06/05/2024 – En el Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a entregarnos a la guía del Espíritu Santo, quien es el artífice de la obra divina. Desde la creación del Padre hasta la redención del Hijo, el Espíritu Santo nos conduce hasta el cumplimiento del plan de Dios en el mundo.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio. Les he dicho esto para que no se escandalicen.Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho.» Juan 15,26-27.16,1-4a.La llegada del Espíritu Santo, es para sostener en el testimonio. Dice Jesús: “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, ustedes también darán testimonio de mí”. El Señor nos invita a renovar nuestra confianza en la fuerza del Espíritu, que como dice Pablo, es el que nos conduce, nos guía, el que va en nosotros como en una vasija de barro, este tesoro maravilloso, que opera y actúa con el poder del Dios en nuestra debilidad, la gracia del espíritu.
Dios da esta manifestación testimonial del Espíritu Santo, a los que se abren a su moción interior con obediencia. “Nosotros somos testigo de estas cosas y también el Espíritu Santo, que da Dios a los que obedecen” (Hch 5,32). Obediencia que es fidelidad al testimonio de lo que se ha participado, es decir de lo que hemos tenido experiencia, de lo que hemos visto, de lo que hemos oído, de lo que tocamos con nuestras manos, eso es lo que anunciamos. La manifestación del Espíritu Santo nace entonces de una experiencia que es en la obediencia.
¿Cuál es esa experiencia por la que hay que dejarse llevar en Espíritu de obediencia?.
“Si me aman y guardan mis mandamientos yo pediré al Padre y Él les enviará otro Paráclito” Jn 14,14. Es dejarse llevar entonces por la fuerza transformante del amor, es obediencia en la caridad. Es obediencia a lo único que Jesús manda a lo largo de todo el evangelio, a que nos amemos, no hay otro mandato. Es un mandato de liberación, no de esclavitud, es un mandato de transformación, es un mandato que libera, transforma, cambia la vida. Allí se sintetiza todo el mensaje de Jesús, en el amor fraterno. Ámense unos a otro como Yo los he amado, nadie tiene amor más grande que el da la vida por los hermanos.
Decía Martín Luther King :“el amor es la única fuerza capaz de transformar a un enemigo en amigo”.El testimonio de los perseguidos y de Esteban en particular, hace que Pablo pase de perseguidor a seguidor de Jesús “quién podrá apartarnos del amor de Cristo. Ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni los peligros, ni la espada. En todo salimos vencedores gracias a aquel que nos amo”.
La fuerza que el espíritu de Jesús, el paráclito, el que El nos envía para que no quedemos huérfanos, para que no quedemos abandonados, para que no quedemos al margen del camino, es el único capaz de sostenernos en el medio de lucha, particularmente en el medio de la adversidad y muy en particular en el medio de la persecución. Nos aprietan por todas partes, dice el apóstol Pablo, pero en todas vencemos gracias a aquel que sostiene nuestro peregrinar, sostiene nuestro andar. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios?
No hay forma de transformación del mundo sino es amando y amándolo. La fuerza del amor es la que transforma. La fuerza del amor es la que queda, la que permanece, todo lo demás pasa, todo se muda decía Santa Teresa:
Todo pasa y por eso hay que saber esperar en Dios, la paciencia todo lo puede, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios queda, solo Dios basta
Este Dios que queda, este Dios que basta, este Dios que no pasa, este Dios al que esperamos y este Dios que viene, este Señor que está en medio de nosotros, que le da verdadero sustento a nuestra vida, solidez y cimiento, es el Dios del amor y el que nos invita a amar, a amar sin medida.
La medida del amor, decía San Agustín, es amar sin medida, no hay medida para el amor. En este sentido, somos llamados en este tiempo de preparación a la manifestación del Espíritu Santo a renovar nuestro compromiso del amor, claro que hay fuerzas que atentan contra él, son las fuerzas del miedo donde tendemos a meternos como una ostra hacia adentro, impidiéndonos encontrarnos con los que esperan de la presencia del amor de Dios a través de nuestros gestos, de nuestra palabra, de nuestro oído atento, del saber estar.
Si me animo a vivir en esta clave podré decir yo con el apóstol Pablo, todo lo puedo en aquél que me conforta.
Quisiera amar este mundo cambiado, pero la cosa es al revés, debemos amarlo para que cambie. Pero esto se da solo si tenemos confianza en la transformación que provoca la fuerza del amor.Un hombre nuevo nace a partir de una experiencia de amor que transforma su propia vida, que le permite desde ese lugar cambiarlo.
Solo el amor puede cambiar un rostro agrio en una cara dulce, solo él puede hacer un renacimiento. Solo el amor puede reconvertir al violento en un pacífico y esto es nacer a la paz. Solo amando a este mundo en el que tengo puesto mis pies puedo hacerlo habitable para que deje de ser una jungla y se convierta en una casa para todos, en un hogar.
Alejandro de la Hospedería San José Manos Abiertas Jujuy
Entre un espejo de cielo y de rocío, se me juntó la noche y la mañana, se me arrimó un pensamiento de amigos, de esos amigos que sobran cuando todo te sobra y que faltan cuando se ha perdido todo.Con la mirada fija en la nada, viendo pasar las horas y los días sin una razón para existir, sin metas, objetivos ni esperanza, entregado a la muerte y escapando de la realidad con el alcohol y la droga…Durmiendo entre cartones, debajo de un alero, donde siempre aparecía algún compañero para compartir desgracias, soledad, frustración, pérdida total de autoestima (considerándonos un gusano), y el constante autoflajelo de odiarme a mí mismo.
Supe hacer de un banco de plaza mi mejor departamento donde conocí el sufrimiento de esos amaneceres al aire libre en que la escarcha quemaba y hasta el más corajudo temblaba…y así los días pasaban.
Y lo peor era sufrir el desprecio. Ya mi vida era una prisión sin rejas ni guardia, prisionero del infierno, donde la muerte esperada no llegaba.
El afecto ni existía, denigrado hasta lo último y tocando el fondo más profundo, cara a cara con la muerte.Pero algo sobrenatural sucedió en mi vida.
En aquel túnel de tinieblas se encendió la luz, apareció una esperanza guiada por Dios: Conocí esta casa donde encontré la vida; en este lugar exixte gente con alma, afecto y sobre todo ese calor de madre que es la perfecta compañía.
Me acercaron fuerzas, dignidad y esperanza, así el túnel tenebroso se lleno de luz. Ya no tengo que escaparme de mis ojos, ni de los ojos de los otros, porque ya no estoy solo.
Aquí puedo manifestarme a mí mismo como el gigante de mis sueños y no como el enano de mis miedos. Ahora soy un hombre con una razón por existir para mí y para los demás.
Ya no soy temeroso de ser visto o reconocido. Ahora le importo a alguien y sólo con esto recupero mis fuerzas, mis valores, la honestidad, la responsabilidad y la autoestima.
Me quiero y quiero a los demás porque aquí afecto y amor sobran.
Sé que mi vida es fugaz, pero, lo que en esta casa se hace es eterno.
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