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Poner a Dios como centro de lo cotidiano
jueves, 5 de julio de 2007
Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia Él y arrodillándose le preguntó: – Maestro bueno ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: – ¿por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Conoces los mandamientos, “no matarás”, “no cometerás adulterio”, “no robarás”, “no darás falso testimonio”, “no perjudicarás a nadie”, “honrá a tu padre y a tu madre”. El hombre respondió: – Maestro todo eso lo he cumplido desde mi juventud. Jesús lo miró con amor y le dijo: – Sólo te falta una cosa. Ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme. Él al oír estas palabras se entristeció y se fue apenado porque poseía muchos bienes.
Marcos 10, 17 – 22
Los primeros versículos del texto de hoy nos introducen en la temática de esta catequesis. Que tiene que ver con esta actitud con la que este joven, poseedor de muchas riquezas, se acerca a Jesús corriendo, dice Marcos. Se va corriendo hacia el Señor y se arrodilla, atraído por un impulso del corazón, que brota seguramente de esta predicación de Jesús, que ha conmovido su estructura y le ha dejado un mensaje de gozo, de paz, de alegría. Frente al cual él dice: “bueno yo tengo que hacer algo”. Y pareciera ser que la generosidad de él, grande en un principio, después comienza a encontrarse con la realidad de lo que puede. Mucho más allá de lo que desea o fantasea, o quisiera o sueña.
Lo que podés no es tanto, dice Jesús. En todo caso, Yo voy a descubrirte que no es tanto a partir de la exigencia radical, que supone el seguimiento de mi persona. Para que quede en claro que no se puede confundir mi seguimiento con tu impulso, con tu deseo, con tus ganas, con tus fantasías, con tu buen corazón.
Porque evidentemente esto está en el joven, hay un buen corazón y hay una buena disposición, hay un gran deseo, pero no corresponde a la realidad de lo que verdaderamente él puede.
Y aquí es donde yo quisiera detenerme particularmente, para analizar las veces en las que nosotros, movidos por el impulso, por las ganas, por los buenos deseos, los buenos propósitos, creemos que podemos más de lo que verdaderamente podemos. No nos da para tanto. Entonces vamos más mesuradamente sobre el camino. Aprendiendo a seguir la voluntad de Dios, que nos ajusta sobre lo que verdaderamente podemos en Él.
Aquí hay un defasaje entre la propuesta de Jesús y la voluntad de este joven, que en su riqueza, cree que puede más de lo que en realidad puede. Porque está demasiado aferrado a sus propios bienes. No es Jesús el que lo invita al seguimiento, sino es él el que se acerca con su impulso a decirle ¿qué hago para alcanzar la vida eterna?
Es esto lo que nos pasa muchas veces a nosotros. En las reglas de discernimiento de la segunda semana, Ignacio de Loyola dice que de esto también se aprende. Es un discernimiento sutil que hay que hacer después de que Dios ha dejado su mensaje en nuestro corazón:
saber qué paso tenemos que dar
. Porque el corazón queda con reliquias, dice san Ignacio.
Es decir, queda como con calor, queda tomado en Dios. Con deseos grandes. Con sueños grandes que se despiertan desde lo más hondo. Uno no lo puede negar. Pero identificar eso con un determinado paso a dar, supone antes de ese paso, y de generar esa identificación pensar también en
“¿Qué quiere Dios que de como paso?”
. No sólo dejarme llevar por nuestra naturaleza, por nuestro impulso, por nuestro deseo, por nuestros sueños, por esas reliquias que han quedado en el corazón, que pueden jugarnos una mala pasada, haciéndonos dar un paso más allá de lo que tenemos que dar.
En esto la cosa se juega en lo diario, en lo cotidiano. No es que hay que apagar los deseos ni tampoco quitar del corazón el calor de amor, con el que Dios nos impulsa esos mismos deseos que Él despierta, sino aprender a vivirlos en Dios en lo de todos los días. En la fidelidad de lo cotidiano. Desde allí se construye los grandes proyectos en la vida. Es en el seguimiento minucioso, en donde todos los días, de nuestro quehacer según el querer y la voluntad de Dios, que nos hace ir estando en comunión con Él. Donde de verdad, producimos mucho fruto.
“Ustedes darán mucho fruto”, dice Jesús, “si permanecen en mí y yo en ustedes”.
Y ese permanecer en Dios en lo cotidiano, es la clave para no dar pasos en falso.
Seguramente ha sido la curación del ciego, en Jericó o en Betsaida, como de hecho lo relata Marcos, lo que ha despertado en el corazón de este joven la admiración por Jesús. Y él ha creído que a Jesús se lo puede alcanzar yendo rápidamente, de golpe a Él, con un acto primero de generosidad, cuando en realidad no es un acto impulsivo de generosidad lo que nos pone en contacto con Dios, sino ese peregrinar constante y cotidiano, casero, que nos hace vivirlo a Dios como el pan nuestro de cada día y estando en comunión con él. En todo caso, a partir de allí, producir con Jesús y como Jesús mucho fruto.
¿Cuántas veces nos ha pasado que, después de buenos y grandes momentos con Dios, generamos buenos y grandes propósitos y al poco tiempo nos dimos cuenta que perdimos lo que traíamos como deseo y anhelo? Que lo fuimos perdiendo en el camino, porque lo identificamos rápidamente con un quehacer más que con un espíritu, que desde adentro nos alienta a vivir lo de todos los días, de una forma nueva.
Son nuestros excesos los que no permiten que vivamos lo cotidiano, en clave de comunión con Dios
, despertando en lo más íntimo de nosotros, el deseo por Él.
Los excesos que brotan de nuestra naturaleza desordenada, son los que apagan este espíritu, que nos pone en comunión con Dios y su proyecto, en lo de todos los días.
Las veces que nos habremos pasado de rosca, ¿no? Y después nos encontramos que dimos un paso en falso, a pesar de que teníamos una muy buena voluntad y disposición. Alguna vez que vos dijiste: “esto está re-bueno”, y después encontraste que no te hizo tanto bien.
La semilla de mostaza, cuando se la siembra es la más pequeña de todas las semillas de la tierra. Pero una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.
Es pequeño el camino que nos va llevando a lo grande.
Es un camino estrecho, dice Jesús, es angosto. Es un camino que ofrece dificultades y que hay que aprenderlo a recorrer todos los días sin grandilocuencia. Y sin deseos que lo saquen del aquí y ahora, se nos pide que vivamos. Porque Dios es presente. No es futuro que vendrá.
Es presente más grande que abre un futuro más grande que vendrá.
Y en esto la fidelidad a lo cotidiano, en Dios, es lo que nos permite esperar la manifestación de la grandeza, de Dios en toda su dimensión, como este árbol grande, el que nace de la semilla de mostaza, donde se cobijan tantos.
Cuando Jesús habla del Reino de los cielos, también lo compara a un niño. “Si ustedes no vuelven a hacerse como este niño, no entrarán en el Reino de los Cielo”. La figura del niño, ha sido interpretada, como la figura del párvulo, del chiquito de la casa. En realidad Jesús está hablando de la pequeñez de la condición que correspondía a los servidores en las casas. En su tiempo.
Se llamaba niño o niñas, a los humildes servidores, los que no participaban tanto de la cosa de la mesa importante de la familia, cuanto que permanecían en todo caso, alrededor de ella como aquellos que la servían, la atendían, se fijaban para que nada faltara.
Si ustedes no tienen esta condición, que es en realidad la que asume Jesús, en la última cena, no van a entender el mensaje del Reino de los Cielos. Que en verdad está hecho- dice el Señor, para los humildes, para los sencillos.
“Te alabo Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has rebelado a los pequeños y humildes. Si Padre porque así lo has querido”. Y en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo nuestro de todos los días, sin perderle pisada a tu agenda, y a lo que implica el compromiso que hoy tenés asumido, el bello y complicado, por cuanto se pide más de tu esfuerzo, en el seguimiento de ese camino, es donde se va construyendo, lo grande lo importante.
No es la actitud que tiene el joven rico en el evangelio. El viene impulsado posiblemente por un espíritu que probablemente primero fue, como tomado por Jesús por la grandeza de su obra, pero agarró este otro costado suyo, donde él pensó que era cuestión de una muy buena voluntad. Sólo con esto bastaba para entrar en el camino de Jesús. Jesús le dice “no, hay que hacerse pequeño y entregarlo todo”.
Radicalmente el seguimiento de mi persona, supone abandonarlo todo y quedarse con todo.
Esta es la lógica de Jesús. Dejar todo lo que uno es, para quedarse con todo lo que Dios propone para el camino en lo de todos los días. Aquí está la clave.
Si vamos por este sendero, seguramente, no nos vamos a pasar de mambo, no nos vamos a extralimitar, de lo que nos toca. Es la voluntad de Dios en lo cotidiano. Donde se juega la historia. Es el querer de Dios hoy aquí, y ahora.
Es en este momento donde Dios me pide esto. Donde se juega en lo simple y en lo sencillo de mi quehacer, su voluntad y su querer que hace grande mi vida.
Tener esa conciencia en mi vida de un Dios que es presente. Que es aquí y ahora. Que se ha comprometido con las coordenadas del tiempo y del espacio. Y que viene a confluir en este 5 de julio a la mañana, para que yo despertando de mi suelo de la noche, descubra que está vivo y que me invita a vivir en comunión con ÉL.
Desde ese lugar podemos dar mucho fruto.
Y nuestros sueños se van haciendo realidad sólo si nos animamos a morir en Jesús y con Jesús resucitar. Es lo que no se anima a hacer el joven rico. Tiene mucha riqueza. Como muchos deseos. Pero no los puede concretar en el camino porque puede más esto que la conciencia, de que ahí, en esa persona, en esa propuesta que se le está haciendo en ese día, está Dios escondido.
En qué rincón de tu agenda, estará Dios, concientemente, que te das cuenta. Dónde encontrás la expectativa de encontrarte con Él. En los libros no?, ¿Por qué decís eso? Allí también puede ser. Que la cocina que te cuesta un poco no? ¿por qué no le abrimos el corazón de la cocina el de tu casa el de la tarea para dejarlo que entre las ollas Dios también se mueva?
El Reino de los cielos crece, es como un planta, dice Jesús. No importa qué sea lo que uno haga. Lo importante es que uno haga lo que tiene que hacer. ¿No te parece?
Dejarnos llevar por deseos primarios, por impulsos, y que nos hacen dar un paso en falso, de muy buenos deseos y de muy buenas intenciones. Pero que nos corresponde a lo que aquí y ahora nos toca para hacer felices.
¿Qué es lo que lo condiciona? La espiritualidad desde arriba. Donde la estructura de la espiritualidad al determina mi esfuerzo. Mi cumplimiento del deber. Mi adecuación a la ley. La respuesta a lo que preveo. El ir a razón de lo que decidí contra viento y marea. No cuanto por ser tenaz en la lucha, cuanto por ser demasiado obcecado con las cosas que he decidido.
Que no es lo mismo que ser tenaz en medio de las dificultades. Esto hace que perdamos alegría, que perdamos frescura, que perdamos gozo, en el que hacer y vayamos perdiendo lo que fue, en principio, tal vez, una muy buena inspiración, una buena obra o un buen propósito para mejorar lo vayamos confundiendo con nuestra naturaleza que en verdad está herida y para ser curada merece tiempo.
Necesita cuidado, atención, y particularmente dejar que sea el Espíritu el que la vaya guiando en todos los días y en lo de todos los días por caminos nuevos que tiene que ir aprendiendo a recorrer.
Nos arrepentimos fácilmente en las cosas en las que erramos en este sentido. Y ayuda y colabora en todo caso para esta espiritualidad de arriba como le llamamos, nuestra racionalidad.
Es decir, cuando queremos entender la vida con nuestra cabeza.
Y no entendemos que, ésta en todo caso, ayuda y colabora en parte para poder comprender los caminos de la vida, pero que no lo podemos resolver, sólo desde este lugar.
En la vida hay otros factores que confluyen, para que pueda desarrollarse la misma. Los afectos, los vínculos, las relaciones, la historia. Los proyectos, el estar con otros. Y no solamente con nosotros mismos que es adonde nos lleva la racionalidad cuando alcanza su punto más alto de los sueños.
Los que nos enganchamos más allá de lo que realmente podemos.
Te invito que hagamos un acto de sinceramiento en este sentido. Que podamos verdaderamente desprendernos, de aquella voluntad demasiado firme por no decir rígida. Que se aferra a pequeños proyectos como tabla de salvación, sin terminar de entender que la vida es mucho más que mucho esto a lo que le dedicamos tanto.
Llamemos trabajo, estudio, relaciones, lecturas, servicios.
Pasa también en la vida religiosa, en tu compromiso cristiano, cuando das un paso más allá, en tu tarea apostólica, es de cosa santa también que se disfraza esta tentación que nos hace dar un paso más allá de lo que tenemos que dar.
Y entonces, nosotros estamos muy comprometidos con la Parroquia, y nos olvidamos que la iglesia doméstica, está en casa, y que forma parte de los vínculos matrimoniales, familiares con los hijos, de filiación, las relaciones con los amigos, con los parientes que tenemos. Necesitan de esta casa iglesia, donde poder respirar la presencia de Dios.
Y nosotros nos hemos ido como detrás de la fantasía de creer que vamos a ser más apostólicos por estar más tiempo en la parroquia, en el movimiento, dedicándole la vida. A lo que supuestamente Dios nos pide que más bien, es donde nosotros hemos encontrado o hemos reemplazado a Dios por nuestra actividad, por nuestra acción, por nuestro compromiso.
Esto es propio de la actividad de arriba.
Padre Javier Soteras
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