Un tiempo para compartir

miércoles, 4 de diciembre de 2024
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04/12/2024 – Dios viene para regalarnos plenitud. Compartimos la catequesis del día reflexionado en torno al evangelio:

“Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino». Los discípulos le dijeron: «¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?». Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen?». Ellos respondieron: «Siete y unos pocos pescados». El ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas”. Mt 15, 29-37

Es un acontecimiento prodigioso el que nos despierta en el corazón la esperanza después del dolor que presenta la noticia de que ha muerto Juan el Bautista en manos del poder. Jesús se va a solas, pero debe dejar el duelo, para encontrarse con el dolor de los que padecen hambre de la buena noticia. Con gestos prodigiosos cura enfermos con gestos mesiánicos: díganle a Juan “los ciegos ven, los cojos caminan”.
El relato sigue y podemos imaginarnos entre el dolor interior de Jesús, la compasión que siente por los que sufren, el duelo demorado que llegará cuando mande a los discípulos que crucen del otro lado del lago. En ese contexto Jesús se da cuenta que la gente tiene hambre y que el lugar es desértico. Los siete panes y los pocos pescados es casi una ironía, porque es insignificante esa suma para la cantidad de gente, “Tráiganlos aquí”. Jesús congrega en pequeñas comunidades y ordena a la gente. Bendice en alabanza al Padre porque obrará con poder y comienzan a multiplicarse los panes y los peces. “Todos quedan saciados” y los textos paralelos dicen que sobraron doce canastas como para seguir compartiendo. Se lee la multiplicación de los panes a la luz de la Pascua de Cristo. Es el compartir lo que abre este misterio de gracia.

Jesús comparte su dolor, su acción curadora sanando, alguien comparte sus siete panes y pescados, ellos se reúnen y comparten lo que reciben y además sobra para seguir compartiendo. En este compartir está uno de los secretos en los cuales queremos detenernos para mirar para adelante a la sociedad que viene en la cultura del encuentro. En el compartir hay un secreto navideño que nos espera. Y allí vamos en el tiempo del Adviento, el lugar donde partir con, donde compartir.

La sociedad neoliberal y la reflexión ideológica y el pragmatismo neoliberal no entiende este costado. El dinero no es para ser compartido, los bienes son para ser acumulados, en todo caso una vez que se ha producido un desborde de una gran copa que cada vez crece más comienzan a gozarlo algunos otros. Eso no es compartir, más bien es una supuesta migaja o líquido derramado a favor de los que tienen hambre y sed. Compartir es partir con, reconocer que el otro no es el que recibe una dádiva de lo que genera una clase aristocrática de lo que le sobra.

A Jesús no le sobran alegrías ni fuerza, de hecho va a buscar un lugar de descanso porque la muerte de Juan el Bautista supone un escenario nuevo, no le sobra tiempo. Sin embargo, sin que nada le sobre, todo lo comparte. Quizás este gesto de Jesús compartiendo sea el que despierte en el corazón de quien tiene cinco panes para dar lo suyo. Es el tiempo de dar lo que tenemos y lo que somos. Cuando eso ocurre no damos lo que sobra sino lo que tenemos.

La pelea entre el egoísmo y el compartir

Cualquier persona cuando busca en su interior y lo mejor de sí misma, encuentra una llamada que clama desde lo más hondo a la entrega desinteresada a los demás sin esperar nada a cambio. Es connatural a nosotros aunque está interferida esta dimensión profunda de ser para los otros la acción contraria de ser uno mismos. Es olvidándose como uno se encuentra, dice la oración de San Francisco. Pero también es cierto que la fuerza del egoísmo nos impide muchas veces buscar más allá de nosotros.

Educar o educarse en este impulso generoso de servir a los otros al estilo de Jesús es en todo decidido para llevar una vida humana. El humanismo del cristiano viene del mandato de Jesús que es síntesis de todo lo que quiso decir: la vida se la encuentra ofreciéndola, y la verdadera amistad se da cuando se da la vida por quienes se ama. La misma presencia destructora del egoísmo es fruto de una acción del mal que viene con nosotros. Le llamamos pecado original y cuando intentamos hacer el bien que queremos muchas veces somos llevados a hacer el mal que jamás hubiéramos deseado. Estamos en una pugna toda la vida, y quien no lucha contra sus tendencias egoístas se encamina a un quiebre de su personalidad. Hay que pelearla para darse, para superar el ego, para salir del yo y encontrarnos en el escenario del nosotros.

El Papa Francisco dice que en la construcción de la cultura del encuentro debemos romper con la autoreferencialidad a la que definimos psicológicamente como un narcisismo de carácter profundo, en donde el único modo de encontrarse es mirando el espejo. La cultura del encuentro nos enseña lo opuesto, la posibilidad de encontrarse está en el otro: en el encuentro con el otro soy más yo mismo. En el compartir plural y abierto, sin masificarnos pero de manera personalizada desde la propia convicción, es lo que más nos hace ser nosotros mismos.

La muerte de Juan el Bautista, la soledad de Jesús, se abre una vez más a la vida que le reclaman el compartir con quienes sufren. Hay momentos de la propia vida donde vemos que las fuerzas se agotan que la crisis golpea y el llamado a “acovacharse” es grande. Es verdad que en ese encierro no encontramos la respuesta a lo que buscamos y cuando damos el paso hacia afuera y salimos empezamos a ver con claridad lo que no tan fácilmente se veía reclutados en nosotros. En el compartir está nuestra identidad. Superemos los discursos de muerte que nos traen el egoísmo y abrámonos a la caridad que nos trae el compartir con los hermanos.

Cuando nos damos cuenta que en el compartir está la respuesta pero a la vez no terminamos de salir de nosotros mismos, es bueno ponerse algunas metas o tareas a hacer que nos ayuden: por ejemplo, ocupar el último lugar, ponernos en los zapatos del alguien (vincularnos empáticamente con la situación de alguien), recordar que uno no es el más importante de la lista, disfrutar permitiendo que otros ocupen el centro de la atención y no vos, asimilar las críticas, no dejar que las cosas del pasado ocupen el presente. También ayuda a veces hacer una lista de agradecimientos, como para salir del centro.

El Papa Francisco y la cultura del encuentro

El Papa Francisco en la Evangelii Gaudium evoca cuatro principios que puede ayudarnos para romper el egoísmo y meterlo dentro del espacio de la cultura del encuentro:

El tiempo es superior al espacio: a veces el encierro viene de una falta de perspectiva en el tiempo. El aquí y él ahora es tan determinante en su demanda que nos hace perder dimensiones espaciales porque nos falta tiempo y quedamos enclaustrados en nuestro propio mundillo. En torno a este principio se construyen las políticas de estado a partir de un diálogo plural y constructivo. Nos saca de intereses parciales para ir por el camino del bien superior. ¿Cómo conquistar al corazón atraído por sí mismo si no le mostramos algo mejor? En este sentido una perspectiva de mayor alcance nos puede ayudar a buscar más allá del  mundito al que pertenecemos una salida hacia adelante.

La unidad prevalece sobre el conflicto: a veces el proceso de construcción de la cultura del compartir supone salir de las partes e ir por lo uno, lo que congrega y lo que nos hermana. El conflicto no puede ser ignorado. No hay que desdibujar las divisiones, pero si nos quedamos atrapados en las diferencias perdemos perspectiva y la realidad misma se desfigura y cada uno queda en su mundo. En el evangelio de hoy aparece esta realidad: hay gente dispersa, tienen hambre y los discípulos “que vaya cada uno a comprar”. Hay una realidad superadora de Jesús por sobre las partes. Todo se integra en su persona.
La realidad es más importante que la idea: es bueno para romper con nuestras ideas a veces tan reductivo en donde buscamos aseverar lo que me ocurre y lo que nos ocurre. La inteligencia nos ayuda a entender la realidad pero en parte, la realidad siempre es superadora. Esto nos ayuda a salir de mi propio mundo ideológico.

El todo es superior a la parte: siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos, pero siempre hay que hacerlo con realismo “¿qué es lo mejor aquí y ahora?” no idealmente sino ahora y con lo que tenemos. Es interesante porque el ir por lo mejor hoy me hace salir del esquema del que estoy para ir un pasito más allá. El que se sabe peregrino no está instalado, en cambio el que sí, permanece en su propio mundo ególatra.