12/02/2023 -El hecho de pedir signos puede ser también entendido como el hecho de pedir garantías, certezas y seguridades. Creo que eso está todo resumido en el evangelio de hoy.
En aquel tiempo: Llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo.» Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla. San Marcos 8,11-13
La queja de Jesús y la proclama del signo tiene que ver justamente con la búsqueda de todo esto. La muchedumbre busca a Jesús por lo que puede hacer y cada uno pensando en sí mismo. Por eso piden un signo. No buscan un signo para acrecentar su fe, sino que buscan un signo para beneficio personal. Es como si la persona de Jesús no les importara, sino que se conforman con algún signo o “milagrito” que Jesús les pueda hacer o pueda obrar.
El gran problema de todo esto es que el signo se vuelve fin en sí mismo y no mueve a la fe. A la muchedumbre en última instancia no le interesa mucho creer en Jesús: le interesa el provecho que puedan sacar con sus obras o milagros. Y justamente la dinámica del signo, prodigio y milagro obrado por Jesús en todos los evangelios tienen como fin la fe. Es decir, Jesús no hace signos, prodigios y milagros para dejar contenta a la gente sino para que crean en Él y así obtengan la salvación. Esto si se quiere es lo decisivo de la acción salvífica: no el milagro en sí, sino como medio que mueva y haga posible la fe.
Es muy común y también a nosotros, todos los cristianos, nos puede pasar. Olvidarnos de la fe en Jesús, u olvidarnos directamente de Jesús y pensar en los beneficios que podemos obtener de Él. A tal punto que pedimos y pedimos y pedimos… Dios es una especie de mostrador de intercambio. Da para recibir. O es la góndola de un supermercado de barrio: uno va a servirse, paga, saluda y se va. Nos puede pasar que hayamos también nosotros funcionalizado así a Dios y su acción salvífica. No nos importa en sí mismo la persona de Jesús sino el beneficio que podamos adquirir por medio de Él. No importa si meditamos o no, si rezamos o no, si dedicamos tiempo al encuentro con su persona. Importa los favores y las “gracias” que nos pueda hacer. Es como la imagen tiernísima del cálido abuelito que regala caramelos a los pibes, pero los pibes van por los caramelos y no por amor al abuelo.
Hagamos lo mismo. Que toda la vida de Jesús sea signo para que nosotros podamos convertirnos y creer. Y dejar de querer manipular a Dios para que haga lo que nosotros creemos que Él nos tiene que hacer. Creamos en Jesús, no por milagrero, sino por ser aquel que puede, si lo dejamos, llenar de sentido nuestra vida.