18/04/2025- En Viernes Santo, la liturgia nos invita a detenernos y contemplar el misterio de la Cruz, un símbolo que trasciende el tiempo y el espacio para hablarnos directamente al corazón. Reflexionamos sobre esta temática con el padre Mariano Oberlin, párroco de “Crucifixión del Señor”, en barrio Muller, ciudad de Córdoba.
La crucifixión de Jesucristo no fue un evento aislado en la historia, sino la manifestación más profunda del amor de Dios y, al mismo tiempo, la exposición cruda de la injusticia humana. Al mirar la cruz, somos confrontados con el sufrimiento del inocente, un sufrimiento que resuena en las innumerables formas de dolor que afligen a nuestros semejantes en el presente.
La homilía del Papa Francisco en el Viernes Santo de 2014 nos iluminó sobre cómo la Pasión de Cristo se refleja en las heridas de nuestro mundo: el llanto de las madres por sus hijos víctimas de la violencia, la fragilidad de los niños sepultados bajo las bombas, o la opresión que sufren las mujeres en estructuras sociales injustas. Estas realidades nos invitan a abrir los ojos y reconocer a los “Cristos crucificados” que encontramos en nuestros entornos cotidianos: el vecino enfermo, el migrante desarraigado, el preso solo, la familia que lucha contra la pobreza, el joven sin trabajo, el jubilado abandonado.
La crítica a la avaricia y la desigualdad, presente en las reflexiones de este día, nos recuerda que el apego desmedido a los bienes materiales puede cegarnos ante el sufrimiento del otro, generando exclusión y marginación. Es crucial examinar nuestras propias actitudes y preguntarnos si estamos contribuyendo, consciente o inconscientemente, a perpetuar sistemas políticos, sociales o económicos que causan dolor y privación a nuestros hermanos.
Sin embargo, la Cruz no es solo un símbolo de sufrimiento y muerte, sino también el preludio de la Resurrección, la victoria definitiva del amor sobre el odio y de la vida sobre la muerte. Al contemplar a Cristo crucificado, encontramos la fuerza para no resignarnos ante la injusticia, para levantar la voz por los que no la tienen y para tender una mano solidaria a quienes sufren. La esperanza pascual nos impulsa a convertirnos en instrumentos de consuelo y de cambio en nuestros propios ambientes.
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