vos y yo podemos estar así, encerrados en nosotros mismos, sin contar nada de lo que nos pasa, sin escuchar a nadie, arrinconados en nuestras supuestas seguridades de las cuales no queremos salir. Por eso se hace necesario el encuentro con Jesús, un encuentro que nos tira abajo todo, que nos desinstale un poco, que nos lleve a un lugar aislado para después devolvernos al día a día. Un Jesús que nos diga con dulzura, ábrete, que se abra nuestro corazón y que nos gane la cultura del encuentro y no la de la indiferencia, porque abrirse es dejar de escucharse a uno mismo para escucharlo a Dios y a los demás.
Curiosamente, le piden a Jesús que le imponga las manos… un gesto de sanación para que se obre el milagro. Pero Jesús, va más profundo; le dedica tiempo a este hombre; no se queda solo con la búsqueda de un resultado eficaz de la curación, sino que lo mira, lo atiende, lo toca. Entra en un contacto muy cercano con él, que no solo le muestra su preocupación, sino que le expresa su ternura, su deseo de bien.Qué lindo pensar que Jesús, con su cercanía y amor infinito, va regenerando los lazos que abrirán a esta persona a una comunicación nueva y sana con los demás. Es fuerte y sugerente cómo Jesús culmina estos gestos de sanación y devuelve a este hombre la capacidad de comunicación; lo hace con la palabra “ábrete”.
Hoy, frente al Señor, tal vez, podemos preguntarnos en qué dimensiones de la vida necesitamos abrirnos; o a qué personas o situaciones estamos tan a la defensiva que les cerramos el corazón. Quizás, sean proyectos o la misma vocación que le ponemos barreras para que no nos saquen de nuestra comodidad o seguridad.
Para curar al sordo que habla con dificultad ─ símbolo de Israel, pueblo duro de oídos, y de la humanidad entera, en la que nos incluimos cada uno de nosotros ─, Jesús pone todo su ser. Se lo lleva aparte, lo separa del lugar en donde esta, crea un ámbito distinto, toca con sus dedos y con su saliva, alza la mirada al Padre, refiriendo a Él, a su gloria, todo lo que hace sobre esta tierra, y gime suspirando el Espíritu Santo. Todo esto, tan simple y tan completo, antes de decir la palabra que sana: effetá, “ábrete”.
Tocar, elevar la mirada, soplar, son acciones simples, como todas las que realiza el Señor, pero están cargadas de amor, lo que transforma y libera la dificultad de conectar. Estos gestos expresan de manera tangible su plena comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Jesús desea que experimentemos este vínculo fluido.
Lo hermoso de este pasaje es que uno puede percibir cómo en la presencia de Jesús, el Padre y el Espíritu Santo descienden a nuestra realidad diaria, se involucran en nuestro mundo cotidiano y trabajan juntos, como la Trinidad Santa. ¿Tanta divinidad para tan poca cosa? Abrir los oídos de la humanidad no es algo insignificante. Los oídos son el camino hacia la libertad del corazón humano. Escuchar atentamente, recibir la Palabra con toda su vitalidad, con sus matices y tonalidades, es una condición esencial para comprometernos con el plan de Dios.
Dedicale tiempo al Señor, dale la oportunidad para que también Él te lleve aparte, y en silencio te toque el corazón, para que con su ayuda y con tu fe, regenere los lazos de la confianza que te permitan abrirte a la novedad de Dios en ti y la novedad que vos podés ser para el mundo.
Al Señor le acercan a este sordomudo. Él se adecua a su situación, a la situación del sordomudo. Jesús no solamente lo sana sino que hace que el mensaje le llegue, que lo pueda comprender. Fíjate que Jesús tiene un detalle muy lindo. Se comunica con este hombre, no con las palabras sino con el tacto. Seguramente algún gesto le habrá hecho Jesús. Por eso toca su lengua y sus oídos. Lo toca, se adapta. Yo creo que hoy el Señor hace lo mismo con vos y conmigo. No se acerca de cualquier manera sino que tiene la delicadeza de aparecer en lo de todos los días, en lo más nuestro, incluso en las limitaciones. A mí esto me llama a pensar en un Dios que nos conoce, que nos entiende, que se acerca con dulzura a nuestra vida, que no lastima, que no nos lleva por delante, que nos tiene compasión. ¿Para qué se acerca? Bueno, para tocarnos y transformarnos, ni más ni menos. Pero para los de afuera quizás el gesto de Jesús, no sólo es incomprendido, sino que también causa rechazo, causa repulsión. ¿Cómo va a tocar con su saliva la lengua de este hombre sordomudo? Pero es un lindo detalle. Pensá que cuando un nene tiene la cara sucia muchas veces la mamá le limpia la cara con la saliva o con los dedos. Es una expresión de amor también, una expresión hasta paternal de Jesús, de un Dios que se involucra. La pregunta, la pregunta total es ¿vos te estás dejando tocar por Dios o vivís construyendo barreras? Bajá el evangelio a lo concreto también de tu vida. ¿Te estás animando a tocar la miseria de tu hermano? ¿A involucrarte cuando a otros eso le parece algo repugnante? ¿Cuando les da asco que vos toques el pecado de tu hermano? Lindo desafío para este día ¿no? Y para toda la vida, animarnos a acercarnos a la miseria del otro para dejar que Jesús llegue.
El relato termina diciendo que la gente estaba admirada y que comentaban todo lo ha hecho bien. Esto nos hace acordar el pasaje del libro del Génesis cuando Dios estaba creando el mundo y cada vez que hacía algo veía que era algo bueno. Dios hace las cosas bien porque las hace con amor, ni más ni menos. Y me animo a decirte que Jesús con amor quiere restaurar tu vida también. Por eso yo te invito a que hoy le pidas al Señor que toque tu vida, tu mente, tu corazón, que toque tus oídos para poder escucharlo, tus labios para poder compartirlos y tus manos para hacer el bien.
Jesús emplea la palabra “Effetá” para expresar su propósito, y esta no es una palabra común, sino la que despeja el camino para todas las demás. Abrí tu corazón y tu mente, valorá y acoge la Palabra; permitile habitar en vos. La comunicación con Él se realiza a través de la escucha interna, ya que Él es la palabra que reside en tu interior.
Cuando nos encontramos atrapados en el enredado clima de la vida, diciéndonos a nosotros mismos que no hay salida y que las cosas no cambiarán, necesitamos buscar un nuevo rumbo, una salida. Bueno, el Señor propone tocar tu oído y cambiar tu perspectiva frente a situaciones aparentemente sin solución. Te insta a abrirte a nuevas posibilidades en la forma de enfrentar la cotidianidad.
Hoy nos preguntamos, ¿a qué me tengo que abrir? Identificá esos lugares donde pensás que no hay solución, donde te sentís atrapado. ¿En qué realidad vivís este encierro, sin permitir que entre aire fresco? El Señor te dice hoy: “abrite”, te toca y se acerca ofreciéndote la oportunidad de descubrir un mundo nuevo.