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El juicio de Dios sobre nuestra vida
lunes, 17 de julio de 2006
Por eso, tu que pretendes ser juez –no importa quien seas- no tienes excusa, porque al juzgar a otros, te condenas a ti mismo, ya que haces lo mismo que condenas. Sabemos que Dios juzga de acuerdo con la verdad a los que se comportan así. Tu que juzgas a los que hacen esas cosas e incurres en lo mismo, ¿acaso piensas librarte del Juicio de Dios?. ¿ O desprecias la riqueza de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, sin reconocer que esa bondad te debe llevar a la conversión?. Por tu obstinación en no querer arrepentirte, vas acumulando ira para el día de la ira, cuando se manifiesten los justos juicios de Dios, que retribuirá a cada uno según sus obras. Él dará la Vida eterna a los que por su constancia en la práctica del bien, buscan la gloria, el honor y la inmortalidad. En cambio, castigará con la ira y la violencia a los rebeldes, a los que no se someten a la verdad y se dejan arrastrar por la injusticia. Es decir, habrá tribulación y angustia para todos los que hacen el mal: para los judíos en primer lugar, y también para los que no lo son. Y habrá gloria, honor y paz para todos los que obran el bien: para los judíos en primer lugar, y también para los que no lo son. Porque Dios no hace acepción de personas.
Romanos 2, 1 – 11.
El apóstol introduce un tema fundamental de nuestro credo, cuando afirmamos en nuestra profesión de fe “creo en la vida eterna”, estamos diciendo en síntesis todas y cada una de estas cosas que Pablo habla respecto del tiempo que vendrá, el tiempo final donde Dios, como juez justo, actuará en misericordia y también mostrando su justicia.
El Dios de la vida, que en la persona de Jesús se nos ha revelado misericordiosamente es un justo juez, misericordia y justicia van de la mano en Dios, tal vez lo que a veces no tenemos tan claro en nuestra vida es que el verdadero juicio, como bien Pablo dice, no esta en Dios, sino en nosotros y en nuestra manera de actuar.
¿Con qué nos presentamos delante de Dios?, esta es la pregunta que surge de la palabra compartida que confronta nuestra existencia con lo que ahí tengo en mis manos para compartir delante del Dios de la vida. Creo en la vida eterna, decimos, y esto supone un juicio particular, según nos enseña el catecismo de la iglesia católica, la muerte de hecho pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto, a la aceptación o al rechazo de la gracia que nos presenta Jesús. Es verdad que no hay otra vida, no hay otra vida más que esta para optar o no por la vida para siempre en Dios.
Una bella experiencia sobre esto se relata en la vida de Teresa de Jesús, que desde muy chica se dejó tomar por esta gracia en su corazón, decía ella: “para siempre, era muy niña y cuando pensaba que las cosas que yo tenía por elegir en esta vida eran para siempre, mi corazón se llenaba de gozo y de alegría”, y entonces cuenta que con su hermano Rodrigo, siendo muy chiquitos, a los 5 años, decidieron salir con la muda hecha, con el moñito hecho, cargando en una pequeña bolsita con un palo alguna ropa e irse afuera de la ciudad de Ávila donde habían nacido a la búsqueda de morir mártires, así podrían estar en el cielo para siempre. Cuentan que los encontró en las puertas de la ciudad una persona amiga de la familia y los hizo volver a su casa, sin embargo el corazón de Teresa de Jesús quedó siempre lleno de esta inquietud infantil y al mismo tiempo del espíritu de vivir en Dios para siempre.
Esta experiencia de de Teresa de Jesús desde muy pequeña, es la que le hace orar, ya adulta en la fe, aquel hermoso verso que sostiene que nada debe turbarnos, nada debe impacientarnos, porque en la paciencia todo lo podemos, nada nos falta, porque al final del camino solo Dios queda, solo Dios basta, no hace falta mas que Dios, entonces en Él podemos todo, y con Él nuestra vida se hace realmente plena.
Hay una sola vida, es verdad esto, una sola vida para elegir, el tiempo para elegir es este que transcurre desde el momento de nuestro nacimiento y el tiempo que estamos al final de esta vida, despidiéndonos para la que vendrá. Ya allí, el peso que supone en el corazón la libertad humana, la existencia humana, se ve profundamente “arrinconada” por la libertad que se ve urgida para elegir.
En el liberalismo, en el pensamiento liberal, que se transforma por estos días en relativismo, donde todo vale, donde todo es exactamente lo mismo, donde no hay diferencias, no existe la urgencia para decidirse, no se ve el llamado a la opción, porque la vida puede pasar sin opciones y sin elecciones según el pensamiento relativo donde todo da exactamente lo mismo.
No todo da lo mismo, al final estaremos de cara a Dios, estaremos en una etapa de purgar lo que nos falta para entrar en la presencia de Él definitiva o estaremos eternamente ausentes de Dios, y por eso con el corazón eternamente entristecido y angustiado, al final habrá un juicio, pero a ese juicio no lo hace Dios, sino nosotros, según sea lo que elegimos.
En la vida, la gracia de la comunión de Jesús se va haciendo explícita o implícitamente una realidad que nos conduce al final de la vida a estar en plena comunión con Él, después de ser profundamente purificados nos hacemos semejantes a Él contemplándolo cara a cara en la vida para siempre.
Esta vida de comunión hasta el final del camino en la contemplación cara a cara del misterio de Dios, en lo que Dios es, un misterio de amor entre las personas, a lo que llamamos Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor en ella, con María, los ángeles y los santos se llama Cielo.
El Cielo es eso, el Cielo es el fin último, y la realización de todas las aspiraciones mas profundas de nosotros, el estado supremo y definitivo de dicha, de gozo, de paz, de alegría y de plenitud. ¿Qué es vivir el Cielo?, vivir el Cielo anticipadamente, el Reino de los Cielos, como dice Jesús en los evangelios sinópticos, es estar con Cristo. Los elegidos viven en él, aún más, tienen allí, o encuentran allí, su verdadera identidad, su propio nombre. Nuestro nombre, dice Apocalipsis 2; 17 está escrito en el Libro de la Vida en el Cielo, de manera tal que cuando lleguemos al Cielo nos vamos a encontrar con nuestro nombre escrito, hay un lugar para nosotros en el Cielo.
Cuando hablamos de Cielo a veces nos referimos a realidades que están muy allá, tan allá que no forman parte de lo nuestro, pareciera que hablar del Cielo y del infierno fueran realidades que no nos tocan a nosotros, que corresponden como a una estratosfera, donde nuestra vida no tiene nada que ver, si nosotros somos gente de carne y hueso que pisa sobre esta tierra y que tiene un montón de cosas que siente, que vive, que espera, que sueña, que sufre, en las que lucha, en las que busca.
¿Qué tiene que ver el Cielo conmigo?, ¿qué tiene que ver el Cielo con vos?, ¿qué el infierno con vos y conmigo?, nada tiene que ver este mensaje con nosotros, claro, porque aquel estado definitivo, eterno decimos, para siempre el Cielo o el infierno empiezan como a aparecer también en medio nuestro. El Cielo y el infierno ya están aquí entre nosotros, estamos de cara a Dios, ¿o no?.
La persona de Jesús supone una respuesta a su persona: ¿si o no?. Si uno va a medias tintas con Jesús, con su proyecto, con su propuesta, con los valores que encarna el anuncio de Jesús, que básicamente están identificados con la vida, con el gozo, con la alegría, con la paz, con la armonía, con la honradez, con la dignidad, con la laboriosidad, con la búsqueda del bien de todos, por sobre todas las cosas la propuesta de Jesús está identificada con el gran valor del amor que lo sintetiza todo.
Es el camino, el amor que es la posibilidad de entregarme a los demás y ponerme al servicio de los otros desde donde estoy y como estoy, encontrando la razón de ser de mi vida justamente en esto, en ser un ser para los otros, para los demás, este es el misterio de la trinidad en realidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se relacionan entre si en un misterio de profundo amor, donde las personas se dan eternamente unas a otras. El Padre vive en el Hijo, el Hijo vive en el Padre, el Padre y el Hijo viven en el Espíritu, el Espíritu es el que vive en el Padre y en el Hijo. La profunda comunión de las personas de la Santísima Trinidad , el misterio de Dios, vinculadas por el amor, están relacionadas unas a otras. De hecho cada una de ellas actuando, viene con las otras actuando, trabajando, metiéndose en la historia.
Es verdad que el que muere en la cruz es el Hijo de Dios, pero igualmente cierto es que en aquella ofrenda de vida por amor están también el Padre y el Espíritu Santo. Es cierto que el tiempo presente que vivimos es el tiempo del Espíritu, es el Espíritu Santo el que alienta nuestra vida, pero también es cierto que el Espíritu que vive en nosotros nos revela la voluntad del Padre en Jesús y nos muestra el rostro de Cristo, que es el rostro del amor del Padre.
Así también nosotros estamos llamados a vivir de cara unos a otros a la entrega de la vida y de amor que es la plenitud de vida: vivir para los otros, vivir para los demás, “háganse servidores unos de otros”, dice Jesús, este es el camino, es la herencia que Jesús deja, es el camino que el Señor muestra.
La muerte y la resurrección de Jesús nos han abierto este camino, es difícil para nosotros, a veces, amar y permanecer en el Cielo, y con todos los valores que supone este amor que incluye a todos aquellos que mencionábamos antes: la honradez, la dignidad, la laboriosidad, el espíritu de amistad, el valor del sacrificio, de la entrega de la vida. En el amor se pueden vivir estos valores, pero a veces resulta difícil, no siempre es fácil permanecer en el amor, el que nos abre esta posibilidad es Jesús, que entrega su vida por amor, y lo hace no de cualquier manera, sino muriendo en la cruz, y desde la cruz, resucitando, nos ofrece a nosotros el mismo camino, una gracia que es fuerza de Él y que nos sostiene a nosotros en nuestra posibilidad de permanecer en actitud de amor y de ofrenda siempre.
El Cielo no está lejos, el Cielo está cerca, Jesús lo dice, el Reino de los Cielos está cerca de ustedes, de hecho, vivimos o no de cara a Dios, no hay estadio intermedio, no existe el limbo. Estamos en Dios o no estamos en Dios, estamos de cara al misterio del amor o estamos encerrados en nosotros mismos, excluidos de los demás, alejados de Dios. El Cielo está cerca de ti, Dios está cerca de ti, hoy te invita a su Cielo.
Nuestro cielo, nuestro infierno de hoy es el juicio de Dios, de cara al misterio del amor de Jesús se define nuestra vida en comunión con Él o apartados de Él, en realidad es que se denota en esto, se demuestra en esto, se trasluce en nuestra propia existencia, nosotros en realidad a veces permanecemos en Dios, a veces no, y las consecuencias que se siguen de esto se traducen en situaciones de vida, en relaciones vinculares que reflejan o no esta comunión de estar con Dios o no.
Hay Cielo y hay infierno, de hecho por ahí decimos, fulano es un cielo, fulana de tal es como un pedazo de cielo, para mi tal situación es un infierno, así lo decimos, surge de nuestro diálogo, forma parte de nuestras cosas de todos los días, de verdad que no es mentira, no es una figura que estamos utilizando, hay situaciones que son realmente angustiosas, entristecedoras, opresoras, que nos apartan del gozo y de la alegría, que nos ponen en situación de precipicio, donde el abismo es el próximo paso hacia donde nos acercamos en nuestro propio camino, se transforma, se traduce para nosotros en eso, en un infierno. Y hay realidades con las que nos encontramos todos los días y decimos, acá descanso, que bueno, esto es lo que estaba buscando mi corazón, acá es donde yo realmente vivo, respiro profundo y digo este es mi lugar, esta es mi casa, este es mi espacio, aquí es donde me quiero quedar, es la experiencia de los discípulos en la transfiguración, los tres está ahí como diciendo, hagamos una carpa acá, que nos vamos a bajar de la montaña, si acá estamos bien, en que lugar vamos a estar mejor que en este, un pedazo de Cielo que Dios regala.
¿Cuáles son tus cielos y cuáles tus infiernos?, es bueno preguntárselo, ¿para que?, para que a tus infiernos los rechaces y para que con tus cielos te quedes. Para que con tus cielos te quedes y tus infiernos queden a un lado, vayan como desapareciendo.
También es cierto que nuestra vida pasa por lugares de purificación, sin llegar a ser definitivamente infiernos, son lugares donde la vida se nos hace un poco más costosa, el purgatorio es una realidad, forma parte del final del camino, y también del camino que vamos transitando todos los días
Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, dice el catecismo de la Iglesia Católica , pero imperfectamente purificados, aunque estar seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte, un tiempo de purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo. La Iglesia llama a esto purgatorio, esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta de los que se pierden para siempre del rostro, de la gloria de Dios.
La Iglesia ha formulado esta doctrina de la fe relativa al purgatorio en el Concilio de Florencia y de Trento. Sin embargo nosotros lo podemos experimentar todos los días, que purgamos la vida, que no es definitivamente una angustia insoportable, una opresión definitiva que nos aplasta y nos termina, pero nos cuesta un Perú a veces caminar, nos cuesta un montón salir hacia delante, mirar hacia la luz y descubrir que es lo que realmente nos llena de gozo y de alegría, las cosas nos resultan un tanto pesadas, son situaciones frente a las que decimos: no está del todo pleno, tampoco está del todo malo, ahí, están ahí, sin embargo sabemos que están llamadas a ser mejor.
Muchas veces nuestras familias pasan por este estado de crecimiento, de madurez, nuestra propia vida en la familia pasa por ese lugar, no está todo bien ni está todo mal, no es que todo da igual, sino que estamos llamados a mas y mientras tanto estamos así, como podemos, nosotros en realidad percibimos que el Cielo está cerca nuestro, y el infierno también.
Mientras caminamos por esta vida en la que transitamos estamos llamados a purgar nuestra propia existencia, a purificar nuestra propia vida, para poder contemplar el rostro de Dios. En realidad dice Jesús, los que van a poder ver el rostro de Dios son los que tienen limpio el corazón. Bienaventurados los que pasan por momentos de purificación en su vida, que suelen ser los momentos de cruz asumidas, no aquellas angustias en las que somos oprimidos, sino momentos difíciles, asumidos, en pos de un bien mayor que todavía no hemos alcanzado, pero que esperamos alcanzar si sabemos llegar con dignidad, con grandeza de ánimo, con espíritu de fe, esos lugares por donde pasamos, donde sentimos realmente que nuestra vida entra como por un colador.
Es bueno analizar aquello que será definitivo, allá después de nuestra vida, al final de nuestro caminar, pero que es cosa nuestra de todos los días, cuales nuestros cielos, nuestros purgatorios, o bien aquellos lugares donde todo es ausencia de Dios, todo es oscuridad, todo es pena, todo es tristeza.
Si no podemos permanecer en Dios y nuestro corazón tiene la plena certeza de que a Él le pertenecemos, y con Él, mucho mas allá de cuales sean las circunstancias que hacen a nuestra vida, permanecemos en profunda comunión, nuestra vida alcanza su plenitud, su verdad, cuando en Dios no podemos estar, cuando nuestra rebeldía, nuestra no aceptación, nuestro dolor no asumido, nuestra situación de vida no puesta en sus manos nos lo impide, y entonces todo se nos hace mas duro, mas oscuro, mas pesado, mas triste, angustioso, eso se parece mucho al infierno, el infierno es carencia de Dios, ausencia de Dios, es imposibilidad de permanecer con Él para siempre.
EL infierno no es un diablito con un tridente, con cuernos en la cabeza, metiéndole leña al fuego para quemarnos a todos la cola, eso es una figura, una caricatura del infierno. El infierno, lejos de ser un lugar caliente, es un lugar frío, es un lugar ausente de amor y por lo tanto carente de toda plenitud, de todo gozo y de toda alegría.
Cuando nosotros nos preguntamos cuales son nuestros infiernos tenemos que preguntarnos cuales son los lugares donde la vida es fría, distante, indiferente, triste, opaca, sin color, sin brillo, sin gozo, sin alegría; no hace falta a veces identificarlo con una cosa oscura, aunque también lo es así, es frío y es oscuro el lugar de la ausencia de Dios.
Pleno, lleno de alegría y de gozo, de gracia, de calor y de amor, de ternura y de armonía, así es la presencia de Dios en la propia vida. Por eso cuando nos preguntamos por nuestros cielos y nuestros infiernos nos preguntamos en el fondo por nuestros estados interiores por los que vamos pasando, por los que a veces sin darnos cuenta, y otras veces queriendo, caprichosamente, permanecemos.
Hay un Cielo, hay un infierno en nuestra vida, y un Cielo y un infierno al final del camino, definitivos, de esto habla hoy la Palabra , sin embargo, este Cielo o este infierno lo vamos decidiendo nosotros, el juicio no es de un imperativo en Dios que decide caprichosamente quien pasa a la derecha y quien a la izquierda, no es de un señor parado en la puerta con la llave en la mano para ver si entramos por aquí o entramos por allá, según sea lo que se le ocurra en ese momento, lo que le parezca en esa circunstancia, a lo que mejor le venga según la cara del cliente es atendido.
Al final del camino no nos van a atender por la cara que tengamos ni porque nos hagamos los buenos, ni porque querramos ser un poquito mas malos, se va a definir de cara a lo que elegimos, si elegimos por la vida o elegimos por la muerte, hay dos caminos delante de ti, ¿cuál elegís?, ¿cuál querés?, ¿qué decidís?, la vida es una opción y la opción se construye en las decisiones que vamos tomando todos los días.
Todos los días el Señor te invita a elegir.
Padre Javier Soteras
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